La crisis parece haberse convertido en un estado vital permanente en el que estamos inmersos desde finales de 2007, dicen unos, y desde principios de este siglo, digo yo, porque la crisis, aparte de económica, puede ser de muchos matices y consistencias, la última, la crisis que se nos viene encima, es una crisis social, pero antes de la económica tuvimos la crisis de valores.
La crisis social viene determinada por las consecuencias que las clases más desfavorecidas de la sociedad están sufriendo como consecuencia de la política de recortes express, toda una batería de recortes encaminados en una misma dirección, la de evitar el correcto desarrollo vital de las personas con menos capacidad adquisitiva en nuestro país.
Tanto se ha querido recortar, y tan rápido, que no se ha tenido en cuenta que no todo el mundo ha sido capaz de soportar el cambio y lloviendo sobre mojado se ha conseguido desarrollar un tsunami artifical del que nos será muy difícil reponernos en los próximos años, no por falta de voluntad, sino por falta de recursos, económicos y sociales.
Pero no podemos olvidar, y espero que nunca lo hagamos, que el germen de la crisis económica que ahora nos asola fue la crisis de valores que hizo sucumbir a la sociedad en el tener en lugar de en el ser, todos quisimos tener lo que no teníamos y nos creímos la gran mentira de que lo importante era poseer más que el prójimo, en el sueño más tramposo de la economía capitalista.
De la crisis de valores estamos saliendo de la forma más dura, soportando los rigores de los recortes económicos y sociales en pos de la lucha desaforada contra el déficit, público y privado, de la crisis económica no conocemos todavía la salida y de la social no sabemos más que estamos cayendo plenamente en ella. Ante tanta crisis conjunta no nos queda más que aplicar el individualismo más solidario, crecer desde dentro para poder aportar a la sociedad verdaderos valores que defender.
