Solo los totalitarios o los filósofos utópicos pueden creen en la posibilidad de crear un sistema político que pueda prosperar genuinamente desde lo que se ha dado en llamar “primavera árabe”. La democracia, entendida como un sistema de gobierno en el cual los gobernantes son elegidos y reemplazados por decisión de la mayoría, es, en cierta forma, una “rara avis” entre los muchos y diferentes sistemas de gobierno ideados por el hombre desde que comenzó a vivir en una sociedad organizada en Occidente, pero ella es absolutamente negada y mancillada por la dirigencia árabe a sus pueblos. ¿Como alguien puede pensar que a través del apoyo militar y de cambiar un tirano por otra tiranía el futuro será mejor en el mundo árabe?
La democracia, según la define aquella famosa y optimista frase Occidental: “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, probablemente jamás ha existido sino en algunas pequeñas comunidades rurales. Democracia no significa gobierno del pueblo. Significa gobierno del político y, en todas las democracias contemporáneas, eso equivale a gobierno del político y del partido. El pueblo puede decidir en elecciones celebradas periódicamente que grupos de políticos y partidos lo va a gobernar, pero seria ridículo suponer que el pueblo tiene alguna influencia decisiva sobre lo que se hace entre una y otra elección. En este marco de conocimiento. ¿Que espera Occidente que suceda con los nuevos gobiernos surgidos de la “primavera árabe”?
No es mi deseo correr el riesgo de quedar atrapado en un pantano de confusión semántica. He planteado una aparente paradoja: la democracia es una “rara avis” que, frecuentemente resulta antidemocrática. El problema consiste en que cuando la gente habla de “democracia”, a menudo confunde dos conceptos diferentes. De allí que defino la democracia solo como un mecanismo para designar y reemplazar gobiernos a través de la decisión de la mayoría, nada más que un mecanismo explotado con éxito por totalitarios y demagogos a través de todo el siglo XX. Lo han usufructuado desde Hitler hasta Chávez y también una ruidosa multitud de políticos occidentales sin pena ni gloria (desde Jimmy Carter hasta José Luís Zapatero) todos ellos han tratado de transformar las elecciones en subastas donde pudieran sobornar los electores para que éstos les confieran los mandatos que les aseguraran el triunfo. Pero cuando la mayoría de la gente habla de “democracia” o elogia alguna idea o institución calificándola de “democrática”, en realidad se está refiriendo a algo distinto: están hablando de un tipo de sociedad en el que la libertad individual tiene gran valor y donde los que gobiernan respetan la voluntad del pueblo. Por tanto, se deben considerar dos cosas diferentes: un determinado conjunto de instituciones políticas que ostenta el rotulo de democracia, pero que en la practica se confunde con la “partidocracia”, y por otra parte, un cierto concepto social, ya que una sociedad es “democrática” porque en ella se garantiza tanto la libertad como la seguridad del ciudadano. En los últimos años no obstante, se ha dado una paradoja, donde a veces, ambas cosas han sucedido y la sociedad libre ha muerto a raíz de las maquinaciones de quienes se apropiaron del poder a través del mecanismo democrático, la Republica Alemana de Weimar y la Venezuela de Chávez han sido dos típicos ejemplos de principio y finales del siglo XX.
Los pensadores políticos más reconocidos de la época clásica y moderna -desde Aristóteles hasta Ortega y Gasset- han manifestado sus temores sobre un cierto fatalismo existente en todo ese proceso, ya que inevitablemente, la democracia, en algún momento puede caer en la demagogia y en la lucha de clases para ser luego sucedida por la implantación de una férrea dictadura. No soy fatalista, pero confieso que soy cada vez más pesimista acerca de las instituciones democráticas en algunos países europeos y latinoamericanos. Ni que decir del mundo árabe y de aquellos que continúan aplaudiendo “sus revoluciones primaverales”.
Un escéptico seguramente afirmaría que el hombre es el único animal que pretende elegir a sus gobernantes a través del sufragio universal. A mi juicio, si los leones o las gacelas trataran de aplicar el mismo método, seguramente ya habrían iniciado el camino más directo hacia su propia extinción, ya que como es de presumir, los miembros más lentos o menos agresivos de la manada elegirían a alguien como ellos. Lo mismo, pero inversamente, sucederá en el mundo árabe.
El fracaso de las democracias occidentales en responder a este desafió se aprecia a través de distintas y sucesivas conductas. Actualmente existen demasiados políticos “mediocres” que desconocen que en el mundo árabe todo puede ir peor de lo que va hoy. La clase política árabe llega al poder por medio del soborno y la traición, cuando no por herencia y desencadena un ponzoñoso odio en las diferencias. Ofrece mitos y no verdades políticas, con ello pretende escapar a la responsabilidad de los desastres humanitarios, económicos y sociales que sus gobiernos causan y utiliza chivos expiatorios. Estos chivos expiatorios preferidos de nuestro tiempo son las empresas multinacionales, la CIA, el Mossad, los EE.UU. e Israel. Y si esta dirigencia tiene éxito, establecerá una tiranía antes de que el mito se derribe y que los pueblos se den cuenta hacia donde realmente se los esta llevando.
La tragedia de la mayoría de las sociedades árabes es que carecen de concordia en su amplio sentido social. El fundamento de cualquier ordenamiento político debe ser el consenso y la concordia, pero estos elementos son inexistentes en las sociedades árabes que se nutren de fuertes sentimientos religiosos, por tanto fracasan o sucumben ante los fundamentalismos y eso será lo que ocurra nuevamente con aquellos gobiernos electos en países donde se han derribado “tiranos”.
Es cierto que en los países árabes ha llegado el momento de cambios para tratar de reconstruir sociedades que se han hecho pedazos merced al efecto nocivo y combinado de terror político, la demagogia, el descalabro económico, social y educacional, como por el terrorismo y el poder de dictaduras sin frenos ni contrapesos legales. Pero la forma de los pretendidos cambios a los que asistimos, “no es, ni será jamás”, la que genere apertura, participación y democracia en la región. Por el contrario, lo que se observará en el mediano plazo, será más radicalismo, menos derechos y libertades, y nada de democracia.
Desde la publicación de mi anterior obra “La Yihad Global, el terrorismo del siglo XXI” un año atrás, es poco lo que ha sucedido para desmentir mis bastantes desoladoras conclusiones acerca del peligroso futuro de las democracias Occidentales. Hace poco tiempo, ha sucedido lo que augure, un fanático ultraderechista en Noruega, asesinó más de 80 personas en la creencia que podía frenar cualquier mal dentro del seno de su sociedad, males que según el criminal, traían los políticos laboristas y la inmigración. Fue el tipo de incidente común para cualquier ciudadano de Irak o Pakistán, pero constituyo algo nuevo para Occidente y trajo consigo la sombra de la confrontación y el racismo que expone el verdadero conflicto político subyacente en la vieja Europa. Mientras escribo estas líneas Sirte esta cayendo, y con la ciudad caen 42 años de dinastía de Muamar Gaddafi, otrora socio preferente de varios gobiernos europeos, pero finalmente esos mismos gobiernos europeos y ”democráticos” decidieron elegir “entre el petróleo y su amistad con el líder libio”, y escogieron dejar Libia a merced de las energías islamistas en África. Este es un hecho evidente y aquellos que no lo ven así, solo deberán aguardar a las próximas elecciones en el país para ver quien se hace con el gobierno, y lo mismo sucederá en Egipto y tal vez en Yemen.
Desde luego, no es lógico generalizar partiendo de la base de las experiencias de un país, sea éste Italia, España, Libia o Venezuela. Hay elementos positivos e indicativos de una “rebelión intelectual” de grandes alcances en Europa que confrontan el pseudo consenso “progresista”. Pero frente a una realidad innegable, no se puede ignorar la constante disminución de la esfera de influencia Occidental especialmente en el Magreb y Oriente Medio. La mayor parte de la dirigencia euro-estadounidense está enfocada en sus problemas económicos, pero pareciera haber olvidado momentos angustiantes y muy dolorosos de su propia historia.
En lo personal, sigo siendo un demócrata profundamente enamorado de una forma de gobierno que en Oriente Medio y América Latina puede parecer exótica, pero no puedo negar que me preocupan los indicios de que gobiernos como los de Rusia y China estén favoreciendo una tercera guerra mundial contra las democracias Occidentales apoyando regimenes totalitarios o islamistas en el propio seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.