“Mientras siga muriendo gente de hambre, no es sensato que utilicemos grano en nuestros motores”, declaró el investigador Pablo Vera, del Instituto de Biología Molecular y Celular de las Plantas, dedicado a la búsqueda de biocarburantes independientes del sector alimentario.
Añade que no deberíamos permitir que la tecnología de primera generación, como el bioetanol, se convierta en sustituto de la gasolina, que se obtiene de los cereales. La escalada especulativa de los alimentos es debida a los intermediarios, los lobbies y los mercados financieros que están especulando con las materias primas. Es absurdo vender la vida para comprar carburante.
Los biocombustibles de primera generación necesitan grano, el mismo del que salen las barras de pan y las tortillas de maíz. Necesitamos sacar energía de los cultivos de
la madera. Pero no se puede decir de la noche a la mañana “voy a degradar la celulosa de la madera en glucosa para sacar etanol”. Queremos biocombustibles ya, de bajo precio y sin investigación. Y eso no puede ser. Lo más obvio, reducir nuestras “necesidades” de velocidad y no someternos al imperio de las máquinas no se toma en consideración. Vamos deprisa a ningún sitio. Corremos enloquecidos dentro de un laberinto.
El informe Evaluación Económica de las políticas de apoyo a los biocombustibles, estima que subvencionar y promover el oro verde resulta muy caro, no contribuye a la seguridad energética, reduce sólo muy poco las emisiones de CO2 y propulsa el incremento de los precios de la alimentación en el planeta.
Los biocarburantes eran presentados hace una década como una triple solución a la inestabilidad crónica del suministro de petróleo, a las emisiones de gas con efecto invernadero y a los bajos ingresos de las familias de agricultores. Pero la OCDE opina que las políticas que Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea han puesto en marcha desde hace casi diez años para promover el biocarburante tiene efectos negativos por ese inmenso aparato de subvenciones, mandatos, precios subsidiados y desgravaciones fiscales.
Los técnicos reconocieron que habrá que comprobar si las investigaciones sobre una segunda generación de biocarburantes dan resultados, mientras que reconocieron que el etanol sacado de la caña de azúcar en medios tropicales ya es eficaz, pero no transferible a otros países porque provocarían desertización y hambre.
Por ello sugieren que se supriman las subvenciones al cultivo de cereales, remolacha u oleaginosos para carburante en Estados Unidos, la Unión Europea y Canadá, sustituyéndola por una liberalización de importaciones de biocarburante tropical. Aunque con el riesgo de incrementar las superficies de cultivo, que contribuiría a destruir más selva primaria tropical.
Es más barato reducir el consumo de energía, sobre todo en el sector de los transportes, que sustituir unas fuentes por otras, por lo que pide mayores esfuerzos en este sentido. Ayudará también mejorar la investigación, tanto en el sector de los biocarburantes como en el de la energía solar, las pilas de hidrógeno y otras tecnologías prometedoras.
Sin embargo, España, donde los biocarburantes suponen casi el 2% de los combustibles usados en el transporte, culpa a las petroleras de la campaña contra el biocarburante y niega que sean la causa del encarecimiento de los alimentos.
El número de personas que pasan hambre en el mundo aumentó en 133 millones en 2007, según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos; 849 millones de personas ya sufren la escasez. El precio del arroz ha subido un 70% en un año, el del trigo se ha duplicado y el del maíz ha subido un 25% en dos meses.
La Agencia Europea de Medio Ambiente considera que no está claro que los biocarburantes mitiguen el efecto invernadero y sí que deforestan bosques tropicales; el FMI afirma que son los principales culpables del alza de los alimentos. Pero el Gobierno español insiste: “Los alimentos han subido por el alza continua del petróleo y porque los últimos años ha habido muy malas cosechas en grandes productores, como Australia o Ucrania”. Lo cual sólo es cierto en parte, pues la especulación es la mano que mece la cuna y expande la muerte.
España importa un 83% de la energía que consume y los biocarburantes son una de las pocas fuentes autóctonas. Por último, dicen que permiten mantener la agricultura y recuperar cultivos como la remolacha y el girasol y mantener la población rural.
Los defensores de los biocarburantes exponen que hay alimentos, como el arroz, que se encarecen pero que no sirven para fabricar biocombustibles.
Los ecologistas, partidarios de los biocarburantes, piden ahora que se reconsidere el objetivo.
Los expertos creen que en el futuro los biocarburantes tendrán que proceder de algas o de residuos orgánicos para no interferir en la alimentación. Pero los intereses financieros y de las petroleras pretenden beneficiarse todavía más de sus inversiones antes de dedicar sus esfuerzos a conseguir nuevas tecnologías que no contaminen tanto la atmósfera y que ayuden a paliar los efectos del hambre en el mundo.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Director del CCS