Deseo contarles la siguiente anécdota: cada jueves, un grupo de personas de variada edad y nacionalidad, pero sin trabajo y con aspecto de necesitarlo en extremo, montan una especie de mercadillo donde venden las cosas más inverosímiles. El top manta a su lado parece una diversión de ricos snobs. Y cada jueves se repite la misma escena: llegan varios policías y sin consideración alguna desbaratan el mercadillo de estos pobres, los dispersan con malas maneras y requisan todo cuanto se disponían a vender. Y allí montan guardia hasta que aparece un camión donde todo eso que podía darles algunos recursos para comer en ese día es cargado, y presumiblemente arrojado en algún vertedero…Hasta el jueves siguiente. Entonces se repite la escena.
He observado que algunas veces no acude la policía. La persistente determinación que produce el hambre siempre acaba por poner en jaque lo reglamentos policiales. Y me preguntaba: ¿Y si fuese esta la actitud general, una actitud generalizada de desobediencia puntual, activa y pacífica?… Y generalizando ante la actual crisis de la que el pueblo no es culpable, sino víctima y chivo expiatorio, ¿cuál será el límite de la paciencia social? ¿Tal vez el no tener qué comer (¿cuantos y durante cuánto tiempo?) y haber perdido toda esperanza de recuperar lo perdido? …Y los pobres que ya no comían antes de la crisis, ¿qué opciones tienen en adelante a más de jugarse la vida para llegar a estos (supuestos) paraísos que descubrirán crepusculares?
Viendo hoy esta escena del desalojo de los pobres de mercadillo, no podía dejar de preguntarme cómo era posible a los gobiernos que se dicen demócratas, socialistas, democristianos y bla bla bla cerrar las puertas y los grifos de la justicia social siempre a los más desfavorecidos sin que les tiemble el pulso mientras hacen todo lo contrario con usureros y fabricantes. A estos los sacan a flote con ingentes cantidades de millones procedentes de los explotados, que ahora lo son por partida doble: porque el dinero de sus impuestos es el que salva las economías de los ricos y porque los que trabajan para ellos tienen que con formarse además con salarios bajos y contratos basura. Y en la cuneta de la economía de libre mercado van quedando entre tanto, como despojos sociales gentes a las que hasta la libertad de mercadear con bagatelas le es negada para poder comer un día más.
Sin duda algo esencial está fallando. Si queremos llamarle injusticia social no nos equivocaremos, pero su gravedad nos obliga a mirar con más aumentos, porque a la vez que sucede el desalojo de los pobres por la policía en el mercadillo que nos sirve como ejemplo real y símbolo, no existe ninguna otra policía capaz de tomar el control de los paraísos fiscales dónde se encuentran los tesoros de Ali Babá de cada uno de los responsables de este gigantesco farol de póker americano a escala mundial -y son muchos más que mister chivo expiatorio Madoff- que utilizaron el juego sucio de las finanzas mundiales para hacerse con el suficiente montante como para poner patas arriba la economía toda del Planeta.
No hay suficientes recursos en los bancos, nos dicen, debido a este atraco planetario. Entonces nos anuncian planes de rescate mundial que no cesan de renovarse para los usureros. O sea: usted y yo tenemos que sacarlos del apuro con nuestro dinero para poder ir enseguida a pedirles prestado algo de lo que les dimos entre todos teniendo que pagarles ahora los intereses que les parezca. Y eso con suerte de que nos presten, porque ganan más especulando. Esto no es ya que sea injusto, absurdo y desproporcionado: es que roza el esperpento y la crueldad más surrealista que se pueda concebir…Y con el apoyo de nuestros gobiernos demócratas, socialistas, conservadores, o como quiera que se disfracen los gobernantes para ayudarse a sí mismos ayudando a los de siempre cualquiera que sean los resultados de las urnas. Por eso ningún gobierno toma el control de los bancos en beneficio de los pueblos.
¿Quién nos rescata a nosotros de todos ellos?
¿Quién tiene la llave de las cuentas opacas todas, la que abre los paraísos fiscales todos?
¿Dónde están las inspecciones para saber quiénes han invertido, a nombre de quien y dónde?
¿Por qué no se devuelve a los pueblos con intereses el dinero robado por unos y otros?
¿Por qué no persigue la justicia a los ladrones en lugar de atracar de nuevo a sus víctimas para aumentar los beneficios de aquellos?
Todas estas preguntas deberían responderlas los gobiernos, pero los pueblos no les van a exigir que lo hagan como su grado de indignación no esté a la altura de la gravedad del momento y hayan sido domesticados hasta un punto peligroso: hasta ese punto de no pedirle cuentas al administrador, aun viendo que este le deja sin comida en el plato y encima le exige que rescate a quien se la quitó.