A pocos días para que se cumplan las hipótesis demoscópicas del CIS es momento de visualizar el barco de la Moncloa en manos del timón neoliberal de Mariano. Las brisas pacíficas del crucero han cambiado por los vientos huracanados de Papandreu. Ahora, las olas turbulentas de los mercados levantan las lágrimas rojas del plebeyo y empuñan con fuerza el sable del castigo. El enojo de la tripulación ante las promesas incumplidas de su patrón de recreo, se manifiestan en popa mediante gritos de indignación en el estruendo de las calderas. Ya lo dijo Cayo: “no somos corresponsables del hundimiento del Titanic”, o dicho de otra manera, protejamos nuestras voluntades de partido por encima de las estatales.
La herencia de Zapatero será, sin duda alguna, la coartada perfecta de Mariano para mantener a raya el discurso de la mentira y maquillar el programa oculto de su corona. La flauta mágica de los cuentos infantiles no sonará en el despertar diario de los traicionados. La solución falaz de la crisis en términos de “hoy para mañana” alimentará con queso la trampa, en los silenciosos pasos de la rata. La legitimación del poder por los frágiles hilos de la emoción será el suicidio civil para rendir cuentas con su pasado. El pacto social de Rousseau sin los fundamentos de la verdad, vislumbra un panorama neoliberal de recortes y gastos sujetos al paradigma de Aguirre y Cospedal. No le faltaba razón a Benjamín Franklin cuando afirmó “cuida de los pequeños gastos; un pequeño agujero hunde el barco”. Precisamente ese descuido integral en el control de los gastos domésticos, empresariales y públicos es el agujero que todos hemos excavado con las palas ficticias de la riqueza.
La crisis ha servido para legitimar el “dedazo equivocado” de José María. Por fin Aznar podrá levantar la cabeza sin el rubor de sus mejillas.
Gracias al paro, el probable patrón de la Moncloa ha conseguido vencer las debilidades de su carisma y digerir el sapo de sus derrotas. Gracias a la crisis, don Mariano ha pasado de puntillas por los picos de la derecha para no levantar el polvo de la izquierda desencantada. Ahora con el agua hasta el cuello la tripulación roja solamente desea un bote que les lleve hasta la orilla. Mientras que los pudientes consiguieron un bote para abandonar el Titanic, la tripulación de segunda murió ahogada en las frías aguas de sus desilusiones.