Estamos al borde del colapso mundial en muchos sentidos, algunos evidentes son los temas relacionados con la economía y otros están por venir como son los relacionados con el medio ambiente. El agotamiento de los recursos energéticos y otros como los alimentarios suponen un problema de sostenibilidad a nivel mundial engrosado por los países emergentes, con altas tasas de crecimiento y pocos reparos en el uso eficiente de los recursos debido a su expansión tan ‘descontrolada’. La economía, a pesar de que a mucho no nos guste por su frivolidad o porque la asociamos a los banqueros y bancos o a los políticos, tan desprestigiados últimamente, es la ciencia que estudia la asignación de los recursos escasos para satisfacer las demandas de la población y, por ende, la ciencia que va a estudiar cómo superar los cambios en este mundo, actual y por venir.
La economía se enfrenta a un problema por añadido sin igual: las distensiones entre la política y los intereses personales o de corporaciones actuales con los compromisos a afrontar en el mundo, como los objetivos del bienestar, la salud, la extinción de la pobreza y otros tantos. Mientras que las soluciones económicas provienen por los políticos haciendo frente, precisamente, a los agentes económicos más poderosos como son las grandes empresas, los bancos y los inversores financieros; las soluciones a los compromisos nombrados provendrían de la reflexión lógica y racional de cómo usar los recursos de la mejor forma posible sin incurrir en las imperfecciones de un sistema hecho a base de ‘parcheos’, con una dosis de improvisación a lo largo de la historia y con fuertes desigualdades de poder de donde emanan los conflictos de intereses y, en consecuencia, la imposibilidad de llevar a cabo medidas políticas y económicas necesarias en el objetivo de garantizar la sostenibilidad a todos los niveles. La filosofía y la economía confluyen en el estudio de encontrar las posibles salidas a estos conflictos aunque, por desgracia, la reflexión -más en el ámbito académico- ha quedado relegada a un plano individual, de desarrollo personal y fuera de la práctica. Lejos de aportar ideas ‘reales’ para los problemas ‘reales’.
Claman al cielo las incoherencias de nuestros gobiernos cuando se violan los fundamentos de las ideas en donde se apoyan y se venden como si éstas mismas fueran así desviando la atención de la persona media, que recibe con resignación las noticias de los problemas del mundo y los entiende como inevitables o casi inevitables, aludiendo a las soluciones innovadoras como inviables y utópicas. Un ejemplo claro de lo que digo son los planteamientos del liberalismo económico, la teoría clásica de la economía que deleita a los economistas más exigentes por considerar que el mercado se regula por sí solo, que es el mecanismo de asignación de recursos más eficiente, abandonando la idea de la intervención del estado. Más aun, viéndola como un estorbo en la consecución del equilibrio, de la eficiencia y un sinfín de consideraciones para que los números económicos cuadren. Sin embargo, a pesar de la desentendimiento por el estado que establece tal teoría, en la actualidad (y desde hace tiempo) se ven como los riesgos de los banqueros mal gestionados acaban siendo sufragados por el estado a petición suya además, los mismos que detestan el papel del estado en la economía. El hecho de no hacer responsable a los agentes privados de sus acciones económicas da, por consiguiente, un aliciente a éstos para arriesgar más ya que saben que el estado velará por ellos cual guardaespaldas. La gestión de la reserva federal americana ha resultado, posiblemente, en la crisis actual de calado tan profundo por el medio que he explicado: se ha azuzado implícitamente a los banqueros a invertir con más riesgo eximiéndoles de su responsabilidad. De tal suerte se ha incentivado la especulación y el crecimiento desmedido del sector de las finanzas respecto a la economía productiva escudándose en que «hay bancos demasiado grandes como para que puedan caer» cuando, en sí, se encierra la cuestión de si el estado hubiera advertido sus prácticas y anunciado su desentendimiento de sus problemas, éstos no hubieran continuado en su afán de ganar dinero fácil poniendo en peligro el orden de la economía mundial. Pero en fin, no es coherente desestimar al estado en la economía y acudir a él cuando interesa: eso no es liberalismo, es conveniencia pura y dura y debilidad e ignorancia de los que le hacen caso.
Hemos de asumir los males provocados en sus causas de verdad, hemos de asumir de manera global que los planteamientos han sido irracionales por completo de toda la gestión y de las ideas económicas y políticas implementadas a lo largo de la última parte del siglo XX y principios del XXI. Se han provocado impunemente injusticias, sin contar con los efectos colaterales de la economía de los países desarrollados en los países no tan desarrollados puesto que las desigualdades, en los propios países ricos, se han incrementados notablemente. Hemos de plantear como muchos economistas señalan (a saber los premios Nobel Stiglitz o Krugman) el papel del estado en la economía. No como mero comparsa de los poderes reales ni como dictador como en los regímenes comunistas u otros totalitarios sino con razón, definir sus funciones donde es más eficiente el estado y donde no lo es, asimismo, hasta donde y hasta donde no ha de regular en su misión de conseguir que la sociedad fluya a lo largo de la historia sin tantos obstáculos, conflictos y luchas. Por añadido, señalo la necesidad de plantear ideales o utopías a modo de visión futura y de conjunto de los estados para, luego, poder diseñar las estrategias, regulaciones y asignar el papel de ambos sectores en la realidad del país y en su devenir futuro.