El domingo 27 de Noviembre pasado se llevaron a cabo concentraciones frente a los ayuntamientos de media España con carteles y representaciones contrarias a la barbarie de las corridas de toros y a las diversas formar en que estos inocentes y hermosos animales son torturados para diversión de personas de la generación de los “Picapiedra”. ¿Qué dijo nuestra televisión pública, tan premiada por la supuesta calidad de sus informativos? Ni media palabra. La oficialidad es partidaria de la tortura animal como fiesta, y hasta le llaman cultura a las corridas de toros y «maestros» a sus matadores. Incomprensible dentro de algunos…¿años? (Seamos optimistas con respecto al avance civilizador).
Con o sin información oficial, el caso es cada vez con mayor frecuencia encontramos actividades y manifestaciones contra la violencia hacia el mundo animal. Ahora el código penal califica como delito en España el maltrato a los animales de compañía. Esos son síntomas de civilización, pero qué limitados. Extrañamente quedan excluidos de protección los toros y todas las especies consideradas animal-alimento, tratadas como simples objetos de diversión o consumo para satisfacción de humanos. También, por desgracia, quedan excluidos de ser penalizados los cazadores, que matan por perversa diversión y hasta con cínicas excusas de un pretendido ecologismo, muy útil para los dueños de cotos de caza y negocios afines.
La muerte como negocio forma parte de una misma barbarie organizada en beneficio de distintos tipos de bárbaros: desde matadores de toros a matadores de hombres en guerras, ajusticiamientos, o a los animales en mataderos públicos o laboratorios. Distintos argumentos, grados, medios, o distinto alcance, pero para las distintas víctimas la muerte es la muerte. Y ¿quién tiene derecho sobre la vida, sino su Creador, que no es precisamente ninguno de los verdugos?
Dando un paso más hacia lo repugnante en el mundo de la alimentación cárnica se pretende ahora utilizar la carne de animales clonados. Los inventores de este desaguisado quieren hacernos creer que mejora a las especies naturales de las que procede, y así piensan vender más cara la carne de los pobres animales manipulados genéticamente y cuyos genes alterados interactuarán con los de quien los coma, con sus correspondientes efectos sobre la salud.
Manifestarse contra la alimentación cárnica encuentra, sin embargo, dos poderosos opositores. En primer lugar los propios consumidores, que no alcanzan a sentir en su corazón que comerse un animal es comer un cadáver, a la vez que a una criatura inocente, que siente emociones parecidas a las de quien se come su carne, y que sufre cautiverio y tormentos indecibles mientras vive, cuando lo trasladan, mientras espera su turno para la muerte viendo y sintiendo morir a sus congéneres, y sintiendo el stress de cuando la van a matar. Ese sufrimiento queda impregnado a nivel energético en cada célula de la carne que se consume. Sufrimiento, por un lado, y cantidades de anabolizantes, antibióticos, tranquilizantes, piensos de origen animal dados a herbívoros (como sucedió con las “vacas locas”), y vaya usted a saber qué otras sustancias, se ingieren con el cadáver aderezado al gusto de los comensales como si fuese un manjar exquisito para el paladar.
Con el pescado, pasa parecido. ¿Han visto el estado de los mares? Ahora son inmensas cloacas. Saben que en los océanos se vierten cantidades ingentes de productos tóxicos de todo tipo y van a parar cantidades gigantescas de desechos humanos y basuras, plásticos y muchas cosas más. Por ejemplo, desechos nucleares. ¿Saben que existen bidones cargados de basura atómica de diversa procedencia que con el tiempo se abren haciendo que su contenido entre en contacto con el agua y los animales que luego encontramos en las pescaderías? ¿Y los millones de toneladas de hidrocarburos de petroleros que se hunden?
El mundo de los negocios cárnicos mueve ingentes cantidades de dinero. En su conjunto, el mundo de la economía, las finanzas, la tecnología y las investigaciones científicas, aliados entre sí han perdido la noción del límite – la de la moral hace ya mucho más tiempo- y cada uno a su modo, y en unión de otros semejantes van en caída libre, por lo que antes o después se derrumbará su castillo de naipes y el mundo supuestamente civilizado en que vivimos. No nuestro Planeta, sino lo que no le pertenece y perturba tanto a él como a quienes lo habitamos.
El disparate de la codicia, junto al de la violencia contra el mundo animal no es síntoma de civilización en cualquier caso. Muchos de los que en occidente se llaman cristianos han olvidado que Jesús de Nazaret fue vegetariano, como lo fueron Buda, Confucio, Lao Tse, Sócrates, Tolstoi, Einstein, Gandhi y muchos otros. Todos ellos enseñaron y practicaron el amor, el respeto y derecho a la vida de todos los seres sin distinción alguna.
¿Cuándo escucharemos el grito silencioso del animal muerto que esconde un filete? Una visita a un matadero de tan solo cinco minutos es suficiente para captar un olor ambiental que llamaría el olor del horror, y es más convincente que el mejor de los discursos por el respeto a la vida animal, cuanto más si se presencia en directo cómo los matan..
Dejar poco a poco de consumir carne y pescado y respetar su vida sin fanatismos será un síntoma muy importante de civilización en nuestra especie, sobre todo si se acompaña, además, de sentimientos de respeto entre nosotros, los de nuestra misma especie, de los que tan lejos nos hallamos todavía. Afortunadamente somos capaces de evolucionar. Seamos optimistas.