Un cristal se sitúa entre nosotros y el deseo consumista. Lo que ayer era un pasatiempo, hoy en día, debido a la crisis, se transforma en un privilegio para algunos. Comprar en exceso sin arruinarse es una afición que solo pueden practicar unos cuantos afortunados. Los centros comerciales, convertidos en templos del asueto son ahora lugar de encuentro donde tomar un café y dar una vuelta por sus inmediaciones es practica casi obligatoria por más de la mitad de la población. ¿Nos sentimos más cerca de lo que éramos hace unos años paseando por el interminable boulevard de escaparates que nos enseñan, casi agarrándonos de la mano, como debemos vivir? La tendencia nos agarra por el pescuezo y nos obliga a consumir.
Si necesitamos de la aprobación de la sociedad, debemos actualizarnos cada temporada. De lo contrario, aquellos que necesitan cubrirse con el manto de la aquiescencia, nos tildarán de ‘outsiders’ desprovistos de encanto. Cómprate unas gafas de aviador, ve al gimnasio con unas zapatillas de 120 euros, si conduces un Audi tu poder de credibilidad aumentará en un 85%… Somos la generación de las etiquetas, abanderada por un espíritu consumista que parece desvanecerse en los tiempos que corren. Las prendas de vestir de marca y los gadgets de espía secreto de estar por casa nos mirarán cada vez más tristes desde el otro lado del cristal. ¿Bajarán el precio, y con ello la calidad, para poder conservar a la fiel clientela de antaño?
Una buena receta para paliar la dosis de frustración es comprar. Si consumes es que tienes dinero, si puedes gastarlo es porque eres un ganador, ¿Se ponen de acuerdo las grandes multinacionales y los señores del sistema educativo? ¿En qué rueda estamos metidos? Las necesidades del consumidor se adaptan a las exigencias del ofertante. El mundo gira en torno a la figura de un alto empresario con un puro caro en la boca. Los placeres nos guiñan el ojo tímidamente detrás de un escaparate. La felicidad que llena el vacío de nuestra existencia no puede ni debe suplirse con la adquisición de un bien material. Lo efímero es incapaz de sonreír al ego.
Detrás de cada oferta, detrás de cada deseo frustrado siempre hay una persona, un ser que necesita absorber la conciencia y la cuenta corriente de su semejante para poder subsistir. Nos estamos apuñalando los unos a los otros con una sonrisa dibujada en la cara. Menos mal que a finales de año llegan las Navidades para poder desgarrar el bolsillo con un falso motivo de hipocresía en la a veces pobre y arrugada ética que acaudilla nuestros pensamientos.
En definitiva, siempre nos quedarán los grandes centros comerciales para comprarnos unas palomitas y pasear con la familia las tardes del domingo, cuando no hay partido de futbol que se nos ponga por delante.