Hace mucho tiempo que a la prensa se la clasifica como “el cuarto poder”. No es una frase gratuita, y es que esconde una gran verdad: Los mass media son, de facto, tan importantes como el poder ejecutivo, legislativo o judicial.
Por ello, sorprende que no defendamos para ese “cuarto poder” lo mismo que, en teoría, y salvo asesinos de Montesquieu, toda nación civilizada y libre defiende para los otros tres, a saber: Independencia de cualquiera otro de sus compañeros, funcionamiento democrático y libertad de actuación. Aunque claro, si ya hay gente que cree que la separación de los tres poderes clásicos es un concepto discutido y discutible, es bastante previsible que opción dejarían al cuarto (y cual, en definitiva, es su esquema del poder).
Yo creo que Montesquieu, en plena ilustración, con la prensa recién inventada, dio por supuesta una libertad e independencia innata a las enciclopedias que, de repente, brotaban por las calles, es más, si realmente tuviera que definirlo como poder, el señor de la brÁ¨de seguramente no lo habría llamado poder mediático sino poder ilustrativo. No sólo se trata de la información que un periódico soporta, sino en definitiva de la libertad de información, de los libros de texto, del conocimiento, de internet, de la historia, las lenguas…
Por ello, y si exigimos un tratamiento correcto para el “cuarto poder”, debemos empezar por pedir independencia y democracia. Y si realmente nos tomamos en serio que los medios de comunicación, ya sean papeles, imágenes o dialectos, deben tener el mismo trato que el parlamento, el senado, o la sala de un humilde juez de paz, nuestro deber es denunciar cuando ese trato no se le es dispensado.
Especialmente preocupantes son las restricciones a la libertad que, como condición sine qua non, las autoridades chinas imponen a los operadores de internet que quieran hacer negocio en tan millonario mercado, o aquellas relativas a la marginación de una lengua, y por lo tanto, de sus hablantes.
Pero sobretodo ahora me quiero referir a los medios audiovisuales principales: En nuestro país, televisión, radio y prensa escrita.
Pretender unos medios de comunicación independientes pasa, primero, por unas directivas no alineadas con nada que no sea el estricto mandato de los lectores, o séase, el mercado. ¿Alguien se imagina que la designación de cualquier porcentaje de parlamentarios estuviese en manos de un único interés? ¿O la designación de jueces?
Propongo, pido, desde esta lejana tribuna, una ley que obligue a cualquier medio de comunicación a no estar poseído por ningún accionista o propietario con un derecho a voto mayor del 5%, con porcentajes aún menores para aquellos medios con mayor difusión, una suerte de propiedad inversamente proporcional al llamado “share” o cuota de mercado.
Sé que siempre han habido medios de uno u otro signo; dejemos que eso pase porque el mercado así lo pida, no hay nada más democrático que un mercado cuando éste es libre.