27 de julio, gran ciudad, digamos Madrid. Hora, no sé, cerca de la hora punta, pongamos las 8 de la mañana. Sacas el coche del garaje, tienes que ir a trabajar, todos tus amigos de viaje en Praga, tu mujer, con los niños en Torrevieja, tu jefe, no lo recuerdas, bueno sí, no te engañes, de crucero por el Mediterráneo, que estamos en crisis.
Te ajustas la corbata en el espejo retrovisor, vaya, hoy tampoco pega con tu camisa, da igual. Llegas a la primera rotonda, bien, no hay tráfico, te incorporas a la autopista, ¿cuál?, da igual, digamos que la M-30, seguimos sin trafico, increíble, ¡la M-30 sin tráfico! Te cuesta mantener la estúpida velocidad límite, pero lo consigues mientras escuchas un programa en la radio, cualquiera, que estás en verano y todos son sustitutos.
8:30 llegas al trabajo. Media hora antes, mañana saldrás más tarde de casa, está claro. Te tomas un café en el bar de la esquina, para hacer tiempo, para no llegar tan pronto, total no te van a pagar. Vacío. ¿La crisis?, preguntas a Rolando, el camarero. No, las vacaciones, te dice mientras seca los vasos recién sacados del lavavajillas.
A las 9 entras en la oficina. Saludas, hay poca gente. Las vacaciones te dices. Se respira otro ambiente al habitual. No hay estrés, no hay agobios. Las conversaciones son recurrentes. Mis pasadas vacaciones o mis futuras vacaciones. Sin sorpresas. Playa, bullicio, gentío, calor y desconexión, dicen.
Día tranquilo. Tus gestiones se arreglan rápido, sin problemas. Todo el mundo te soluciona todo, hay poco trabajo, te cuentan. Te encuentras sin trabajo a media mañana, y no sabes que hacer. Navegas por Internet, das el enésimo repaso al primer capítulo de tu novela permanentemente iniciada y nunca terminada. Llama Loles, tu mujer. Se lo están pasando genial. Los niños bien. Ella morena, todo el día al sol. Ha hecho amistad con una mujer de Albacete. Cuando venga su marido saldréis a cenar por ahí. De acuerdo, dices, más por cumplir que por que te haga ilusión salir a cenar con una pareja de Albacete, no por la ciudad, sino por el desconocimiento de la pareja.
Sales a comer media hora antes de tu hora, total, no hay nada que hacer. El restaurante vacío. Te sirven rápido, sorpesa, la comida es de calidad, increíble, y los camareros están agradables, no te lo puedes creer, será la falta de agobio.
Por la tarde no haces absolutamente nada en el trabajo. Coqueteas con Lorena, la de Administración, y te ríes con Jaime, el de Recursos Humanos, aunque no te acuerdas de que, da igual. Llega la hora de irte a casa. Coges el coche, y sigue sin haber tráfico. Te empieza a gustar esto del verano. En la radio, no sé, cualquier cosa. Pongamos que Kiss FM, por inercia, por gusto, por calidad.
Llegas a casa. Te quitas el traje, y te pones tu camiseta, esa que conservas desde que tenías 13 años y que tu mujer te quiere tirar. Te sirves una cerveza, pones los pies en la mesa, y caes la sal de los frutos secos en el sofá. Te pones una peli. Por ejemplo ‘El Padrino’ (la primera o la segunda parte, olvídate de la tercera).
Paras a mitad, justo cuando acaban de disparar a Don Vito. Te haces la cena. Cocinas lo que te gusta a ti, sin más, sin comida sana, sin falta de sal, sin falta de aceite, sin falta de sabor, sin falta de colesterol. Vuelves a poner la peli, y te quedas dormido en el sofá.
Despiertas a las 7 de la mañana del día siguiente, y comienzas un nuevo día de verano en la gran ciudad. Relajado, sin agobios, sin tensiones, con tranquilidad. Este domingo te acercarás al Prado, y si no, al Reina Sofía, no sabes, da igual, pero relajado.
¡Á‰sto sí que son vacaciones!