Dos grandes periodistas han demostrado que, con tesón y esfuerzo, aún es posible hacer buen periodismo.
En la puerta del baño de la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, una pintada resume cierto “malestar” de muchos estudiantes de periodismo. El garabato dice: “Sonríe, esta facultad es una broma”.
Se quejan de la falta de prácticas, de los profesores, de la repetición del contenido de las asignaturas, de las instalaciones… Con seguridad cambiarían sus cinco años de fotocopiar apuntes para vomitarlos en los exámenes por escuchar una charla magistral que tocara los puntos más trascendentes y sensibles de la profesión del periodismo.
No más de cien de esos estudiantes presenciaron la conferencia que ofrecieron las periodistas españolas Rosa María Calaf y Ana Pastor. Por segundo año consecutivo, la ONG Solidarios invitaba a expertos de la comunicación para reflexionar en voz alta sobre la necesidad de transformar el mundo desde los medios de comunicación y, por lo tanto, desde la facultad responsable de formar a los futuros periodistas.
A punto de jubilarse después de años brillantes como corresponsal en China, en Rusia y en Estados Unidos, entre muchos otros, Rosa María Calaf reflexiona sobre el exceso de información en la actualidad. No en cuanto a su variedad, sino a la incesante repetición de lo mismo en el universo de canales que ofrecen las nuevas tecnologías. El dominio de la ‘inmediatez’ como valor absoluto en el periodismo mercantilista frivoliza la información y la despoja de su sustancia.
“Te bajas del avión y te preguntan lo que opinas sobre determinadas cosas, como si uno supiera más después de cruzar un océano”, comentaba.
La confusión habitual entre lo urgente y lo importante permite que se carguen en un helicóptero las cámaras y los micrófonos para tener la exclusiva y llegar antes que nadie al lugar del conflicto, aunque esto suponga dejar en tierra media tonelada de víveres.
En esa línea, los medios de comunicación ahogan al espectador con imágenes desoladoras que despiertan una “solidaridad” efímera que desaparece con una nueva catástrofe. Lo que Kant describía como el amortiguamiento de la sensibilidad en manos de la costumbre desemboca en lo que Rosa María Calaf llama ‘síndrome de la piedad cansada’.
“Tres años después del tsunami en Indonesia, ¿quién se pregunta qué ha sido de los indonesios?”.
Sobre la mercantilización del periodismo, dijo: “En cuanto empaquetas la información y la conviertes en mercancía, deja de ser información. Los beneficios económicos no sólo están por encima de la ética, sino que se han convertido en el único fin”.
En ese orden señala el recorte de gastos en el software del periodismo (los periodistas y su respectiva formación) y los crecientes gastos en hardware (material de tecnología punta). “Por mucha tecnología que tengas, alguna inteligencia tendrá que estar detrás de tanta máquina”.
Por su parte, Ana Pastor abordó la ética y a la honestidad en el periodismo, valores a veces eclipsados por una supuesta “objetividad” que “enseñan” en algunas facultades: “No se trata de objetividad ni de ‘equidistancia’ frente a la injusticia, sino de honestidad”. Citaba a uno de sus ídolos periodísticos, Ryszard KapuÅ›ciÅ„ski: “Para ser buen periodista hay que ser buena persona”. De ahí la importancia de desarrollar la capacidad de escuchar a los demás, base de la empatía y de la comprensión de las situaciones de injusticia, algo que le ha permitido oler la miseria de los países donde ha viajado: “Cuando vuelves a tu país, te das cuenta de que te ha cambiado el olfato”.
La periodista, de 31 años, guardó para el final una advertencia para los jóvenes estudiantes de periodismo: “Formamos parte de una generación blanda. Muchos jóvenes becarios te preguntan al empezar a trabajar sobre sus ‘días libres’ y vacaciones antes que preguntarte sobre su trabajo”.
Agradece haberse formado, viajado y trabajado desde los años universitarios, incluso durante sus vacaciones. Algunos de los compañeros de facultad que se “reían” de la “explotación” que padecía trabajan hoy como dependientes en tiendas. Años de esfuerzo, de trabajo y no de “sacrificio” porque, como decía Rosa María Calaf, ella siempre quiso esa vida por la que ha luchado. Una manera emotiva de cerrar una lección magistral de periodismo y de recordar que nunca es tarde para empezar de nuevo.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista