Siempre pensé, hasta ahora, que estar despistado era un proceso que precedía a la confusión. Sin embargo, creo que se trata de todo lo contrario, si me remito a la contemplación de las marchas forzadas, casi de recluta debutante y sedentario, que el país está soportando.
Primero fue la confusión, como diría nuestra RAE, el desorden, la falta de concierto y la claridad. Los de arriba, los poderosos para entendernos, se dedicaron a la tarea de creerse, que no es poco, y convencernos, de que éramos lo mejor de lo mejor y que no existía mayor preocupación que las cotidianas del mero hecho de estar vivos. Los del medio, los de la nómina de toda la vida, así creyeron y siguieron sus rutinas diarias sin más cambio que el de discutir más tiempo, del que hasta ese momento era habitual, del asunto público. En cuanto a los modestos, poco podían discutir pues bastante tenían con seguir tirando de veinticuatro horas en veinticuatro horas.
Después de un tiempo prudencial la confusión devino en despiste.
Sigo la pista de la RAE a partir del ‘sitio’ del WordReference y me indica que hay dos entradas muy políticamente correctas: despistado y despistada. Sin embargo van a parar al mismo lugar, como si la fachada, lo que aparentamos, sea la única diferencia existente, siendo la esencia del despiste algo universal para todos, incluidas las Comunidades Autónomas. Y me animo a entrar. Es la RAE. Despistado/a: Desorientado, distraído, que no se da cuenta de lo que ocurre a su alrededor.
Volviendo a los de arriba, se despistan cuando ven otros congéneres con igual o más poder diciendo una cosa un día, la contraria otro y las dos a la vez (nada fácil, por cierto).
El señor de arriba, con exceso de información, deja de tener conexión con la realidad y focaliza su miedo con vaivenes enfermizos de la bolsa o cualquier mercado de valores que se preste a ello.
Poco diré de las posiciones medias, aquellos de la nómina. Ya no discuten como antes porque ya no saben quién dice la verdad, o peor aún, puede ser que nadie diga la verdad, o peor aún, que nadie sepa ni cuál es la verdad.
Finalmente nos encontramos de nuevo con los modestos. Tienen la ventaja de que no han pasado por el estado de confusión. Han llegado al despiste de forma directa. Observan como surgen más modestos que ellos que salen de todas partes y se quedan con las pocas ayudas que quedaban.
Este despiste generalizado hace que se formen grupos de despistados que vociferan, cuya vida en grupo suele ser promiscua, pues van cambiando de compañeros según intentan creer que algo tiene más consistencia para ser defendido.
Como cualquier otro país despistado, nos encontramos técnicamente paralizados por las fuerzas que lo mueven hacia todos los lados y por tanto, hacia ninguno.
Aunque para reyes del despiste, las Comunidades Autónomas que nos han salido últimamente con unas cuantas décimas más de deuda. Cualquier explicación que uno intenta dar a tanto despiste es terrible. No sé con cuál quedarme. Por escoger alguna me quedo quizás con una obnubilación propia de pasar tanto tiempo en los Parlamentos sin mayor contacto con el exterior que las estadísticas y los estereotipos enlatados en informes de estructura sospechosamente similar.