¿Por cuál empiezo? La primera huele bien. La segunda apesta. Dulcis in fundu, aconsejaba la gastronomía clásica antes de que Ferrán AdriÁ y sus compinches la destruyeran. Deconstruir es, en castellano, destruir, y eso es lo que hacen a troche y moche esos horteras, y compinches, digo, porque los barandas de la cocina cursi que tanto gusta a los concejales corruptos no saben hacer ni una tortilla y no son jefes de fogones, sino pinches conchabados.
Empecemos por la Cosa faisandée y dejemos la Rosa para los postres. ¡A robar a Sierra Morena, se decía antes, y para robar, diríamos ahora, Luis Moreno! Así se llama el senador del Reino y alcalde de Baena cuyo secretario y compañero de cacerías bermejas y garzonas en el coto del quicio de la mancebía de Marfea ha dicho que le daba cosa recurrir a su peculio para atender a las necesidades del único pecado que no tiene enmienda, pues pecado, en sí mismo, no es, a no ser que lo acompañe la agravante de robo con concurso de manifiesta corrupción. No le toques más, que así es la cosa. El leísmo, voluntario, es de Juan Ramón. Una cosa es una cosa es una cosa es una cosa. Hubo una película de terror que se llamaba así, La Cosa, y terrorífica, en efecto, es la anécdota del senador y su mamporrero elevada a categoría, porque los municipios españoles más parecen puticipios y latrocipios que ayuntamientos. Hay dos o tres excepciones, pero no deberían bastar para impedir que la ira del pueblo arrasara con el fuego de las urnas la Sodoma y Gomorra en que se ha convertido España. Eficaz herramienta para ello sería el voto de castigo a los Hunos y a los Hotros, a los del PSOE y a los del PP, a los del Bloque y a los del PNV, y a los grupúsculos nacionalistas, en los comicios del próximo domingo. Y así llegamos a la Rosa. Cuando, en privado, la elogio, me dicen los Hunos, los de izquierdas, ¡pero si es una traidora!, y yo me acuerdo de lo de la viga en el ojo propio, y exclaman los Hotros, los de derechas, ¡pero si es una socialista!, como si eso importara más que la honradez, la convicción, la altura de miras y la evidencia de que sólo esa Rosa se atreve a decir que España es una sola nación atomizada por la centrifugadora nuclear de los vivas a Cartagena y una casa de putas y de puteros colonizada por el mejillón cebra de esa Cosa terrorífica a la que los chulos de la cosa pública llaman Estado de las Autonomías. Entre la rosa, la gaviota y la Rosa, sus majestades, los electores, escojan.