Una cadena de fallos, aislados o concatenados, dio lugar a que el accidente se produjera. En primer lugar, el recalentamiento de una sonda, que sirve para medir la temperatura exterior de la nave, hizo que los mecánicos de mantenimiento la desconectaran al no poderla reparar. Según los manuales de la compañÃa, no era un sistema esencial de vuelo. «Solucionado» el problema, los pilotos emprenden un segundo intento de despegue sin configurar adecuadamente el avión, olvidando accionar los citados alerones que amplÃan la superficie del ala y dotan de mayor sustentación a la nave durante las maniobras de despegue y aterrizaje. Además, tampoco realizaron minuciosamente las operaciones previas de comprobación (procedimientos operativos estándar) ni la confirmación visual de la palanca que indica la posición de los flaps y lats en cabina. Para colmo, no sonó el TOWS del avión, una alarma que avisa a los pilotos cuando olvidan activar esos alerones, imprescindibles para el despegue. Para el Sindicato Español de Pilotos de LÃneas Aéreas (SEPLA), la deficiencia del TOWS, al no sonar, facilitó el siniestro, puesto que si hubiera funcionado correctamente, la tripulación hubiera abortado el despegue. En cualquier caso, es este cúmulo de deficiencias lo que hace altamente peligroso volar en avión.
Si a ello añadimos que otra compañÃa, Ryanair, hace volar sus aviones con una carga “justa†de combustible -lo que ha causado ya el aterrizaje de emergencia de al menos tres aviones este verano-, el pánico a volar parece justificado. Entre las “chapuzas†de los técnicos de mantenimiento, las negligencias de los pilotos, los fallos en los sistemas del avión no corregidos por el fabricante, la inexistente supervisión de Aviación Civil y las polÃticas de ahorro de las compañÃas, el hecho cierto es que, aunque el avión sea en sà mismo un medio seguro, volar es un riesgo cada vez mayor, por las imprudencias e irresponsabilidades de cuantos debÃan velar por la seguridad de la navegación aérea.
Y se me pone la carne de gallina porque la tragedia no termina cuando se produce el siniestro, sino porque los supervivientes y los familiares de los fallecidos todavÃa les aguarda un duro y largo proceso de pleitos para obtener algún reconocimiento como vÃctimas de accidentes que no tenÃan que haberse producido si todos los implicados hubieran actuado correctamente.
Una mujer, que perdió a su sobrina en el accidente de Spanair, lleva cuatro años esperando que el siniestro no quede impune y se arbitren medios para que, ante hechos tan luctuosos, las autoridades se dignen ofrecer un “trato digno†a familiares y las vÃctimas. Mientras tanto, en los juzgados de Madrid todavÃa están pendientes sobre si mantienen las inculpaciones sobre los mecánicos de mantenimiento, culpan a los pilotos o extienden las responsabilidades al fabricante del avión y a las autoridades que expiden los certificados de aeronavegabilidad.
Nadie tiene prisa por resolver este desgraciado accidente, salvo esos familiares de las vÃctimas y los supervivientes, que ven cómo se prolonga su calvario ante el parsimonioso proceso judicial. Se le pone a uno la carne de gallina con tanta negligencia y despreocupación.