El Tribunal Supremo ha dictado una resolución que impide que los colegios que impartan la enseñanza en clases distintas para niños y niñas puedan establecer conciertos con el Estado. Sobre esa base se ha abierto un debate sobre la educación separada (que algunos llaman “discriminada” y otros “segregada”)
Vaya por delante que no tengo una posición tomada al respecto. No estoy en condiciones de afirmar que uno u otro tipo de enseñanza sea mejor para los alumnos. Tampoco existe unanimidad entre los expertos en pedagogía, y los hay que defienden la educación conjunta, y otros la separada. Por su parte, la UNESCO, en la Convención para la lucha contra la Discriminación en la Enseñanza, considera que no supone discriminación la enseñanza separada para alumnos de distinto sexo.
Lo que me llama la atención es desde un amplio sector ideológico de España se rechace simplemente el debate. Confunden “separación” con “segregación”, y se aferran a que hay que educar en igualdad entre sexos. No consideran otros principios importantes como son la libertad de elección de los padres, y ni siquiera el de la eficacia en los resultados de la enseñanza. Evocan el modelo de separación que existía durante el franquismo, y con eso les basta.
Para empezar, si niños y niñas estudian en aulas distintas, no tienen por qué recibir enseñanzas diferentes. No se trata de que las niñas aprendan a ser amas de casa y los niños rudos trabajadores. Los contenidos pueden ser exactamente los mismos.
Por otra parte, con el modelo actual conjunto, en cuanto niños y niñas tienen la oportunidad de actuar por su cuenta –en el patio de recreo o a la salida del colegio- tienen a agruparse por sexos, practican juegos distintos, y forman pandillas de chicos y de chicas, sin que nadie se lo imponga.
En cuanto a la eficacia de la enseñanza, las chicas –como promedio- son más aplicadas, más responsables, más cuidadosas, y obtienen mejores calificaciones. En este sentido, más bien parece que la educación conjunta puede suponer cierto lastre para el rendimiento académico de las chicas.
A partir de la preadolescencia, la educación en las mismas aulas de chicos y chicas da lugar a numerosas ineficiencias, derivadas del comportamiento natural de chicos y chicas en una edad en la que despiertan los instintos de aproximación sexual.
Por último, la ideología que pretende imponer la mezcolanza en todo demuestra su incoherencia en otros aspectos de la vida: a nadie le parece mal que chicos y chicas estén segregados en la práctica de los deportes; y nadie ha protestado porque los lavabos de los bares y de todos los edificios públicos estén segregados y rotulados por sexos.
Sin duda es bueno que chicos y chicas se vean como equivalentes, que se conozcan, y que aprendan a respetarse y valorarse desde niños. Ambos sexos están condenados a atraerse, a unirse, y a formar familias que seria deseable que gozaran de la máxima estabilidad. Pero habrá que reconocer que tras 40 años de enseñanza conjunta, el machismo sigue campando a sus anchas en la sociedad, y los divorcios no han hecho sino aumentar.
No tengo una postura definida al respecto. Pero creo que, al menos, merece la pena reflexionar sobre la cuestión.