Cada dos meses, don Miguel hace su maleta y vuelve al pueblo, a casa de su nuera. Muchos ancianos como él, rotan de casa en casa para estar atendidos por su familia.
Después del mareo del viaje, don Miguel pasa algunos días con el sueño descolocado y se despista para encontrar el cuarto de baño. También la familia ha de adaptarse a la nueva situación. El nieto se cambia al piso de arriba porque el abuelo no puede con las escaleras y, desde hoy, en su higiene le ayudará una hija diferente que el mes pasado. Son cambios que pueden resultar estresantes tanto para el anciano como para la familia que lo acoge. No es raro que en la casa del hijo haya alguna crisis por desempleo, jubilación o menopausia. El abuelo trae en el equipaje su situación personal, edad, enfermedades y carácter. Pero con el traslado hay una gran ventaja, las cosas están más a su medida en el pueblo y puede salir a pasear bajo el sol, lejos de una gran ciudad, tan inhóspita para sus pasos. La presencia de abuelos golondrina es muy frecuente en el ámbito rural.
Una familia donde hay abuelos presentes es una escuela de relaciones intergeneracionales, fuente de imágenes positivas sobre la vejez. Los abuelos ayudan a integrar la familia, dan estabilidad y unión, aportan criterios. Ellos nos trasmiten las tradiciones, los valores y la cultura que heredamos, los cuentos y las costumbres. Sus valiosas aportaciones son complementarias a las de los padres.
En la sociedad española de hace unas décadas, casi todas las mujeres eran amas de casa y tenían encomendado el cuidado de sus mayores. Hoy, una gran parte de las mujeres se ha incorporado al mundo laboral y como aún no está muy arraigada la cultura de ingresar a los mayores en residencias geriátricas, o se rota la atención o son los inmigrantes quienes se hacen cargo de esta tarea en la casa del propio anciano.
A medida que los abuelos se hacen mayores y su salud se vuelve más delicada, cuidarlos puede resultar agotador. Algunos necesitan atenciones día y noche, como si fueran bebés, sin moverse de casa. Por eso, ocuparse de ellos más de un mes suele afectar al equilibrio familiar. El principal soporte del anciano es la familia pero todas las relaciones sociales le aportan bienestar psicológico, le ayudan a mantener la salud y la autoestima, y si además tiene asignadas tareas en la casa, es más fácil evitar el sentimiento de inutilidad y de soledad.
La Ley de Dependencia española contempla ayudas económicas para los cuidadores familiares. Es un gran logro social, el ‘cuarto pilar’ del Estado de Bienestar pero se plantean numerosas cuestiones prácticas complejas de resolver. Cuando hay rotación es difícil decidir quién es el cuidador familiar o cuál de los hijos puede decidir la forma de cuidar a un anciano con demencia senil. Poner de acuerdo a los hijos puede resultar muy complicado. A veces será preciso visitar las casas de todos ellos para ver cuál resulta más idónea para acoger al mayor. Parece mentira pero se dan casos en los que todos quieren ser el cuidador con tal de recibir la paga.
Se están marcando mínimos de tres meses seguidos para que un cuidador familiar pueda hacerse cargo del anciano y darse de alta en la Seguridad Social. Con ello se trata de primar la calidad de vida de los mayores porque cambiarlos de casa por periodos más cortos no es conveniente para ellos.
Hay que valorar también la situación de las mujeres, hijas o nueras, algunas ya jubiladas, que hacen diariamente y durante tres meses seguidos una tarea que emplearía al menos a dos enfermeras. Hacer compatibles los deberes de hija, trabajadora, madre y esposa puede generar crisis personales y enfermedades. De ahí la necesidad del apoyo dentro de la familia y en la sociedad.
Se dan tantas situaciones y casos particulares como abuelos y familias. Será preciso recorrer este camino con medidas prácticas, viables y donde se pida a los familiares responsabilidades concretas en el compromiso ineludible con sus mayores.
María José Atiénzar
Periodista