Cada persona es única e irrepetible, realmente no existe en el mundo nadie igual que tú. Somos piezas únicas y por tanto muy valiosas. Si te regalan un jarrón de cristal tallado a mano, con incrustaciones de piedras preciosas, rubíes, esmeraldas, zafiros y diamantes, valiosísimo por su exclusividad y su riqueza, ¿en qué lugar de tu casa lo colocarías? Seguramente buscarás el mejor lugar, un sitio preferente de la casa. Quizá lo colocarás en una vitrina para protegerlo y evitar que sufra ningún daño y a menudo lo limpiarás para que las piedras preciosas brillen con todo su esplendor. Cada vez que pases delante de él, lo mirarás con gusto y te sentirás orgulloso de ser el poseedor de ese único y maravilloso jarrón.
Tú eres ese jarrón, ese ser en la vida único e irremplazable, aunque a veces te cueste creerlo. Tus capacidades son las piedras preciosas que te adornan y te aseguro que, si las pules y las limpias irradian la luz que enciende los rincones de tu ser.
Cuando te miras desde la aceptación de quien eres, tal como eres, sientes la satisfacción de estar a gusto dentro de tu piel, te sientes completo y por tanto la persona más rica del mundo. Al contrario, cuando te comparas, no te aceptas o te ridiculizas no reconociendo tus capacidades, desarrollas sentimientos de inferioridad y, ya pueden decirte los demás cosas agradables sobre ti, no les creerás, pensarás que se burlan, que te toman el pelo o que algo quieren de ti.
Aceptarnos por tanto es: reconocer nuestras necesidades afectivas, nuestros sentimientos, permitiendo que afloren para que sean el motor de nuestra vida. En la medida que regimos nuestros actos desde esa apuesta por nosotros mismos, comenzamos a experimentar esa felicidad interior que solo puede provenir del amor auténtico.
La aceptación de uno mismo es absolutamente necesaria para nuestra evolución. Solo podemos desarrollar todo nuestro potencial si creemos en nosotros y aceptamos lo que tenemos, pero, sobre todo, si aceptamos a quienes somos, con nuestras capacidades y también con nuestras limitaciones. Sólo así podemos amar a los otros, si les aceptamos completos, tal y como son.
Aceptar a los demás significa renunciar a la idea de que el otro sea como yo quiero que sea, cosa que no siempre resulta sencilla porque para ello primero tenemos que renunciar a nuestro propio ego. Cuando hacemos esta renuncia, podemos ver que el otro es diferente de nosotros, tiene sus características peculiares y únicas, su propia forma de percibir y leer el mundo y los acontecimientos que le rodean y su particular manera de interpretar la realidad y, por supuesto, no tiene por qué coincidir con la nuestra.
Aceptar al otro significa reconocer que si bien el otro es diferente de nosotros, tiene las mismas necesidades de ser aceptado, de amar y ser amado.
Ver al otro con sus ojos, nos permite acercarnos a su mundo desde su personal visión del mismo y comprender lo que, de no verlo así, nos resultaría incomprensible. Esta es la mayor muestra de amor incondicional que podemos ofrecerle.
Si cada uno somos un misterio para nosotros mismos, el amor también guarda un misterio, así, tanto cuando trabajamos sobre nosotros mismos para desvelar nuestras incógnitas, como cuando decidimos descubrir el amor y vivir desde ese amor como elección, nuestra vida se vuelve más rica y apasionante.
Cuando amamos a otra persona realmente, también aceptamos el misterio que es. Querer conocerla y amarla, abre ante nosotros un mundo de posibilidades que nos enriquece nutriendo nuestra vida. Ahora bien, si caemos en la obstinación de querer poseerla, pondremos en marcha un repertorio de actitudes perniciosas como celos y manipulaciones, que terminarán por destruir a la persona y al amor en sí mismo, porque esta deformación del amor está enmarcada en una mentira personal, en la ceguera de nosotros mismos, en el miedo que se anida en el desconocimiento de nuestra mismidad.
Para poder amar de verdad y de forma incondicional tenemos que abandonar el egoísmo y refrenar nuestro deseo del control.
Aceptar a los demás significa renunciar a la idea de que el otro sea como yo quiero que sea Muchas personas creen que es más importante ser amado que amar y eso crea problemas muy profundos en las relaciones, porque se instaura una lucha constante por conseguir el amor del otro
Una persona no puede ser para otra un medio. Cada persona es una finalidad en sí misma, y ésta es la clave del amor.
Si cuando amamos queremos poseer al otro, pondremos en marcha un repertorio de actitudes y manipulaciones, que terminarán por destruir al amor en sí mismo.
María Guerrero
Psicóloga y colaboradora del Teléfono de la Esperanza