Cuán penoso es siempre en España al avance hacia formas de gobierno y convivencia pacífica y democrática entre opciones ideológicas que no supongan fracturas sociales, enfrentamientos cainitas, vandalismos del poder, caciquismos de uno u otro signo, -incluido el caciquismo clerical,- nepotismo, prevaricación, cohecho, y otras figuras jurídicas de la corrupción y la hipocresía moral, acompañado todo por las dificultades de vida y la miseria pura y dura de los de “abajo” ( que deberían estar arriba) vampirizados sus bolsillos y destrozadas sus vidas por los de “arriba” ( que deberían estar abajo).
Mas como estar en un polo o en el contrario produce desgracias históricas de largo alcance, es urgente encontrar el modo de nivelar el acceso a la misma acera de la vida para negros y blancos y para pobres y ricos para que compartamos el mismo privilegio, para que nadie tenga que pisar el barro de la calzada y para que no haya quienes miren con desdén desde su acera impoluta a los que andan pringados en el barrizal. Eso de los privilegios por los genes de papá o por engañar, explotar o violentar para tener lo que a otros se quita debe terminar de una vez en este mundo. Y, desde luego, en este país.
En la triste España de hoy, el opio que se suministra al pueblo para hacerle llevadera su penosa situación se ha diversificado. Ya no es solo la adormidera católica, pues el capitalismo pedestre ha sustituido el hipnotismo de los predicadores decadentes de iglesia por el hipnotismo televisivo de los predicadores decadentes y mentirosos de la política, y añadido a la idolatría de las imágenes de santos de piedra la idolatría a millonarios que juegan al futbol, o a los que se desgañitan en los escenarios cantando en inglés. Y decenas de miles de jóvenes sin empleo ni futuro claro alcoholizándose a marchas forzadas con su propio opio embotellado.
Este conjunto de elementos perversos no pueden ir sino servidos y/o acompañados de unos empresarios y políticos con una obsesión enfermiza por enriquecerse sin importarle un comino a la mayoría de ellos la salud, la dignidad ni el bienestar de los trabajadores gracias a los cuales viven como viven. Por ello existe tanta desafección general por la política, tanta desmotivación laboral y un rendimiento en el trabajo por debajo del que podría esperarse dado el abrumador número de horas que se está en la brecha laboral.
De que tantos políticos sean unos sinvergÁ¼enzas no tienen culpa los trabajadores, ni tampoco del bajo rendimiento de las empresas, aunque estén desmotivados, sino que de la política los señores políticos que carecen de moral, y de los malos resultados empresariales los propietarios de las industrias y negocios que carecen de cultura empresarial, organizan fatal el trabajo, huyen del diálogo con los obreros, se creen que están por encima de ellos porque tienen más dinero negro, tienen pánico al riesgo y más aún a repartir beneficios, pero no a viajar a paraísos fiscales con bolsas de basura repletas de billetes clandestinos.
EL RETRATO-ROBOT DE LA DECADENCIA ESPAÑOLA
Como consecuencia de todos estos males de fondo, el retrato-robot de España arroja estas duras realidades:
Un país políticamente corrompido,
Socialmente desestructurado
Psicológicamente desesperanzado, frustrado, cabreado y desengañado de los gobiernos y clero,
Económicamente arruinado por decenios por causa de banqueros y corruptos políticos,
Militarmente dependiente –vía OTAN- de los EEUU,
Culturalmente atrasado y colonizado por la cultura anglosajona, especialmente norteamericana,
Judicialmente dependiente del gobierno de turno y tan falto de credibilidad como él.
Religiosamente medieval, fanático, pagano y folklórico,
Educacionalmente en el vagón de cola de la educación mundial y la instrucción.
Internacionalmente desacreditado.
Si recuerdan “El Retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde (aquel escritor inglés lúcido, irónico y socialista de los de antes), recordarán el proceso de cómo va adquiriendo rasgos cada vez más feos la imagen a medida que el modelo va degenerando moralmente. En este sentido, el retrato del país llamado España no cesa de afearse, y ahora, hoy mismo, se ha llegado a un punto en que es imposible recomponer una imagen cuando menos aceptable como no consigamos detener este proceso de invasión de la maldad aplicada a la vida pública y el cuadro siga afeándose sin que pongamos el remedio.
El retrato nacional precisa de una urgente restauración llevada a cabo con la ayuda de quien mejor sabe pintar la historia de un país: el pueblo soberano. Ya lo hizo en la Segunda República, aunque no tuvo tiempo de terminarlo: llegaron los gamberros de la historia demasiado pronto, mataron a los mejores pintores y quemaron sus ideas. Pero la historia no tiene por qué repetirse cuando se ha aprendido la lección. ¿La aprendimos?
Es urgente la regeneración ética, política, cultural y espiritual en número suficiente de personas para que el cuadro pueda resultar hermoso y sus paisajes habitables. Eso, o España estará condenada a repetir lo mismo cuantas veces se les antoje a los mismos.