En recientes fechas se concedieron los premios Goya del cine español, en donde son valoradas, entre otras cualidades dignas de premio, las dotes interpretativas de los actores.
Como viene siendo costumbre desde hace un tiempo, este acto se ha convertido un altavoz reivindicativo en donde algunos de nuestros artistas expresan libremente opiniones y manifiestan ciertos pensamientos sociales que muchos compartimos, aunque a algunos no les guste escucharlos y los invaliden por el mero hecho de ser opiniones no basadas en cátedra y se las compare con la voz de cualquier otro trabajador de este país por no tratarse de expertos que dominan ninguna ciencia o arte, salvo la interpretativa, y se les tache de poco más que de faranduleros.
Recordemos que, como cualquier otra persona, pueden expresarse libremente y poner de manifiesto cuantas intenciones deseen sin que por el hecho de hacerlo en un foro tan escuchado (que por otra parte les pertenece), sea ni más ni menos creíble que otros, siempre y cuando no agredan el buen gusto o la verdad, ya que no interfieren decisiones políticas o de estado, ni menoscaban la credibilidad de estamento alguno, que ya a se encargarán de ello sus propios estamentarios.
Sin embargo, sí que existen otros cuyas dotes interpretativas superan con creces las de nuestros mejores actores y éstos no les critican por inmiscuirse en su labor escénica. Todos nosotros podemos ver a diario a muchos de ellos (con la conciencia muy tranquila, según ellos mismos manifiestan) entrando y saliendo de los juzgados, en ruedas de prensa defendiendo, entre simulaciones, la supuesta honorabilidad de su propio partido político y sus cabezas pensantes, o la cuestionable virtud de una nobleza que se resquebraja, mostrando todos ellos una figura depurada de si mismos, a todas luces falsa y que no es sino otra farándula (y muy bien pagada, por cierto por todos nosotros), que se disfrazan de verdad para representar la comedia que pretenden. Son excelentes actores, dotados de extraordinarias facultades dramáticas para la impostura que superarían con creces en frialdad y aplomo al más experimentado actor o actriz aún bajo los efectos del conocido método Stanislavski.
Es acongojante la capacidad interpretativa, su indiferencia, su artificio y su aplomo para defender lo indefendible, salvar el culo y salir, además, indemnes de todo, con la pasta ya no en la mano, sino donde quiera que esté.
Cualquier día se les aplaudirá por ser excelentes actores y no por lo que se supone que son. O se les dará el Goya a la figura interpretativa del “presunto inocente acusado falsamente”.
Ya veremos qué pasa cuando las máscaras caigan y su película termine. Al tiempo.