CAMBIAMUNDOS Y REVOLUCIONARIOS
Hace milenios que el mundo está mal, pero tal vez ahora está peor que nunca.
Hace milenios que existen partidarios de cambiar las cosas, y a lo largo del tiempo van adoptando diversos disfraces. Cuidado con los de piel de oveja.
Como sucede a una casa antigua sucede en el mundo a nuestro alrededor. En la casa avejentada y debilitada, un día vemos una pared desconchada por la humedad, un techo que se agrieta, una viga que cede, y llega un momento en que la estructura de la casa ya no soporta el tiempo y es preciso renovar. Hasta es posible que decidamos cambiar la estructura misma y modernizarla con nuevas ideas, porque la anterior ya no se acomoda a nuestras necesidades.
Así sucede ahora mismo con el estado de esta casa llamada “mundo” que habitamos a diario.
Algunos, hartos, piden que se pare para poderse apear, pero otros siempre han apostado por transformarlo para hacerlo más seguro, más bello, más justo y digno de nuestra especie. Sin embargo, a la hora de la verdad, existen serias divergencias.
El reformador conformista dirá que lo mejor es disimular su estado con manos de pintura, apuntalar vigas carcomidas y tapar goteras, pero nada de sanear muros, poner vigas sanas o cambiar el tejado agujereado.
Otro, más radical, le objetará que eso no soluciona el problema, que lo que hay que hacer es cambiar toda la estructura, porque eso es solo un lavado de cara de un enfermo terminal.
Y todavía un tercero añadirá que el problema es más profundo aún, que antes que ponerse a modificar la estructura material es preciso modificar y perfeccionar la estructura inmaterial, o sea, la mente del arquitecto, para que el diseño que conciba sea perfecto.
Este último reformador está a favor del cambio total, pero en él incluye el del propio personal que aspira al cambio, lo que añade una tercera y nueva dimensión al asunto. Tal es la postura de las personas que dan prioridad al espíritu sobre la materia, y al mundo interior sobre el mundo exterior, al que consideran su reflejo. En esta línea se encuentran todos los revolucionarios espirituales. El primero de todos, Jesús el carpintero de Nazaret, el Cristo, Quien dijo: “Una nueva humanidad está surgiendo. Yo, Cristo, traigo a los Míos, que verdaderamente Me siguen, la reforma interna, la renovación espiritual para la vida interna. El mundo de los sentidos, perece. El mundo espiritual asciende, y con él, todos los que están orientados a Mí, Cristo; ellos son los nobles, los finos, los que traen la vida interna, la nueva humanidad en Mí, el Cristo.
Muchos que están centrados en el mundo contemplarán el campo de la muerte y al final entrarán con las manos vacías en el reino de la muerte, en el que vivirán en calidad de espiritualmente muertos. Son aquellos que no han sido capaces de de conducir su existencia terrenal, que en la escuela Tierra han desperdiciado la ocasión de crecer internamente”.(*)
¿Cuál de las tres opciones puede ser mejor, amigo lector? Si le parece, situémonos ante los hechos.
Nuestra casa mundo se está hundiendo y todos los días tenemos nuevos datos sobre el estado del derrumbe: acelerada extinción de especies animales ( una espada de Damocles sobre nuestras vidas), ruptura definitiva del equilibrio ecológico planetario, cambio climático imparable, inundaciones, terremotos, sequías, desviación en varios kilómetros del eje magnético de los polos, agotamiento progresivo e insustituible del agua y de la tierra cultivable, desforestación mundial por incendios y talas, cainismo en guerras, y asesinatos en el mundo animal a gran escala para consumo, experimentos y diversión. Y muchas cosas más.
Este es el edificio en ruinas ante el que nos encontramos, derrumbándose como castillo de naipes, y debemos sincerarnos en este punto y reconocer que los autores de semejante barbaridad no pueden ser otros que bárbaros. O sea: nuestra especie, esta especie a la que no cesamos de atribuirle inteligencia y considerar civilizada.
Y cuando digo “nuestra especie”, por favor, amigo lector, no intentemos quedarnos al margen usted y yo como si fuésemos inocentes, porque ¿quién no ha cometido o comete una parte, por mínima que sea, de la gran tropelía mundial? ¿Existe, acaso, quien esté libre de pecado contra las leyes naturales y las leyes divinas del amor y del respeto al semejante? Alguno dirá: “Oh, es la condición humana”. Estos son los que dicen aquello de “que se pare el mundo, que me apeo”, harto de esa condición humana que es también la suya. Alguno se suicida, desesperado por no hallar la puerta de salida de esta casa en ruinas. Otros quieren poner bombas para acelerar el derrumbe y acabar con la condición humana insoportable. Otros, en cambio, quieren introducir elementos nuevos, cambiar cosas. Los que abogan por su propia reforma interior trabajan en su vida diaria para ser capaces de proyectar la energía positiva de su interior sobre el mundo exterior, proyectando amor sobre el desamor o la indiferencia; cooperación sobre individualismo, paz sobre violencia; perdón sobre rencor; alegría sobre depresión y tristeza; esperanza sobre desesperanza; bondad sobre maldad; armonía sobre desarmonía y conflicto; justicia sobre injusticia; libertad sobre dominación; altruismo sobre egoísmo. Consideran que poner en circulación esas energías y otras parecidas es la manera de hacer el mundo habitable, y la existencia y convivencia a la altura de nuestra verdadera condición.
Buscan con su trabajo interno y sus actitudes cotidianas en su trabajo y con sus semejantes neutralizar las energías negativas que circulan por el mundo, que son los obstáculos de toda verdadera revolución.
Contra esos obstáculos se presentan tres clases de grupos, pero cuidado, de nuevo, con los de piel de oveja.
El más común es el de los escribas y fariseos, representados por la mayoría de intelectuales, que son gentes que viven de ideas y no se casan con ninguna, pero hablan de cambiar el mundo de acuerdo con ellas. Son los idealistas, los teóricos, los predicadores de principios que no se esfuerzan en cumplir. Unos hablan en los púlpitos, otros en las cátedras o en los medios, y otros hasta encabezan manifestaciones como salvadores aparentes de los que van detrás.
Como sucede con el ejemplo de una casa que está a punto de hundirse, y que unos quieren reformar y otros hacerla nueva, en nuestro mundo existen diversos grupos genéricos que dicen querer cambiar las cosas, y a cada uno de ellos el lector podrá ponerle los nombres y apellidos que de sobra conoce.
El primero se presenta como Sindicalista o como Político y quiere mejorar las condiciones de los trabajadores o de los ciudadanos, según el caso, pero sin hacer enfadar al patrón, porque el patrón los tiene en nómina bajo el epígrafe: “Subvenciones a sindicatos y partidos, liberación de cargos sindicales y políticos, y otros privilegios”. Ninguno de ellos, como es propio de su condición, se propone cambiar el edificio, solo darle algunos retoques. Le basta con tapar – de acuerdo con el patrón- algunas goteras. Y el mundo sigue girando con toda su miseria.
El segundo grupo se presenta como Transformador Radical. Quiere cambiar el mundo de arriba abajo, pero sin que ninguno de sus miembros se plantee cambiarse a sí mismo. Algunos probaron varias revoluciones y todas fracasaron porque los nuevos amos reprodujeron los viejos modelos. Sus artífices no reconocieron que por no aceptar su propio cambio, no habrían de tener cabida en su mundo ideal de hombres perfectos en una sociedad perfecta. Allí, sus habitantes les rechazarían por primitivos.
El tercer grupo se presenta como Religioso. Es como los dos anteriores, pero guardan una estética diferente. Eso, sí: solo la puesta en escena y el vestuario. Por lo demás, viven en palacios y siguen viviendo del idealismo hipócrita y con la falta de compromiso en el propio cambio que caracteriza a los intelectuales de cualquier otro signo. Aceptan encantados ser mantenidos por los otros dos grupos y a la vez pretenden dominarlos para vivir con sus propias leyes, que, por cierto, contradicen a las que dicen respetar cara a la galería y que constituyen sus señas de identidad oficial. Estos son los peores de los aspirantes a arquitectos mundiales.
Por último, están los Trabajadores del Interior. Estos aspiran a cambiarse a sí mismos, pues mantienen el principio de que la sociedad muestra, a gran escala, quiénes son los individuos que la formamos, igual que un organismo da testimonio de la salud o enfermedad de sus células, y solo una mente liberada de prejuicios y deseos de riqueza, poder y prestigio; solo una mente independiente y crítica es capaz de transformar el mundo. Defienden que si tal cosa no ha sido posible hasta hoy es debido a la existencia de profundas miserias en el corazón humano. Por ello se esfuerzan por vivir según las leyes de la conciencia universalmente aceptadas como son los Mandamientos dados a Moisés y el Sermón de la Montaña de Jesús.
Muchos de estos” trabajadores del interior”, manifiestan a menudo su rechazo a los grupos anteriores por considerar que se quedan a medio camino, y manifiestan que nadie ha desacreditado tanto al deísmo como los deístas, y al cristianismo como los supuestos cristianos; que nadie ha desacreditado tanto al marxismo como los supuestos marxistas; que nadie ha desacreditado tanto la democracia como los políticos supuestamente demócratas, ni a la familia patriarcal como el machismo, ni a la propiedad como los capitalistas. Todos ellos han modelado sus principios y actuaciones hasta confluir en esto que se viene llamando El Sistema, y que dirige el mundo bajo una u otra capa de barniz, bien sea religioso, político, social, cultural o económico. Un barniz de mentiras tan superficial que no resiste ni el empuje de una uña de verdad para quedar en evidencia.
Así que hemos llegado a un punto en que es preciso rescatar la espiritualidad de las Iglesias que la convierten en religión; la democracia de los Parlamentos donde está secuestrada; la política de los políticos que la monopolizan; la familia del machismo patriarcal; la verdadera Ciencia de los científicos que juegan a ser dioses; el dinero de los usureros que vampirizan, y así sucesivamente. Para ello, cada uno debemos tener la suficiente autoestima y fuerza interior como para evitar ser manipulados por los arquitectos del sistema; entonces podremos esperar cambios verdaderos.
No puedo dejar de mencionar los numerosos grupos cívicos – no controlados por sindicatos, partidos o iglesias- que protestan en todo el mundo contra los numerosos crímenes, atentados contra la justicia, abusos de poder, corrupción, usura bancaria, h tantas otras cosas, y que al igual que el grupo de trabajadores del interior ( al que muchos de ellos pertenecen) son la diana de los ataques de los otros grupos, que al fin y al cabo se alienan al lado del Sistema aunque utilicen siglas de partidos o sindicatos antiguamente revolucionarios en lo social. Y si para estos la movilización autónoma de los ciudadanos es algo que compromete su existencia porque les desenmascara ante la ciudadanía por pusilánimes y alejados de sus verdaderos problemas, lo mismo les sucede a los movimientos espirituales, que rechazan e intentan silenciar las Iglesias porque muestran ante sus seguidores la impostura de sus dirigentes.
Trabajar por una nueva humanidad civilizada habitando una casa-mundo reconstruida en el interior de cada uno es el gran reto que hoy tenemos ante nosotros. De esta victoria que primero es interna, personal, y luego se vuelca en las conductas depende sin duda la gran victoria final. De lo contrario, ¿a qué humanidad podremos aspirar? El viejo mundo agoniza y las viejas recetas ya no sirven a nadie.
(*) Las grandes enseñanzas cósmicas de Jesús de Nazaret». ( http://www.das-word.com)