¿Tenemos un concepto equivocado sobre el significado de «bajo en calorías»?
Cada vez existen más opciones en el mercado para, en teoría, reducir las kilocalorías que consumimos en la dieta. Se envasan todo tipo de alimentos «bajos en calorías», a los que se les indica el porcentaje de grasas y azúcares. Así, vemos en las etiquetas, por ejemplo, un gran «0%» (para que sepamos que el alimento en sí no tiene grasa) o «sin azúcares añadidos», que en principio debería servir de orientación para los diabéticos, pero en la práctica tendemos a creer que todo lo «cero por ciento» y todo lo que no tenga azúcar, es mejor para la salud y no engorda, cuando eso es una falsedad como un templo.
A medida que aumenta el sobrepeso y la obesidad en las sociedades desarrolladas y las enfermedades relacionadas con la opulencia alimentaria, surgen más y más productos presuntamente saludables y las autoridades sanitarias cada vez alzan más la voz poniendo énfasis en que la población debe cambiar sus hábitos alimenticios. Pero en la práctica, seguimos engordando, junto con padecimientos cardiovasculares, óseos y un larguísimo etcétera, derivados de sobrecargar al organismo de nutrientes y no nutrientes, un día sí y otro también, y de practicar una vida comodona o lo que yo llamo «el sedentarismo consumista». Lo peor es que nuestros niños también están engordando y eso es algo imperdonable, ya que los estamos condenando a sufrir en el presente y futuro por culpa de nuestros cambios de hábitos. Estamos orientándonos hacia una ignorancia cultural a la que nos abocan nuestras tóxicas democracias y la inmediatez de los medios, que nos crean nuevas creencias irracionales en torno a la alimentación y los hábitos relacionados con la salud.
Existe un abismo insalvable entre los discursos e indicaciones de las élites de la nutrición y la población. Los primeros se consideran autoridades y observan desde arriba, con datos, estudios y estadísticas en mano, para determinar lo que es bueno y lo que es malo, como hacen los sacerdotes con sus feligreses, ya que son también autoridades, aunque de otra índole. Los segundos se dedican a vivir en una sociedad determinada, rodeados de mensajes inmediatos y contradictorios que provienen de todas partes, donde la libertad de expresión llega hasta unos límites de irresponsabilidad dignos de un delincuente y todo el mundo puede exponer su incultura y cinismo sin pudor.
Así nos pueden engañar con los productos «cero por ciento» y «sin azúcares añadidos». Es cierto que, por ejemplo, un yogur desnatado puede tener el 50% menos de energía en forma de nutrientes que un yogur entero, pero eso sólo supone unas pocas kilocalorías menos. ¿Quién nos dice que no las añadiremos luego con otro alimento? Sin embargo, algunos productos «sin azúcares añadidos» son más energéticos que los que sí traen azúcar. Es decir, las etiquetas de los alimentos no nos garantizan nada y nos inducen al autoengaño (como esto no engorda, me lo puedo comer sin control o lo puedo comer de más). La información es contraproducente en una población completamente confundida. Creemos que si consumimos cosas «sin azúcar» y «sin grasas» adelgazaremos y que el azúcar y las grasas engordan, cuando es totalmente falso. De hecho, en principio los productos desnatados deberían ser específicos para quienes tienen el colesterol y/o los triglicéridos elevados y los productos sin azúcar deberían ser específicos para diabéticos. Pero las personas sanas deberían saber lo que están comiendo sin engaños o etiquetas fraudulentas. Así seguiremos dando vueltas en círculo.