Está lloviendo a cántaros, Pablo Guerrero, está lloviendo a cántaros. Tú cantabas lo de “que tiene que llover”. Pero yo te digo que ya está lloviendo, y mucho. Está lloviendo en abundancia, con mucha fuerza, es decir, a cántaros. Y bajo este diluvio, que es un verdadero insulto a la inteligencia, más de seis millones de indefensos ciudadanos, más de seis, que contemplan con desesperación y a pie de calle, cómo sus menesteres más preciados se diluyen para siempre por entre un torrente de dichos y hechos fuera de toda razón y sentido; claro que, convenientemente adobados para la propia conveniencia y el bienestar de los que siempre tuvieron bien agarrada la vara del ordeno y mando. Que está lloviendo a cántaros, sí, mas solamente se empapan los apaleados, los desheredados de la fortuna.
Cuando en un determinado editorial se apunta a que actualmente estamos ante una “sucesión de records: el mayor número de parados, la tasa de paro más alta, un nivel insólito de desempleo juvenil y un drama social y político”, lo que está mostrando este medio a la luz de la placa no es ni más ni menos que la lacerante realidad en la que se encuentra este pobrecito país, apuñalado en su corazón económico por auténticos canallas que con la palabra España en las bocas se pasean sin escrúpulos ni pudor ninguno por los paraísos fiscales de medio mundo. Un abecedario de ignominias que apuntan solamente en una única dirección: la de los más de seis millones de desfavorecidos, más de seis, que sumidos en la desesperanza ven cómo sus vidas se desangran día a día sin que ningún político tenga las gónadas suficientes para contener esta hemorragia.
La aberración en que se ha convertido el mercado laboral español viene a echar de sus respectivas comunidades, camino de una vergonzosa y obligada emigración, a un gran número de jóvenes talentos que sí que encuentran el acomodo necesario en otros países mejor estructurados que el nuestro, más limpios y con gobiernos menos mediocres que el que tristemente estamos padeciendo. Jóvenes que, sin lugar a dudas, donde se van a dejar el sudor y el producto de ese sudor no es precisamente en la Hispania de la señora Aguirre. Si a esto añadimos el segmento de la población juvenil que sufre el más cruel de los ostracismos y que, de momento, va a “disfrutar” del estado ese que se denomina “sin oficio ni beneficio”. Y si adicionamos a todo ello, el escozor y el malestar tremendo que martiriza a las distintas capas sociales por la aplicación mediante decreto de una política retrógrada donde las haya, pues habremos culminado esa “sucesión de records” de que se hablaba en el ya citado editorial.
Por eso, mi estimado Pablo Guerrero, no es “que tiene que llover”. Es que ya está lloviendo, insistentemente, sin piedad, sobre las más de seis millones de personas sin trabajo, más de seis, que conforman la actual radiografía, cara al interior y al exterior (la verdadera marca), de un lugar -dicen que europeo y de cuyo nombre no quiero acordarme- sometido a toda clase de vejaciones por una irracional y cateta clase política que gobierna desde su particular atalaya de cristales tintados. Así que, amigo cantautor, no lo dudes. Que no es “que tiene que llover”. Es que viene lloviendo, desde hace ya algún tiempo, en abundancia, con mucha fuerza; es decir, a cántaros.