Mientras confundamos ‘paz’ con ‘seguridad’, las respuestas internacionales serán inadecuadas a los desafíos y desproporcionadas.
Al informar sobre la muerte de los tres somalíes abatidos por la Armada de Estados Unidos, varios periódicos hablaban de un gran golpe a la piratería, «que ha sembrado el pánico y la inseguridad en el Ándico con decenas de secuestros de barcos». Si esto fuera lo primero que una persona lee sobre los recientes asaltos, se imaginaría una guerra de piratas en medio del océano más parecida a lo que ocurría en el siglo XVII que a lo que sucede hoy en Somalia.
El alarmismo de la televisión y la prensa respecto a la situación en Somalia refuerza su papel como correas de transmisión de grandes poderes. La imagen de caos en la zona refuerza al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y a la OTAN en sus definiciones de ‘amenaza’ a la paz y la seguridad internacionales.
Después de la guerra fría, los Estados han consentido las interpretaciones que hace el Consejo de Seguridad del Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas. La utilización indistinta de los términos ‘paz’ y ‘seguridad’ de la Carta favorece la deriva del concepto de paz hacia la imposición de una supuesta seguridad a cualquier precio. La respuesta a estos desafíos obedece al poder duro basado en la fuerza militar que se empleaba en las relaciones internacionales cuando el Estado era el referente absoluto. En estos días, son más relevantes la influencia económica y comercial y, sobre todo, el poder blando que acuñó Joseph Nye para definir el poder intangible de la cultura, de la cooperación y de la diplomacia. El papel de este tipo de influencia gana terreno conforme el mundo se hace cada vez más inter-independiente.
El analista Moisés Naím aludía a ese poder blando en un artículo reciente.
«En el mundo de hoy todos somos vecinos, la combinación de tecnología moderna con anarquía medieval y degradación ambiental crea graves riesgos para la seguridad internacional, los piratas son un ejemplo más de la ineficacia de los ejércitos mejor equipados de la historia para neutralizar a pequeñas bandas de civiles armados , ningún país, por más poderoso que sea, puede enfrentarse a solas a los piratas u otras amenazas similares».
En este mundo cabe la paradoja de que uno de los países más pobres del mundo tenga los mejores servicios de telecomunicaciones de África, con 724 mil teléfonos celulares activos. Esta tecnología les ha permitido, en 2008, obtener 150 millones de dólares por rescates y capturar 42 embarcaciones. A día de hoy, 18 barcos y 270 tripulantes están en sus manos.
A diferencia del grueso de la información de los grandes medios que hacen eco a los llamamientos para que la supuesta «comunidad internacional» busque métodos más eficaces para luchar contra la piratería, Naím cuenta cómo los pescadores somalíes se convirtieron en piratas en pocos años.
«En Somalia la falta de Gobierno permitió la abusiva explotación de su mar por flotas pesqueras extranjeras armadas con modernas tecnologías de pesca de arrastre». Esto les quitó a los pescadores su fuente de sustento. A partir de ahí, se aliaron con grupos armados locales para ahuyentar a los barcos pesqueros extranjeros.
«Pronto descubrieron lo fácil que era abordarlos, llevarlos a Somalia y cobrar un rescate para devolverlos. De allí a atacar superpetroleros hubo un solo paso».
Los piratas ahora hacen suya la falta de Gobierno que ha ayudado a crear el Consejo de Seguridad y las fuerzas multinacionales mediante Operaciones de Mantenimiento de la Paz. En quince años, no han logrado establecer las condiciones necesarias para alcanzar la paz para la reconciliación y el arreglo político nacional que «buscaban». En realidad, se han invertido miles de millones de dólares en la creación de un Estado fallido.
Ahora, Hillary Clinton anuncia medidas para sofocar los inconvenientes de la ausencia de Estado mediante el uso de la fuerza y mantener los beneficios que supone la vía libre para pescar en «aguas internacionales». Así podrán continuar su curso las toneladas de petróleo que circulan cada día por el Golfo de Adén sin que se tengan que idear rutas alternativas que costarían tiempo y millones de dólares. Para algunos, el mundo se quedará sin los piratas que amenazan sus intereses.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista