Sociopolítica

¿CLERICALISMO? NO, GRACIAS

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La Jerarquía eclesiástica ha venido denunciado frecuentemente que con este Gobierno la “Iglesia” se siente perseguida y acosada: “Se da una crítica y manipulación de los hechos de la Iglesia, un cerco inflexible y permanente por los medios de comunicación. Somos una Iglesia, crecientemente marginada. Lo que estamos viviendo, quizás sin darnos cuenta de ello, es un rechazo de la religión en cuanto tal, y más en concreto de la Iglesia católica y del mismo cristianismo” (Mons. Fernando Sebastián, Situación actual de la Iglesia: algunas orientaciones prácticas), Madrid, ITVR, 29 –III- 2007).

Discúlpenme, monseñores, que como católica que soy disienta de tales declaraciones. La causa de que tantos católicos discrepen y se distancien de la cúpula dirigente de la Iglesia no es debido al Gobierno actual ni a las leyes ni a los medios de comunicación. Es debido a ustedes, monseñores. Debido a esa postura despreciativa que ostentan; esa postura tan indiferente a la cercanía, a la igualdad, a los problemas de la gente; es a ese proceder tan alejado del Evangelio, a esa mentalidad católica que no tolera el hecho de compartir una laicidad; que se reserva en exclusividad la explicación y la salvación del ser humano y que descarta cualquier otro pensamiento. Ustedes, monseñores, se han situado en la sociedad como supremacía moral, y por lo mismo, no admiten que el Estado, por más democrático, laico y aconfesional que sea, pueda atribuirse el poder de enseñar y promulgar leyes que aseguren el bien y el progreso de los ciudadanos, porque creen que la salvación humana es insostenible sin la revelación cristiana depositada en la Iglesia Católica Y además, ¿acaso un gobierno socialista proveniente de la tradición revolucionaria y atea, puede estar capacitado para formular leyes moralmente justas? Ustedes, la Jerarquía eclesiástica, creen que no, por ello, institucionalmente hablando, siempre se han aliado con el poder, residente en la derecha, desde el que todavía pretenden seguir dictando.

Les voy a confesar una cosa, monseñores: contemplando las imágenes del pasado día 1 de abril, cuando en la Iglesia madrileña de los Jerónimos se oficiaba una misa en honor a los «caídos por España» y de todos los miembros de la División Azul, y veía como el párroco, padre Julián Melero, besaba la bandera falangista que sostenía un ex combatiente de la División Azul así como a los nostálgicos que se congregaron en las puertas del templo una vez terminada la misa, para entonar el Cara al Sol, sentí… ¿cómo les diría? Como un repeluz al tener ante mis ojos la imagen de ese modelo de Iglesia autoritaria y neoconservadora. Era la sensación de estar viviendo de nuevo en las dos Españas enfrentadas. Por un lado, los defensores de una España más laica y de un Estado que la haga posible; por el otro, un polo social, mediático, político y eclesiástico que reivindica la identidad tradicional española desde la cual seguir mandando.

Monseñores, sinceramente, y se lo digo como creyente, no es que ustedes sean una Iglesia crecientemente marginada como dicen, es que creo que ni siquiera son consciente de cómo se están marginando ustedes mismos. Por ejemplo, permítanme una reflexión: la campaña antiaborto. Por supuesto que son ustedes libres de expresarse, faltaría más. Pero sufragar una campaña que ha costado millones, en una época de crisis cuando hay tantos niños en el mundo sufriendo miseria, ¿no creen que es una contradicción? ¿No creen que ese mensaje de no al aborto debería haber ido dirigido a los creyentes, de forma serena y comprensiva, y no a toda una sociedad que agrupa infinidad de casos, de pensamientos y de conciencias que hay que respetar estemos o no de acuerdo?

El mundo está cada vez más necesitado de paz, monseñores, de diálogo, de comprensión; ¿por qué provocar tanta polémica en nombre de la religión? ¿Ha tenido lógica la argumentación del papa Benedicto XVI durante su viaje a África, al recomendar la abstención sexual como única solución al flagelo del sida, oponiéndose al preservativo y los avances científicos, cuando dos tercios de la población son “seropositivas» ?

¿La ha tenido el Vaticano, alzándose como representante de la Iglesia Católica mundial en contra de la propuesta que presentó Francia ante la ONU el pasado 10 de diciembre para la despenalización universal de la homosexualidad? ¿Es consciente realmente el Vaticano de que con esa actitud ha demostrado que acepta como válida la persecución, la tortura y el asesinato de las personas homosexuales en el mundo, cosa que rechazamos la gran mayoría de católicos? Porque, yo me pregunto: ¿de qué le sirve seguir diciendo a la Santa Sede que está en contra de estos castigos si es incapaz de estampar una firma contra los mismos? ¿Por qué inventan conclusiones no recogidas en dicho documento como una legislación familiar homosexual? ¿Qué pretenden conseguir manteniendo esta actitud? La propuesta Francesa lo único que exige es que en varios países no se castigue ni con la muerte, ni con la cárcel, ni con un rechazo legislativo a homosexuales, lesbianas, transexuales y bisexuales. La propuesta francesa no busca ni que haya un matrimonio gay ni nada por el estilo, por favor. Después de esto, ¿como pretenden dar lecciones de moral?

El texto de Noruega del 2006 http://www.ilga.org/news-upload/NorwayStatementinSpanish.doc carece igualmente de mención expresa que reconozca los derechos familiares de gays y lesbianas, solo se centra en el derecho a la vida, la dignidad y la libertad, ¿por qué rechazó el Vaticano también aquel texto? ¡No lo entiendo!

Me opongo, monseñores. Me opongo rotundamente a que esta Iglesia Católica, a la cual pertenezco, esté alineada con aquellos regímenes políticos que reprimen a la población homosexual mediante el encarcelamiento y la condena a muerte, justificando todo esto como defensa de la pureza de la religión.

Me opongo a que el Vaticano, junto con la jerarquía católica que obedece, legitime y fomente la violencia hacia las personas homosexuales en todo el mundo. A que sigan desprestigiando al pueblo en quien en teoría deberían servir con humildad, y a que continúen haciendo de la Iglesia una institución represora y castigadora.

Acepten que los tiempos han cambiado. Que ya no se concibe la alianza de la Iglesia con los poderes estatales ni se concibe la supremacía de la religión católica ni el protagonismo del clero ni la supeditación de los conocimientos humanos al conocimiento teológico. Y esto lo entendió perfectamente el Concilio Vaticano II. ¿Lo recuerdan? Por primera vez, entonces, hubo una reconciliación oficial con el mundo moderno, con la democracia, la igualdad, el pluralismo y la libertad.

Por último, permítanme decirles, monseñores, que intenten escuchar todos los instrumentos. ¿Quien sabe? Quizás algún día consigan sentir íntimamente, esa maravillosa sinfonía que les haga despertar.

Maite García Romero

http://maitegarciaromero.blogspot.com

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.