Para muchos españoles, Mariano Rajoy ganó las pasadas elecciones, gracias a que el único partido que podría haberle disputado la victoria (PSOE), como el líder del mismo, Alfredo Pérez Rubalcaba, nunca fueron estimados rival en los comicios del 20-N.
En ningún momento los socialistas supieron ejercer de oposición, ni los votantes les consideraron alternativa de nada. Hasta que no se celebren nuevas confrontaciones, la sociedad solo puede manifestar y criticar la desastrosa situación en que nos encontramos, a través de las encuestas y sondeos de opinión, pero lo cierto es que con independencia de quien las encargue y pague, los porcentajes de desafección hacía Rajoy y su gestión gubernamental, todos coinciden en que están por los suelos.
Si el juicio se efectuase sobre realidades y al margen de abulias, temores y silencios presidenciales, la realidad es que en los 17 meses transcurridos desde que el PP gobierna el país, el desempleo ha crecido en 1.200.000 personas sin haberse arbitrado una sola estrategia válida pare reducirlo. A Rajoy en estos momentos solo le mantiene una mayoría absoluta totalmente ficticia, dado que son millones los votantes del PP que se consideran engañados por haberle otorgado su voto, estupidez que lógicamente no están dispuestos a volver a cometer. Ganar votaciones en el Congreso en base a sus 185 diputados, no significa hacer las cosas bien.
Tanto en el PP como en el PSOE, aunque por distintos motivos, necesitan la celebración de un Congreso Extraordinario cuanto antes, exento de pasteleos y tórpidas maniobras, en el cual se debatan y analicen en profundidad y con total honestidad, el programa político adecuado y la idoneidad requerida por el líder para poder aplicarlo con todas las consecuencias, y no solo como instrumento para aferrarse al poder como lapas, que es lo que está ocurriendo ahora. Para general desgracia, todo apunta a que tal Congreso ni está ni se le espera a corto plazo, y menos aún en el PP donde Rajoy mantiene perfectamente adiestrada a su guardia pretoriana, de la cual presume y promete mantener a lo largo de toda la legislatura con independencia de su valía y cualidades.
Sin poder ser consideradas como magnitudes comparables y al margen de los problemas que están originando las ansias independentistas catalanas y el ex gerente y posterior tesorero del partido Luis Barcenas, ahora reaparece en escena, tras un año y medio de silencio, el ex presidente de Gobierno, José María Aznar, con motivo de haber concedido una entrevista a la cadena de TV, Antena-3 y una audiencia de 2.200.000 televidentes, cuando normalmente los españoles pasan totalmente de programas de contenido político. Algo conseguido por dicho político, aunque sean muchos también los que han criticado la mencionada reaparición. Como dato a considerar, cabría apuntar que en todos los cuestionarios telefónicos planteados en las tertulias de debate político, en las cuales se preguntaba sobre la conveniencia o no del regreso de Aznar, más de un 70% apoyaron el retorno. Podrá alegarse que es un voto limitado e ignorante, pero por la misma razón cabría haberse decantado por la opción contraria.
Sin duda Aznar es un auténtico líder como ya lo demostró en sus dos legislaturas, cualidad de la que lamentablemente carece Rajoy. Decir como afirmó que lo procedente es bajar impuestos sería muy discutible actualmente e incluso ser considerado como demagógico. Su irreprimible deseo de reconocimiento y egocentrismo, en ocasiones le pierde y le puede. No obstante no es lícito negar su habilidad para lanzar proyectos, proponer soluciones y apelar a las sufridas clases medias, con lo cual se gana al auditorio, mientras que Rajoy se está equivocando con sus excesivas concesiones y tolerancias como el ya citado caso catalán y todo lo que representa. Las vejaciones e insultos en todos los aspectos hacía el Estado español sin intolerables.
Según personas próximas al presidente, todo el distanciamiento entre Aznar y Rajoy se gestó tras la reunión reservada que ambos mantuvieron en FAES en el otoño del año pasado. Al parecer, durante más de una hora, Rajoy estuvo escuchando las críticas en torno a su forma de gobernar, por parte de quien le nombró digitalmente, centrándose principalmente en la insuficiencia de la reforma laboral, la subida del IVA que repercutiría en el consumo, y el no haber reformado la legislación autonómica. Posteriormente Rajoy comentó con sus íntimos que llegó a sentirse muy molesto por el tono empleado por Aznar sin haberle reconocido ni el más mínimo mérito, como por ejemplo, el haber evitado el rescate de España.
Por ahora, predecir futuro de Aznar es una incógnita. Han conseguido centrar la atención de millones de ciudadanos cosechando críticas y alabanzas, pero en todos los casos escuchado y respetado. Sus acciones, si es que emprende alguna, dependerá de muchas circunstancias: apoyos, medios, economía, etc. Guste o no reconocerlo, el comportamiento del ex presidente ha dañado la autoridad del pusilánime Rajoy y las bases del PP han hechos suyos varios de los pronunciamientos de Aznar. Cuando se sigue hablando y mucho sobre la citada entrevista es porque ha calado profundamente y no solo entre votantes, bases y militancia del PP, sino en toda la ciudadanía española en general.