Mucha calma
Siempre me había impresionado la frase de Pablo, en el Areópago de Atenas: “Quería que lo buscasen a él, a ver si al menos a tientas lo encontraban, por más que no está lejos de cada uno de nosotros, pues en Á‰l vivimos, nos movemos y existimos”. Muchos planteamientos dogmáticos y morales se me venían abajo al considerar la inmensidad de esta reflexión, pero no acertaba a dar el salto consiguiente. Ahora que han pasado los años, por todas partes encuentro una reflexión similar: en los sabios hindúes, en el shivaísmo de Cachemira, en el budismo, en lo mejor del pensamiento sufí así como en la ancestral sabiduría de los ancianos de África o en los chamanes de cualquier latitud. Mirad si no lo que me ha venido a la mente:
El Maestro chan le dijo al discípulo:
– Vamos a dar un paseo por el monte. No es bueno estar siempre meditando, estudiando a los sabios o distanciado de la gente.
Caminaron en silencio desde el amanecer y, de repente, el discípulo le dijo:
– Venerable Maestro, ¿qué es el Tao?
– Continua caminando, – respondió el Maestro.
– Pero te he preguntado ¿qué es el Tao? Y tú no me contestas, – insistió el joven que creía que siempre había una respuesta para cada pregunta.
– ¿Acaso podríamos dar un solo paso sin el Tao? En el Tao vivimos, nos movemos y somos, – dijo el Maestro mirándolo con ternura, y con paciencia.
Ese es el problema de tener la cabeza llena de cosas en lugar de tenerla bien estructurada. Es la energía que nos anima – o como queráis denominarla -, la que da el ser y sostiene a cuanto existe. Como decían los de “Siniestro total”: “Ante todo, mucha calma”.