Reconocer a las personas mayores
En España, la mitad de las abuelas que se ocupan de sus nietos lo hacen durante unas cuatro horas diarias. Los abuelos son muy necesarios para el equilibrio intergeneracional. Conocen su proceso y se han ido adaptando a las transformaciones sin perder los valores tradicionales. Y el auténtico progreso no es sino la tradición en marcha.
¿Es para las abuelas un placer dedicar este tiempo al cuidado de los niños o una obligación? Sólo nueve de cada cien lo concibe como una obligación. El 82% están contentos pero sólo lo justifican por la necesidad del trabajo para los padres, y valoran positivamente que estos tengan atenciones con los abuelos, y hasta que, si lo necesitan, contribuyan a la economía de los abuelos de manera discreta. Los cuidados diarios no impiden el contacto con sus nietos en otras ocasiones porque dos terceras partes dicen que también los ven en fines de semana.
Pero en un mundo con 600 millones de personas mayores de 65 años, con unas previsiones de llegar a dos mil millones antes de cincuenta años, es preciso reflexionar sobre su calidad de vida, porque una cosa es envejecer y otra crecer y madurar. Pero junto a estos abuelos que viven en buena relación con sus familias, hay que considerar el problema de las personas mayores que viven solas y no se saben queridas ni necesarias.
Esa sensación de soledad impuesta y no asumida, de ir desviviéndose al constatar cada día una nueva avería, una dificultad, una pérdida de elasticidad y de autonomía va deteriorando su calidad de vida y convierten a quienes podrían ser fuentes de experiencia y de sabiduría en seres que procuran pasar desapercibidos, hasta hacerse casi invisibles. No quieren estorbar y se hacen a un lado. Por eso se ocupan de los niños que los quieren y con los que juegan y ambos se saben felices porque no se juzgan ni se exigen ni se miden, sólo se ríen en complicidad establecida desde el corazón y la ternura. Si queréis aniquilar a un viejo separadlo de los niños.
Esto sucede porque hemos permitido la implantación del torpe concepto de que sólo lo joven es hermoso y valioso, porque dicen que es productivo. Abdicando de un mundo de valores sin los cuales vivir carece de sentido, actúan como si todo estuviera presidido por el concepto de la productividad, de la rentabilidad, del beneficio. Hemos caído en la trampa de que vale más lo que más cuesta. Hemos asumido con la mayor naturalidad que nos eduquen para ser “personas de provecho”, “útiles”, “para conseguir un buen trabajo”, “para tener títulos”. ¡Hasta hemos permitido que nos consideren recursos humanos, buenos para ser explotados!
Nadie dice a los jóvenes y a los niños que la educación tiene como objeto ayudarles a ser felices, a ser ellos mismos para poder afrontar las circunstancias cambiantes de la existencia. Actuamos como si tuvieran que aprender a vivir para trabajar, en lugar de trabajar lo necesario para poder vivir con dignidad, felicidad y armonía.
En esta sociedad urbanita y desalmada, vivimos para tener, en lugar de vivir para ser nosotros mismos en compañía de los demás. Por eso procuramos doblegarlos desde la infancia mediante la coacción y el temor, para que obedezcan, para que no pregunten, para que callen y se repriman en lugar de ayudarles a florecer su inmenso cauce de energía. Dentro de un orden porque de lo contrario regiría la ley de la selva, la ley del más fuerte. Pero un orden como resultado de la libertad compartida porque el ser humano nace para realizarse en la vida y ser feliz asumiendo su realidad y transformándola sin desesperación.
Con toda naturalidad, se ha asumido que, al dejar de producir, hay que aparcar a las personas mayores, para que no molesten, para que dejen su puesto a los más jóvenes, para que se ocupen de sus dolencias y de sus goteras. Por eso proliferan lo que yo llamo “aparcamientos de los improductivos”, sin reparar en que las personas mayores, en todas las culturas que han contribuido al auténtico progreso de la humanidad, han sido respetadas y veneradas. Las personas mayores son el bien más preciado de una sociedad bien estructurada. La madurez es aceptar la responsabilidad de ser uno mismo. Arriesgarlo todo con tal de ser uno mismo.