Resumen: La crisis del petróleo, la elevación del precio de los alimentos y las materias primas, pueden en parte responder a la pérdida de hegemonía económica de los actuales países más desarrollados del mundo, favoreciéndo a las economías de los países emergentes. En poco más de veinte años cambiará el equilibrio económico mundial, y en cuarenta años el cincuenta por ciento de la población formará parte de la clase media. En lo que corresponde a España, retrocederá al puesto 25 de los países más desarrollados.
La economía mundial ciertamente está atravesando cambios profundos que implican inherentes ventajas para aquellos países cuyas economías que han apostado por la internacionalización y la competitividad. Aunque muchos de estos cambios probablemente están aún por venir, lo ocurrido en los últimos cuarenta años nos marca el camino de lo que ha ocurrido, y nos lleva necesariamente a los economistas a replantearnos muchas de nuestras teorías. De utilizar políticas económicas (fundamentalmente keynesianas), basadas casi exclusivamente en alentar la demanda y el mercado interior de la economía, como elemento esencial del crecimiento económico, hemos pasado a trasladar la mayor parte del peso a las políticas económicas de oferta, que garanticen el crecimiento de la producción mediante cambios tecnológicos y la acumulación de capital, y todo ello en gran medida debido a la ampliación experimentada de los mercados de bienes y servicios, y a la necesidad de ser más competitivos a nivel global.
El crecimiento económico mundial ha sido posible gracias a la mejora de la productividad resultado de la revolución tecnológica, que es consecuencia de la necesidad inherente de abaratar costes para vender mercancías más baratas al resto del mundo. Lo que conocemos como la globalización de la economía, implica: un mayor tamaño de mercado, de modo que se aprovechen al máximo las economías de escala disponibles que se generen; conseguir ventajas produciendo bienes más elaborados en aquellas localidades donde sea posible tener acceso directo a las materias primas y menor coste de mano de obra; aprovechar las ventajas comparativas en el uso de recursos productivos; una mayor libertad para poder trasladar mercancías y servicios sin restricciones, lo que significa también la necesidad de reducir los costes en el transporte; mejoras en la productividad de aquellos bienes altamente tecnificados que permitan competir con otras tecnologías más intensivas en mano de obra, etc. Hoy la única teoría que respalda esta revolución es la teoría económica del libre mercado o de la competencia.
No obstante, a la par que observamos cómo triunfa la globalización de la economía, encontramos resistencias importantes y países que caminan en la dirección contraria, y hoy desafortunadamente equivocada. Probablemente, ante el temor a perder su hegemonía económica o política, o los privilegios de su oligarquía nacional, se oponen radicalmente a estos cambios y a la ampliación de la competencia. Los argumentos son variados, y hay quienes aprovechan cualquier ocasión para culpar de todos los males de la economía al «liberalismo», cuando precisamente los problemas de la economía provienen del lado opuesto, es decir, del intento de control de los mercados y de la falta de competencia en los mismos. Un ejemplo lo encontramos en la actual crisis del petróleo. Así, los mercados financieros han elevado las expectativas sobre los precios del crudo debido a la escasez de sustitutos y al control oligopolista de la oferta, lo que ha originado una importante distorsión en el crecimiento económico de los países altamente dependientes del mismo, trasladando rentas a favor de un grupo de países y grandes productores de un recurso con muy pocas alternativas, de momento.
La escasez y el control de este recurso estratégico: el petróleo, así como las crecientes necesidades mundiales del mismo por algunas economías emergentes, han generado expectativas especulativas en los mercados financieros que probablemente hayan ahondado, aún más si se quiere en el problema. Todo economista sabe que las expectativas sobre los precios anticipan casi siempre en exceso los acontecimientos futuros por venir. Es quizás por esta razón, como ocurrió en los años setenta, que hoy estamos presenciando la segunda gran crisis (schock) de oferta o «perturbación de oferta», donde los precios del petróleo y las materias primas afectan a casi todas las economías más desarrolladas, provocando cambios profundos en las principales variables que sustentan sus propios equilibrios macroeconómicos, a lo que habría que añadir la importante responsabilidad en esta crisis de la economía financiera y especulativa, alejada del mercado real, y que tanto daño hace a la economía de mercado. En el caso de España, además, la crisis especulativa de la construcción. Estos nuevos elementos que distorsionan, aún más si cabe seguramente, la actual crisis económica en comparación con la crisis del petróleo de los años setenta.
El problema del elevado precio del petróleo sólo será resuelto por el mercado financiero a corto plazo cuando se suavicen las expectativas, pero para la economía real no será suficiente para resolver el problema definitivamente. Sólo a medio plazo, cuando el avance tecnológico permita sustituir nuevas fuentes de energía que favorezcan una renovación de la economía más productiva y menos dependiente del petróleo, es decir, cuando dispongamos de distintas alternativas para producir y consumir energía, podremos pensar en una solución permanente al problema económico actual. Afortunadamente, las políticas para el desarrollo tecnológico pueden actuar sobre la oferta en dicho sentido. Brasil, es el ejemplo más claro de cómo un país se las ha ingeniado para reducir su dependencia del petróleo, gracias a la introducción del Etanol como fuente de energía (más del 50% de sus necesidades), desde que ocurriera la primera gran crisis de los setenta, lo que le está catapultando a convertirse una de las economías más dinámicas del mundo, previéndose que ocupe el tercer lugar entre los países más desarrollados para el año 2050, hoy su PIB (Producto Interior Bruto) es similar al español.
Igualmente, algunas otras economías de países emergentes, apenas parecen haber sentido los efectos económicos de la crisis del petróleo en su crecimiento, tal vez animados por su creciente industrialización y el haberse convertido en las factorías del mundo más desarrollado, gracias a la globalización de la economía y a los bajos costes de la mano de obra, que les permiten tener abultados superávit comerciales con los que adquirir todo el petróleo que necesitan, como ocurre con China, que incluso lo subvenciona al interior del país. Aunque este tipo de medidas para China sólo pueden ser transitorias, pues en cuanto su economía siga creciendo y convirtiéndose en primera economía mundial (prevista para el 2050), sus costes salariales aumentarán y su producción será más costosa, la demanda de su creciente clase media reducirá el superávit y, si no introduce cambios tecnológicos importantes en su producción, la mayor presión sobre los precios ralentizarán sus exportaciones y su crecimiento.
Aún con todo, el auge de las economías emergentes no parece tener límites. Así, para el 2030 según un informe de Goldman Sachs 2000 millones de personas en el mundo se sumarán a la clase media global, un verdadero triunfo para el liberalismo, que supone que aproximadamente el 50% de la población mundial, localizada en países que han apostado por la internacionalización de sus economías, se incorporarán al mercado mundial. Aunque la reducción de la pobreza ya es un hecho para esos países de economías liberales. Un cambio sin precedentes que, sin embargo, se empieza a notar en la demanda y los precios de alimentos y materia prima mundial, como la energía del petróleo, motivo por el cuál, quizás estamos atravesando esta etapa de elevación de los precios del petróleo, y que continuará en un futuro acompañada de una elevación de la demanda de otros bienes más elaborados, para satisfacer las necesidades de la creciente nueva clase media mundial. Las consecuencias de todo este proceso inevitablemente se transmitirán a la economía mundial, los nuevos equilibrios económicos se trasladarán de su zona geográfica actual y llevarán a las vigentes economías más desarrolladas a perder su hegemonía. Así, de no introducir reformas importantes en la oferta que tengan como objetivo mejorar su tecnología para elevar su productividad, al ritmo de crecimiento estimado para España, ya no estaremos entre las 8 primeras economías mundiales, sino, entre las 25 economías más desarrolladas para el año 2050.
Si un país como España no es capaz de regenerar su tecnología para mejorar su competitividad, sólo tendrá como alternativa abaratar sus costes laborales para poder vender sus productos en el exterior, situación que elevaría la precariedad y los bajos salarios de los trabajadores, si ya no está ocurriendo. Se necesitan políticas de oferta efectivas, donde el componente de gasto en I+D+i no dependa directamente del sector público, ni se utilicen políticas única y exclusivamente para animar la demanda interna, y mucho menos favoreciendo el gasto de consumo público. Se necesitan políticas que animen a ampliar los stocks de capital (inversión) y trabajo; políticas económicas que tengan como objetivo la mejora de la productividad; políticas de oferta que favorezcan el crecimiento económico mediante la acumulación de capital y cambios tecnológicos en el sector privado de la economía, el único que es capaz de asumir con mayores garantías de éxito un cambio que mejore las expectativas de España a largo plazo.
Gunther Zevallos
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