Desde fuera parece patético. Patético él, Rajoy, y patético ese mecanismo extraño que, a fuerza de repetirse se ha convertido en natural, por el que reaccionamos, periodistas, tertulianos, informadores y público en general cada vez que este indecente presidente por mayoría absurda, (perdón absoluta), tiene a bien salir de su estado plasmático y dirigirse a su sometido pueblo. Me refiero al mecanismo histriónico por el cual reproducimos, unos y otros, sus indecentes e inadmisibles palabras, sus indecentes e inadmisibles mentiras, sus indecentes e inadmisibles promesas que se verán convertidas, sin margen de error, en amenazas cristalizadas en reformas, retrocesos y tijeretazos.
El susudicho dejó por un momento la superficie exquisitamente pixelada de la realidad virtual en la que habita, como teleñeco aupado en una supremacía basada en el fraude electoral -referido a las innumerables promesas e intenciones que sembraron el periodo pre-electoral previo a su asentamiento en la golosa silla del poder y que van dejando, tras él, un paisaje de nada prendido con alfileres de hambre y desesperanza a nuestra realidad-, salió del único foro con capacidad para resistir la mentira, el plasma, y vomitó la dosis normativa, terapéutica para que su conciencia permanezca inexistente, de “yo, yo y los míos” vinculándola a datos absolutamente falsos, a eufemismos cuidadosamente seleccionados y a videncias de futuro con una garantía de éxito como las enunciadas clásicamente por ese conocido vidente nacional, con gafas de concha y túnica de Demis Roussos en estampado de tela de sofá.
Y automáticamente, como haciendo la ola, aunque a la inversa, aquí estamos, desde ayer, molestándonos en analizar sus declaraciones, refrendando con mil y un argumentos la afirmación de que son una mentira urdida con números dictados por sus asesores mentirosos y sus estudios y análisis, tan serios y exhaustivos como los que realizó la empresa DELOITTE a Bankia, una auditoria que, en plena crisis (ESTAFA) de la entidad se atrevió, con naturalidad y desparpajo, a firmar que Bankia era una entidad solvente con problemas no graves que se reducían a los “habituales” en el sector.
Como decía, resulta patético el indecente presidente, saliendo a escena, una España que no es sino un coto privado de corruptos, para representar la perfomance de tener la deferencia de informarnos (ellos le llaman hacer balance, incapaces como son de ni siquiera pensar que deberían denominarlorendir cuentas, dar explicaciones a un país al que se supone se deben, políticamente hablando) sobre el periodo -lamentable, represor y de retroceso- en el que, junto con su equipo de clones políticos, llevan campando a sus anchas. Pero resulta igual de patético -una ya, a estas alturas lo ve así- que nos molestemos, precisamente sus víctimas, en hacernos eco en la prensa de su actuación, escandalizarnos, rebuscar en la hemeroteca de la realidad (una hemeroteca de la vergÁ¼enza) y responderle con explicaciones que intentan, así lo parece en el fondo, convencerle de que no somos tan idiotas como nos quiere hacer ver y no tragamos su “balance”. Resulta patético porque, sencillamente, el indecente presidente no se merece ni una sola de nuestras palabras, de nuestros articulos, reseñas, comentarios, alusiones…ni un solo pensamiento.
El indecente presidente se niega por sistema a aparecer ante nosotros y nosotros deberíamos ser buenos y seguir su ejemplo: negarnos a aprecer ante él, negarnos a analizar sus balances del tiempo de su (anti)gestión. ¿Para qué? ¿Para darle la satisfacción de reforzar su egoidea de que es el centro de nuestra realidad, el guerrero del siseo, el abanderado de los buenos, la mismisima reencarnacion del dios de lo bueno y de lo recto? ¿Hace falta que analicemos sus salidas de plasma, cuando sabemos, con total y probada certeza, que son una mentira amasada lentamente, una indecente cadena de tergiversaciones y de falsedad? ¿No sería mejor hacer como hace él con los periodistas y prohibir, a él y a sus declaraciones falacia, que forme parte de nuestra realidad?
Seguramente, por la inteligencia y el ojo social de los que le votaron y le auparon para que alcanzara a colocar sus posaderas, tendremos que seguir soportando la humillación de su (des)gobierno por un (injusto) tiempo más… pero ¿Por qué no probar a ingorarle cada vez que hace balance y forzar la realidad para que el indecente presidente se quede sin público cada vez que nos ataca con una nueva ráfaga periódica de mentiras? ¿Por qué no desaparecer cuando él aparezca?
La organización de consumidores ha convocado un apagón general para el próximo 30 de diciembre ¿Por qué no convocar un apagón general de Rajoy y los suyos, como mínimo, cada cierto tiempo? Estoy segura de que, con el índice de egolatría, tan inconmensurable como inevitable, si se vieran sin público se morirían de rabia y frustración.