El voluntariado social no pretende otra cosa que transformar las estructuras de injusticia mientras los voluntarios sociales tienden sus manos hacia los que los llaman desde su dolor.
No podemos separar el voluntariado social de la cooperación para el desarrollo. El grito de los pobres clama al cielo y debería escandalizar a las personas de buena voluntad. En definitiva: «No escuchar el grito de los pobres es un pérdida irreparable para la humanidad». ¿No fue acaso el lema clarividente de Manos Unidas en una de sus campañas, «Cambia tu vida para cambiar el mundo»? ¿Qué otra cosa pretende el voluntariado social sino cambiar las estructuras de injusticia impuestas por unos modelos de desarrollo, unos sistemas de vida y unas conductas egoístas e inhumanas mientras los voluntarios sociales abren su corazón y tienden sus manos hacia los que nos llaman desde su dolor, desde su abatimiento y desde su marginación social?
A veces, nos encontramos con personas que se angustian por lo mal que va el mundo, por los problemas de los desplazados y de los inmigrantes, por las guerras y por todas las desgracias que nos muestran los medios de comunicación, y que no son más que una ínfima parte del sufrimiento de millones de seres.
Es preciso recordar que, según los últimos informes del PNUD, hay más de 1.000 millones de personas que no disponen de alimentos suficientes y unos 600 millones padecen desnutrición crónica, de los cuales, cerca de 300 millones son niños. Casi la cuarta parte de la población mundial vive por debajo del límite de la pobreza, que cada día más de cincuenta mil niños mueren de hambre o de enfermedades causadas por ella, que con lo que cuesta un rifle AK-47 se podría prevenir la ceguera de tres mil niños, que cada año mueren quinientas mil mujeres por parto, que cien millones de seres humanos se han visto obligados a abandonar sus hogares, que cada año un millón de niños y niñas ingresan en el mercado de la prostitución, que más de mil millones de seres no tienen acceso al agua potable, que hay más de cien millones de minas antipersonales sembradas por el mundo -tantas como las que están almacenadas para ser exportadas a los pueblos empobrecidos del Sur-, y que cerca de setecientos millones de seres no tienen una vivienda digna.
Baste decir que el 18% de la población mundial consume el 87% de los bienes de la tierra y decide los destinos del ochenta y dos por ciento restante. Ante esto, no podemos cruzarnos de brazos ni echar la culpa a los demás. Nosotros hemos sido interpelados y respondemos con nuestros medios.
J.C.G.F.
Solidarios para el Desarrollo