La mercancía totalitaria
1- En el mundo del capitalismo globalizado es un error común analizar la política y las realidades sociales a través de la comparación de Estados o territorios aislados. Cuando hablemos de las consecuencias de la economía mercantil no podemos mirarnos al ombligo y limitarnos a lo que está pasando en el Sur de Europa, porque entonces acabaremos llegando a una conclusión simplista pero inevitable: mirar a países del Europa del Norte, compararnos con ellos y pensar que sus modelos y niveles de vida son exportables. La globalización económica, que homogeneiza los modelos a imitar, las modas, los hábitos de consumo y los estilos de vida del “éxito”, superó hace tiempo la frontera de los Estados-nación. Nuestro nivel de vida y consumo depende directamente de la extracción de recursos y combustibles fósiles de las Periferias mundiales, del mismo modo que la terciarización de nuestras economías es posible sólo tras convertir al resto del mundo en una fábrica y monocultivo al servicio de las necesidades de las sociedades de consumo. Hay que analizar la estructura en su conjunto como un organismo completo, y no fijarnos sólo en una u otra de sus extremidades, del mismo modo que la Revolución Industrial en Inglaterra no puede estudiarse sin tener en cuenta los capitales del comercio negrero o los bajos costos de producción del algodón en el sur esclavista de los Estados Unidos, condición fundamental para el despegue de su industria textil. Por tanto, la estructura totalitaria de la que hablamos aquí no es el Estado español o la Unión Europea, sino el conjunto de dinámicas, expolios, discursos, apariencias, políticas y consecuencias de la economía capitalista a nivel mundial.
2- Si bien una estructura social está formada por el conjunto de las acciones de los individuos que la forman, la realidad es que una persona, a título individual, no tiene capacidad para cambiar esa estructura en la que está inmersa. Por tanto, pese a ser una construcción social, para cada uno de sus miembros la sociedad se presenta como una fuerza objetiva, casi una ley natural, que escapa a su control efectivo. Podemos hablar, entonces, de que la estructura social tiene vida propia o, al menos, se rige por unas leyes y un movimiento autónomos. De lo que se trata es de analizar el funcionamiento de este movimiento autónomo y, en la medida de lo posible, cambiarlo.
3- Una persona se educa, socializa y construye su visión del mundo inmersa en un contexto socio-cultural determinado. Del mismo que una ranita que vive en un pozo podría pensar que todo el mundo se reduce a ese entorno, las personas asumimos las leyes que rigen nuestra cultura, economía y política como leyes naturales o, según el caso, leyes divinas. Asimilamos y reproducimos en nuestro interior el sistema cultural e ideológico en el que nos criamos y desarrollamos, y la clave de esta interiorización no es tanto la coherencia o solidez del discurso aprendido como, sencillamente, la ausencia de cuestionamiento.
4- Esta incapacidad para cuestionar la cultura e ideología asumidas como propias se debe, sencillamente, a que no hay motivo aparente para hacerlo.
5- La realidad es que cualquier estructura social, cualquier modelo económico y cualquier cultura son fruto de un largo desarrollo histórico. Son como son debido a toda una compleja evolución anterior, y como producto de la historia no hay razones objetivas para pensar que vayan a ser eternas. Incluso imperios milenarios y estables, como el chino o el egipcio, que duraron más de lo que podríamos soñar hoy en día, legitimados por el mito, la dinastía y el equilibrio, acabaron sucumbiendo a la fuerza del tiempo histórico.
6- La artificialidad de un orden social salta a la vista cuando la persona que observa viene de un contexto diferente. Para diseccionar completamente nuestro sistema, debemos comprenderlo desde dentro pero analizar su desarrollo y sus dinámicas “desde fuera”. Ello requiere un trabajo de deconstrucción de creencias y “verdades absolutas” que supone más esfuerzo y tiempo del que la mayoría está dispuesta a gastar y, por supuesto, más del que puede permitirse gastar. La inmensa mayoría de las personas, inmersas en las problemáticas y necesidades de la vida cotidiana -o de otras tragedias-, tienen como prioridad la supervivencia y desarrollo de sí mismas o de sus seres queridos (evidentemente), y no debates filosóficos sesudos. La minoría privilegiada de las clases medias en las sociedades de consumo, con jornadas laborales menores y un acceso mucho mayor a la cultura, ha entregado todo su “tiempo libre” a la mercancía y al Espectáculo, hipotecando prácticamente cualquier potencial crítico o transformador.
7- La realidad de las sociedades como estructuras autónomas interiorizadas inconscientemente por los individuos que las forman no es algo nuevo. Sin embargo, anteriormente convivían en nuestro planeta diversos sistemas económicos y sociales, pudiendo existir “al mismo tiempo” sociedades feudales, imperios esclavistas o tribus comunistas, aisladas unas de otras. La principal característica de nuestro tiempo es que estamos dentro de una estructura única, que ha ido expandiéndose hasta devorar todo territorio y población posible, transformándolos para adaptarlos a las necesidades de su movimiento autónomo a nivel planetario. Globalización es el eufemismo o justificación con que se denomina a las dos últimas décadas de este proceso.
8- El sistema que, literalmente, se ha comido el mundo no es el neoliberalismo o el capitalismo de mercado. Esta visión parcial lleva a la conclusión lógica de que los modelos del Estado del Bienestar europeo o los llamados países socialistas presentan una solución o, como mínimo, una alternativa real. El sistema único global, no obstante, es el de la producción industrial de mercancías, que ve como necesidad y garantía del desarrollo el crecimiento económico (necesariamente exponencial) y el consumo cada vez mayor de recursos que éste requiere; ve como objetivo máximo del progreso la posesión abundante de mercancías; se considera a sí mismo como la cumbre de toda la Historia anterior; siente una devoción casi religiosa por la ciencia occidental, entendida como el fetiche de la tecnología; establece una jerarquía donde lo productivo, artificial, intelectual y competitivo está por encima de lo reproductivo, natural, emocional y cooperativo (lo “masculino” sobre lo “femenino”); y reconoce como legítima la difusión de ideologías, discursos y valores mediante la estructura mediática del Espectáculo. Estos son los pilares de la sociedad industrial y del Espectáculo, y han sido aceptados sistemáticamente por casi cualquier grupo, de izquierdas o derechas, que pretende o logra acceder al poder.
9- Al crecer y vivir inmersas en la sociedad industrial-espectacular, hemos asumido sus diversos aspectos como algo natural. Así, hemos creído que es normal desplazarse en vehículos que pesan toneladas y se mueven a velocidades antaño inimaginables impulsados por combustibles fósiles (no renovables); que es normal vivir en colmenas rodeadas de asfalto hasta donde se extiende la vista; que son naturales las autopistas y los rascacielos; que es normal comer comida empaquetada y fabricada con químicos derivados del petróleo; que es perfectamente natural sentarse en un parque de Madrid y ver en una pantalla de móvil un vídeo de adolescentes de Sidney moviendo el culo a ritmo electrónico. La realidad es que estos hábitos y formas de vida no llegan a los 100 años de antigÁ¼edad en el mejor de los casos, y algunos apenas rozan la veintena. A nivel histórico son un instante, pero un instante que supone un expolio y transformación brutal de la naturaleza que, sin duda, nos va a pasar factura.
10- Al reconocer como válidos o naturales los modos de vida de la sociedad industrial-espectacular, el debate político se ha centrado en la forma de organizar esta sociedad: empresas privadas o estatales, impuestos, libre concurrencia o planificación, intervención estatal o no, redistribución de los frutos y formas más o menos justas de continuar ese crecimiento “infinito”. De lo que debería tratarse es de cuestionar la misma raíz de la sociedad industrial y del Espectáculo, que es protagonista del problema y no un mero escenario donde se desarrollan los acontecimientos.
11- La finalidad última de la maquinaria económica y social a nivel global es la concentración cada vez mayor de riqueza y recursos en menos manos. La competencia es el mecanismo imparable que se asegura de que nadie cambie esta dinámica: llegado a cierto nivel de acumulación, la empresa que no siga creciendo no permanece estática, sino que es devorada por otra. Crecimiento o muerte es la consigna, y cuando las empresas competidoras utilizan lobbies de influencia política, mano de obra semi-esclava, externalización de costes sobre el medio ambiente y un volumen de producción completamente insostenible, es imposible conseguir su volumen de capital sin recurrir a las mismas estrategias.
12- El núcleo de la estructura no es el culto a un Líder sultánico o el discurso febril de un Partido que pretende regir toda vida social, aunque estos elementos puedan presentarse como tales en algunos Estados. El núcleo de la sociedad industrial-espectacular es la mercancía, y por tanto la mercancía no es neutral.
13- La mercancía es al mismo tiempo el medio, la meta y la excusa. El medio a través del cual se desarrolla el crecimiento económico y la concentración de capitales. La meta que se presenta como deseable y sinónimo del éxito: el consumo indefinido de mercancías a cada cual más “lujosa”. La excusa que legitima toda la existencia del capitalismo moderno, pues su escaparate ante el mundo son las infames sociedades de consumo.
14- La mercancía es una relación entre personas. Donde existe la división social del trabajo, el intercambio de los diversos productos es el fruto de una colaboración entre todas para la reproducción social. En una colectividad o un trueque, salta a la vista la relación personal que hay detrás de los actos de consumo. Pero en un mundo donde se da la división social del trabajo más compleja y gigantesca que nunca ha existido, hasta el punto de que una misma mercancía puede fabricarse por decenas de personas en diversos puntos geográficos, este carácter social del intercambio mercantil queda completamente camuflado.
15- El mercado global de mercancías es el movimiento autónomo del fruto del trabajo humano, que en vez de ser dominado por sus propias productoras, las somete a sus leyes económicas. Un campesino pakistaní trabaja en las plantaciones de algodón que procesa una maquiladora haitiana para hacer una camiseta que compra una adolescente italiana en un centro comercial por menos de 10 euros. Esta impresionante cooperación planetaria resulta por completo menospreciada: a la consumidora le es indiferente las personas que están detrás de su producto. Lejos de reforzar una solidaridad intercontinental, este intercambio supone pobreza y explotación para los países productores y la ansiedad patológica del consumo a los países consumidores, grotescos privilegiados de todo el sistema. Las personas han perdido la capacidad de influir sobre el producto de su trabajo.[i] Al contrario: son esclavas de éste.
16- La existencia de la mercancía presupone que una relación que anteriormente se daba de forma directa debe fragmentarse y ser sustituida por un intercambio monetario. Dicho de forma simple, quien tiene que comprar un tomate es porque no cultiva una tomatera y quien tiene que pagar por beber agua es porque no puede obtenerla de un río o de un pozo. La expansión del imperio de la mercancía implica presentarse como sustituta de las relaciones que ella misma va destruyendo (y que no puede dejar de destruir si pretende crecer), incluyendo el ámbito personal-afectivo. Pagar por que te escuchen, pagar por que críen a tus hijas, pagar por alimentarse, pagar por tener un techo, pagar por sexo, pagar por ser atractiva; significa la rotunda incapacidad de ser escuchada, de criar, de alimentarse, de refugiarse, de practicar el sexo o atraer a alguien si no es gracias a una mercancía. Esto conlleva la continua transformación de nuestras condiciones de vida, haciéndolas estallar para que sólo podamos repararlas a través del comercio.
17- En las sociedades de consumo, la devoción de las personas por las mercancías (aparentemente la única sustituta posible a la pérdida de identidad, pertenencia, autoestima, comunidad, reconocimiento, etc.) llega a niveles que superan el amor religioso o el culto a un Líder. Asesinatos por un par de zapatillas de marca, televisores de plasma en infraviviendas, logos tatuados o personas que han muerto aplastadas por la multitud en las rebajas de un centro comercial son sólo algunos ejemplos entre otros muchos.[ii]
18- Esta relación emocional de las sociedades “desarrolladas” con la mercancía podría limitarse a una simple cuestión moral (cada cual que haga con su vida “lo que quiera”) si no fuera porque tiene unas consecuencias brutales sobre terceras personas. Prácticamente cualquier situación de explotación, represión, guerra, miseria o genocidio en el mundo está provocada, financiada, o como mínimo tolerada, por el ansia de producir mercancías baratas y de controlar las materias primas y reservas energéticas necesarias para ello. La fabricación de un móvil de última generación requiere la extracción de unos veinte minerales diferentes, especialmente en países donde hay serias violaciones de los derechos humanos y laborales (China es la principal productora de indio y el coltán, extraído normalmente con mano de obra infantil, es uno de los intereses estratégicos que alimentan el conflicto armado en la República “Democrática” del Congo), con el desastre ecológico que conlleva la minería, y que se transforman y ensamblan en un proceso que deja importantes residuos tóxicos y se realiza en condiciones de trabajo vergonzosas. El inmenso poder e influencia de las multinacionales que controlan estas etapas de extracción, producción y distribución es capaz de presionar a gobiernos para que adapten sus economías a sus necesidades corporativas. Dado que, en este sentido, no existe un móvil que no esté manchado de sangre, todo el negocio de la telefonía móvil, sus innovaciones, aplicaciones, ofertas, tarifas, marketing, películas y discos para descargar, suponen un expolio a la Naturaleza y una violación de la vida y la dignidad humana. Á‰ste es solamente un ejemplo de la idea que ya se ha dicho y se repetirá en adelante: la mercancía no es neutral.
19- Por supuesto, existen mercancías que no están producidas en condiciones de explotación ni a 2000 kilómetros del lugar de consumo ni con consecuencias ambientales catastróficas. Sin embargo, la lógica de la competencia y la tendencia al monopolio conducen a eliminar estas alternativas. En las sociedades de consumo, la publicidad, el modelo de los macro centros comerciales o los supermercados, y la necesidad (real o ideológica) de gastar lo menos posible en los productos básicos llevan a las personas a la órbita de las grandes marcas. Por ejemplo: un municipio semi-rural en el que el desempleo, los bajos salarios y las deudas, así como la publicidad y el marketing, llevan a la población a comprar en grandes cadenas de supermercados en las que todos los productos pertenecen a un pequeño grupo de imperios multinacionales, mientras agricultoras locales con criterios éticos no encuentran cómo dar salida a su producción por no poder asumir los precios de éstas.
20- La mercancía es totalitaria en cuanto que impregna, transforma y mediatiza cada aspecto de la vida de las personas; en cuanto que su mercado necesita de la continua expansión, devorando cada resquicio del planeta y las sociedades, y rompiendo todas las relaciones y vínculos directos que existían anteriormente; en cuanto que tiende a la eliminación o silenciación de toda alternativa de consumo que rompa con sus reglas; en cuanto que su ideología, sus valores y sus objetivos han sido interiorizados por las generaciones educadas en sus dominios; en cuanto que tiene en sus manos la maquinaria de propaganda más grande de la historia (internet y las corporaciones de comunicación a nivel global), cuyo motor y finalidad evidente y aceptado es la publicidad; y en cuanto que para su fabricación y distribución no se duda en apoyar o fomentar si es necesario guerras, dictaduras o cualquier otra aberración humana.
[i] Ciertamente, muchas personas ya habían perdido esa capacidad antes de la sociedad industrial-espectacular, pues la sociedad de clases y la explotación humana no son novedad. Pero en un tiempo predominaron las formas colectivistas de trabajo y, sobretodo, la autosuficiencia de las comunidades, en consecuencia con las necesidades y equilibrios biológicos de la especie humana con sus ecosistemas. Gran parte de esas formas de organización han perdurado en el tiempo hasta los inicios de la sociedad mercantil moderna, algunas hasta la revolución industrial y otras, incluso, siguen luchando hoy en día para no ser completamente exterminadas. [ii] El publicista catalán Luis Bassat elaboró una lista con las 185 posibles relaciones entre un consumidor y una marca. Se incluyen algunas como: Muero por ella, Me divorcio por ella, Me excita, Le tengo amor platónico o Me entrego a ella. El libro rojo de las marcas, DeBolsillo, Barcelona 2009.