Cuando calienta el sol, aquí en la oficina, siento la crisis vibrar cerca de mí, leo periódicos que se afanan por competir con la mismísima Casandra y otros que apuestan por vender una moto gripada a sus incautos lectores, todos ellos dirigidos desde las más altas instancias de sus grupos editoriales.
Las noticias se agolpan en mi escritorio y en la bandeja de entrada de mi correo electrónico, todas ellas hablan de crisis, de crisis económica, se entiende, me informan de empresas que ganan menos dinero, de despidos interesados, unos, justificados, otros, de ayudas multimillonarias de los gobiernos, de ciudadanos que no llegan a fin de mes, de la catástrofe que se nos avecina.
La gripe A, antes porcina, todavía mantiene cierto peso pero también se ha transformado en pandemia económica, en crisis cárnica, en países que cierran las fronteras a tan preciado alimento, culpando al inocente mamífero de la pobreza de cierta parte de Méjico, porque ha sido ésta, y no la gripe, la que ha matado a la pobre gente que ha fallecido estos días como consecuencia de los efectos de la enfermedad.
Todo es economía, vivimos en una época de exceso de información económica, la economía se ha vulgarizado y periodistas ajenos a ella informan de cifras y de porcentajes como si fueran el eslabón perdido de la ciencia, sin llegar a comprender el alcance o el significado de las mismas, sin saber valorar, adecuadamente, su importancia, con lo que consiguen su objetivo último, la alarma social, el miedo, que la gente compre más periódicos y consuma más minutos de radio y televisión.
La situación económica que estamos viviendo es compleja, muy compleja, sin duda es una de las peores crisis que hemos vivido, pero no por el valor económico de las cifras en sí mismas, sino por comparación con el crecimiento que veníamos disfrutando desde la crisis de los noventa. Estamos peor de lo que creemos porque antes creíamos estar mejor de lo que estábamos.
Se habla de la burbuja inmobiliaria, pero también hay que hablar de la burbuja económica. Las empresas buscaban la expansión antes de la consolidación, el crecimiento era el objetivo sin importar los cimientos de este crecimiento, y, por ello, cuando las ventas se han reducido estas empresas se han venido abajo, como un castillo de naipes.
Lo mismo ha sucedido con las familias. Endeudadas por encima de sus posibilidades deben de aceptar la parte de responsabilidad que les corresponde, sin culpar de todos sus males al sistema financiero. Cada familia conoce sus recursos y no es aconsejable vivir al límite de estos recursos, pero, por desgracia, demasiadas familias lo hicieron en el pasado y ahora, cuando los recursos se han reducido, sufren las consecuencias.
En definitiva, el tórrido calor que asola Madrid estos días afecta al discurrir de la materia gris de mi cerebro, con lo que me vuelvo arisco y crítico, con todo y con todos, empezando conmigo mismo, un tipo egocéntrico y egoísta, incapaz de atreverse a ser escritor y que se limita a repetir las cuatro teorías que aprendió en la Facultad.
Cuando calienta el sol, aquí en la oficina…