Los crímenes contra los niños nos hacen abominar de la especie humana. La crueldad que es capaz de mostrar el ser humano, cúspide inteligente de la naturaleza, es mucho mayor, por consciente y gratuita, que la de cualquier animal salvaje. El instinto de un león lo lleva a matar a los cachorros de una leona ajena para despertar su celo y poder engendrar su propia camada. Así perpetúa el linaje del vencedor y más fuerte, del más adaptado para sobrevivir en la selva. El hombre es capaz de matar y violar para infligir humillación, para demostrar poder y aterrorizar a sus semejantes. Es algo que se constata en todas las guerras desatadas en la historia de la Humanidad.
En Nigeria, el mes pasado un grupo terrorista de la secta radical islámica de Boko Haram secuestró a más de 200 niñas de una escuela para, según un envalentonado líder guerrillero, impedir que sean “mentalizadas” por la educación occidental. Se trata de un acto violento contra la infancia, pero no menos grosero que el que se comete a diario en nuestros civilizados países del primer mundo. Cada pueblo, a su modo y manera, intenta arrebatar la infancia de los niños para moldearlos al gusto de los adultos que imponen las normas. En Nigeria lo hacen a la fuerza, aquí abusando de la inocencia e ingenuidad de las criaturas. La única diferencia es de grado: en el país africano falta la evolución necesaria para que alcance las sutilezas de nuestra cultura civilizada y moderna.
Lo anterior no pretende disculpar a los salvajes nigerianos que por las bravas desean implantar una aplicación más estricta de la sharía, sino también ser critico con la forma de condicionar la formación de nuestros hijos, al bautizarlos nada más nacer, “prepararlos” ritualmente para celebrar una primera comunión de la que ignoran o no tienen criterio cabal para valorar su significado y, en definitiva, la manipulación a la que se les somete con tal de integrarlos en nuestras costumbres, creencias y hábitos a unas edades en las que deberían estar disfrutando de su infancia. Una infancia arrebata por sutiles hormas sociales o violentos actos de fuerza, depende del país.
Los fanáticos de Nigeria pretenden impedir lo que estiman una nefasta influencia occidental en niñas que escapan, gracias a la educación y determinados valores universales (derechos humanos), a los patrones culturales de la civilización islámica, que relega a la mujer a un papel subordinado al hombre y cuyo cuerpo ha de ser tapado para que no tiente instintos masculinos primarios. Y su forma radical de controlar la crianza y mentalidad de las nuevas generaciones es mediante el secuestro, la represión y la dictadura política o moral, propia de regímenes autoritarios liderados por sátrapas religiosos o civiles.
Sin embargo, países avanzados como el nuestro ejercen, con instrumentos más sofisticados de manipulación, una influencia fáctica para imponer los valores dominantes en cada sociedad, a través de hábitos culturales, ritos sociales o normas legales basados ora en la tradición, ora en la supuesta voluntad mayoritaria de la población, fundamentalmente, pero que responden al interés de las élites. De esta manera, por ejemplo, un país constitucionalmente “aconfesional” celebra funerales de Estado religiosos, financia al personal de una determinada creencia, concierta centros de educación que aplican normas contrarias a la Constitución (segregación) e imparten adoctrinamiento religioso sufragado por el Estado, impone leyes morales contra derechos ciudadanos (aborto), permite la apropiación por parte de la Iglesia de inmuebles pertenecientes al Patrimonio cultural (Mezquita de Córdoba, etc.) y elabora el contenido curricular de la enseñanza de manera que se eduque a los niños conforme las afinidades ideológicas de las clases dominantes (supresión de la asignatura de educación para la ciudadanía, eliminación de textos sobre educación sexual, minimizar toda alusión a la Guerra Civil o eludir los fusilamientos y crímenes cometidos en ella, etc.). Son actos menos violentos que los de Nigeria, desde luego, pero la finalidad que persiguen es igual de repudiable: arrebatar la infancia de los niños para prepararlos a perpetuar los valores e intereses preponderantes de la sociedad en la que están insertos.
Se podrá argÁ¼ir que existe una diferencia sustancial, cualitativa, aparte de la injustificada e innecesaria violencia nigeriana: la de que, a pesar de todo, nuestros hijos, una vez coronen la edad adulta, gozarán de libertad para decidir y pensar de manera autónoma, sin interferencias religiosas, educativas, ambientales o familiares, cosa que no sucede con las niñas de Nigeria, a las que los sanguinarios secuestradores exhiben orgullosos por haber abrazado el Islam durante su cautiverio. Hasta es posible que, si se prolonga el secuestro, generen sentimientos de simpatía hacia sus carceleros y desconfíen de sus familias. También en Occidente se produce el Síndrome de Estocolmo, sin que por ello se justifique ni se perdone ningún acto contra la libertad de las personas.
Pero el sentimiento de adhesión a los valores preponderantes que puede conseguirse con una eficaz labor de mentalización e integración social, instrumentalizado a través de la educación, las costumbres y las leyes, no exime el carácter alienante de su objetivo ni el dirigismo castrante de la libertad del individuo para determinar su formación. Es posible que, de adultos, podamos gozar de libertad para elegir, pero ignoramos las posibles alternativas porque no nos las han presentado en igualdad de condiciones. Solamente los herejes escapan al influjo de lo convenido.
Y es que, con todo, ninguno de los métodos de manipulación infantil respeta al niño, le proporciona los medios para una formación no dirigida a satisfacer demandas impuestas, le facilita el desarrollo para un criterio libre e independiente ni le libra de la coacción social para poder seguir sus propias preferencias en función de sus propias habilidades, capacidades y actitudes. Todos los sistemas, desde el que utiliza la violencia física hasta el más pedagógico de nuestros programas educativos, tiene por objetivo adecuar a los futuros miembros de la sociedad en la satisfacción de las demandas sociales y del mercado, en perpetuar la organización colectiva de la que formamos parte y mantener el orden establecido.
Queremos que las niñas de Nigeria regresen pronto a sus casas con sus familias, pero nos gustaría también que se les pueda educar para la emancipación, de la misma forma que preferimos educar a nuestros hijos. Ojalá se cumplan todos estos deseos.