La Tercera fuerza y los movimientos sociales ante la situación actual. Cooperación, unidad, coordinación.
Desde la “transición” vivimos en un espejismo político creyendo que una democracia representativa y monárquica era una conquista revolucionaria cuando sólo fue un cambio de imagen del Poder que estuvo a la sombra del franquismo: el capitalismo nacional e internacional y el clero. Por eso hoy asistimos a un ataque estratégico contra los derechos individuales y sociales en beneficio del único derecho que existe para el liberalismo económico y para la doctrina cristiana, la propiedad privada de los medios de producción y del capital. Sometido a esta reacción, el pueblo español avanza de victoria en victoria del capital hasta la derrota final de los ciudadanos: la miseria y la pérdida de derechos.
Las fuerzas políticas de izquierdas (¿por qué no son republicanas y laicas?), comprometidas con el modelo de transición, se han ido cosificando en los aparatos del Estado, que contribuyeron a construir. Hoy están atrapadas en esa contradicción, estructural e ideológica. Unos no pueden salir de ella, los socialistas, identificados con la propiedad y con la moral católica. Otros, Izquierda Unida, conservan en sus bodegas una reserva ideológica y una base social. Renovándose desde lo más profundo del pueblo podrían renacer. Si no solos, sí acompañados. Y esto es lo estratégicamente importante.
El pueblo, y nunca podrá saberse cuándo una situación determinada se transformará en una situación revolucionaria, ha tomado las calles. Los movimientos sociales periféricos al Poder y a los partidos de izquierda, ausentes éstos, se han organizado por sí mismo, en sí mismos y para sí mismos. Pero tienen que salir de sí mismos, según la dialéctica hegeliana, como antítesis del capitalismo clerical y monárquico dominante para, mediante la praxis marxista o bakuninista, conquistar el Poder.
Los partidos de izquierda y los movimientos sociales, organizados por médic@s y enfermer@s, profesor@s y alumn@s, jóvenes y jubilados, desahuciados y parados, artesanos, empresarios y comerciantes autónomos, lesbianas y homosexuales, abortistas, feministas y anticlericales, republicanos y ateos, hijos y padres, trabajadores y autónomos… se han constituido, objetivamente, en la “Tercera fuerza”; pero, si la debilidad de las izquierdas es su integración en el Estado, la debilidad de estos movimientos, su talón de Aquiles, es que cada uno camina desde sí mismo para sí mismo un camino de corto recorrido, porque con sus solas fuerzas se acabarán agotando en su propio sudor. Divididos, acabarán derrotados porque cada uno carece de fuera suficiente para lograr sus objetivos. Incluso las victorias coyunturales hay que asegurarlas para siempre. Y esa victoria se gana desde la calle y en el parlamento. Esta doble lucha es necesario coordinarla. Complementarla.
Sin renunciar cada uno a su identidad de origen, a su organización y funcionamiento interno y a sus objetivos, pueden coordinarse en torno a un objetivo común, que puede ser la síntesis de los objetivos de cada colectivo, para ganar, juntos, las elecciones. Conquistar el Poder no implica que estén todos en el gobierno, ni si quiera en el parlamento, pero sí en las bases de quienes formen la oposición de izquierdas: un ambicioso bloque popular formado por todos los movimientos sociales. La Tercera fuerza.
Una fuerza que por su naturaleza y origen deberá ser, en su momento, republicana. Una fuerza con capacidad para que un partido de izquierdas gobierne, aunque sea el socialista, para, desde fuera del gobierno, controlar su política. Esta es la clave: controlar desde fuera al gobierno, manteniendo la presión sobre él desde los movimientos sociales y desde las movilizaciones. Mantener la presencia permanente de los movimientos sociales a través de sus representantes y, de vez en cuando, de sus asambleas, garantizaría el control sobre el gobierno. Un gobierno de izquierdas por moderado que sea.
Un programa político debe tener una ideología clara en defensa de las libertades y unos objetivos políticos posibles. Evitando, de esa manera, perseguir objetivos utópicos que nos alejarían de la realidad social y de las mismas fuerzas sociales que marcan los ritmos a partir de sus necesidades.
Existe una identidad ideológica que nos protege frente a la confusión creada por todas las democracias interclasistas, fundamentadas en la defensa de la propiedad privada de los medios de producción y del capital y la indiferencia u obstrucción de los derechos individuales y sociales. Existe, junto a esta identidad ideológica, un programa político que emana de las reivindicaciones reales en torno a las cuales se han creado, organizado y movilizado todos los movimientos sociales periféricos al Poder y a la izquierda institucional. Especialmente el PSOE e I.U.
Un programa político tiene que contener esa identidad ideológica y reivindicativa construida con los objetivos de los movimientos sociales. De esta manera todos esos movimientos deben ser convergentes en torno a un mismo programa, elaborado con cada una de sus reivindicaciones, y a un mismo objetico: echar del Poder a estas fuerzas clerical-opusdeistas y franquistas que nos están arrastrando hacia la miseria económica y hacia la privación de todos los derechos individuales. Todas las fuerzas políticas, todos los movimientos sociales y reivindicativos deben orientar sus pasos en esta dirección.
Se necesita, en primer lugar, un programa manifiesto conjunto y, en segundo lugar, formas orgánicas en las que estén todos representados por sus propios delegados. Plataformas de las que deben salir candidatos en las listas electorales y que deben constituirse, sobre todo, en medios de presión, en lobbys, de todos estos movimientos. Que los ciudadanos lo sepan y se identifiquen con ellos. Sabiendo que su voto, diversificado en diferentes alternativas, servirá al mismo objetivo: ganar las elecciones para consolidar el bienestar social, los derechos individuales y sociales. Haciendo una política social y democrática, que es posible.
Un programa que no es otra cosa que un manifiesto o compromiso en defensa del trabajo, de la vivienda, de la sanidad, de la educación, de las libertades morales: feminismo, homosexualidad, aborto, lesbianismo, libertad sexual desde la adolescencia…etc. Un programa anticapitalista que proponga una ley que garantice y asegure la jornada de ocho horas. Que deberá revisarse a la baja de 35 horas semanales. Que proponga un salario mínimo para trabajadores, parados y jubilados. Que incorpore a representantes de los movimientos sociales y pequeñas y medianas empresas en las políticas económicas y sociales. Que contemple el impulso de la reactivación de actividades industriales potenciando a la pequeña y mediana empresa que es donde se crea casi todo el trabajo y la riqueza. Y su más equitativa distribución. Que potencie, de esta manera, el poder adquisitivo de los ciudadanos.
Y proponga una política de construcción de viviendas sociales en alquiler a precios de coste. Y gratuita para los jóvenes cuando quieran emanciparse de sus familias patriarcales. Que contemple el objetivo de nacionalizar bancos y crear una banca nacional. Que abra un debate sobre la conveniencia de seguir perteneciendo a la unidad monetaria del euro para abandonarla, sin salir de la Unión Europea. Tomando el ejemplo británico como referente. Que abra un debate sobre la deuda y la búsqueda de una solución en la quiebra. Que abra un debate sobre la libertad moral, calificando esa farsa llamada “libertad religiosa” de intromisión de la ideología católica en las libertades individuales. Libertades obstruidas por la inconstitucional “libertad corporativa de la religión”, ya que son incompatibles.
Unas plataformas organizativas de convergencia que sean a modo de “consejos técnicos” del trabajo, de las empresas, de los artesanos, comerciantes y pequeños empresario y de cada uno de los movimientos sociales. Consejos que deberán ser consultados por los gobiernos antes de tomar decisión alguna sobre los temas fijados en el manifiesto.
Con miembros representativos de estos consejos se deberá contar para elaborar listas electorales. Su sola presencia sería suficiente para identificar la lista, de cualquier partido, con los movimientos sociales. Porque todos los partidos de izquierda, para ser apoyados por estos movimientos, deberán incorporar en sus programas los contenidos de ese manifiesto.
No se necesita una alianza orgánica, que podría hacerse, sino la elaboración de un comunicado-manifiesto con todas las reivindicaciones sociales de estos movimientos. Que sería firmado públicamente por los partidos políticos de izquierda y por los representantes de los movimientos sociales. Luego, las elecciones decidirán quién saca más o menos votos. Lo importante no será el resultado, ya que ningún partido ganará por mayoría, sino que todos los votos se sumen en apoyo de una candidatura, tal vez la más votada, aunque fuera el PSOE, para que este partido gobierne, con sus propios militantes, bajo el compromiso firmado y controlado, en todo momento, por las fuerzas que han apoyado ese gobierno. El Poder no lo tiene quien se sienta en los sillones del gobierno, sino quien hace posible, desde fuera de ese espacio, que gobierne. Es necesaria una amplia alianza en defensa de todas nuestras libertades. Empezando por la libertad moral. Esto o la esclavitud.