Pues sí. Realmente, lo que acaba de ocurrir con la monarquía en España a mí me ha dejado igual que estaba. Quiero decir, que como siempre he considerado esto de los reyes algo parejo a los cuentos de hadas y a las películas de aventuras, el que unos y otros se pasen el cetro y la corona cuando lo estimen oportuno ni me quita el sueño ni hace, por supuesto, que salga a las calles como un poseso a la búsqueda de milongas que pertenecen a otra eras. Así que, aquí me tienen asistiendo a un espectáculo esperpéntico donde los haya, por todo lo que conlleva su alrededor y por cuanto lleva adherido de miseria humana.
La alegría no se pasea por las calles, Soraya mía, y tú lo sabes. Que la alegría se quedó petrificada hace tiempo por entre los muros de las universidades, en los azulejos decolorados de tantos y tantos pasillos de hospitales en los que parece que hubieran encontrado refugio los heridos de una refriega de milicias, en los comedores sociales… y en tantos y tantos sitios que lamentablemente tú, como persona que es ministra, desconoces. No, no hay contento en las arterias que atraviesan las ciudades. Y si tú, Soraya mía, lo ves en Serrano y aledaños o en las terrazas de la Castellana, no tengo que explicarte del porqué de ese jolgorio que es acartonado y zafio.
Para que la alegría se sienta y se refleje en el rostro del ciudadano, se hace del todo necesario que irrumpa con fuerza en este territorio otro “estado de cosas” que determine el que un nuevo cuerpo político haga causa común con los habitantes. Que se cree un país moderno, un país plenamente integrado y con todos sus sentidos puestos en el siglo XXI. Un país en donde la CULTURA sea el eje sobre el que se sustenten los ánimos de vida; que todo lo demás: el continente y el contenido de la misma existencia, las maneras y las formas, vendrán por añadidura. Un lugar libre, bajo el que discurran cordones umbilicales limpios, ajenos a contienda alguna por el hecho de la diferencia en sus cualidades de origen.
Pues sí. Realmente, no encuentro razón alguna como para tener que rasgarme las vestiduras porque en la corte de los Borbones se haya producido un recambio. Ya lo he dicho antes: en cuestión de reyes, me remito a mis tebeos de cuando yo era chico y a las cintas de celuloide que veía en los cines de mi barrio. Y respecto de ir besando la senda adoquinada que va desde Neptuno hasta la Carrera de San Jerónimo, o subirme a la cristalera del metro de Sol, he de decir que uno ya no aguanta lo de que alguien o algunos quieran meterle en trotes; sobre todo, si solamente se va en pos de tres colores. Que un servidor aboga y desea el arcoíris al completo, realmente.