Es necesario denunciar una actitud evidentemente inmoral de la “Troika” y sus palmeros: la dureza y crueldad de las leyes para quienes son deudores pobres: trabajadores, parados, desahuciados, enfermos, jóvenes… el pueblo, en irritante contraste con la generosidad y gracia con la que las mismas leyes liberan de deudas y benefician a los deudores ricos: las oligarquías financieras, especulativas y de banqueros.
Argumentan los neoliberales, desde una concepción exclusiva y privativa de la propiedad privada, que ésta es intocable y tiene que ser protegida por las leyes y por el Estado. Incluso, si es necesario, como ocurre, utilizando la violencia estatal. Ocurre, sin embargo, que si utilizamos este argumento en defensa de la propiedad de los demás, defensa proclamada en la Declaración de Derechos Humanos, para que esta declaración tenga sentido universal y no sea privilegio de minorías, deberemos aplicarla con el mismo rigor con el que la ley es utilizada en beneficio de los grandes propietarios para defender la inalienabilidad, como propiedad no enajenable, toda propiedad, también la de los trabajadores y clases medias. Y, en consecuencia, nadie puede ser echado de su casa ni de su trabajo, ni puede privatizarse la propiedad pública, sanidad, educación…
No Podemos permitir que la Comisión Europea sea el gobierno de los banqueros, ni que el Parlamento europeo legisle sólo en beneficio de los banqueros, ni que el Banco Central sea el cobrador del frac de los banqueros.
Sencillamente, estas políticas y prácticas deben denunciarse, desenmascararse y contra ellas los pueblos de Europa deben movilizarse. Porque el pueblo también existe.
Decían los clásicos allá por los tiempos de la Revolución inglesa, Winstanley en concreto, una voz de los pueblos, en su libro “La Ley de la libertad” dijo:
“La riqueza está basada siempre en la explotación, puesto que nadie puede ser rico más que mediante el trabajo de los demás. Sin servirse de los demás, ningún hombre estaría en disposición de acrecentar su beneficio en centenares y millares de libras anualmente… Todos los ricos viven en el bienestar, se alimentan y se visten con el trabajo de los demás y no con el propio trabajo… los ricos reciben cuanto tienen de manos de los obreros y, en conjunto, lo que dan corresponde al trabajo de los demás y no al propio… La verdadera libertad impera allí donde el hombre obtiene su alimento y demás subsistencia…»
Otro clásico de la misma época Edward Coke escribió una reflexión de gran interés aplicable a la actual situación:
“…en muchos casos, dijo, el derecho común controlará las leyes del Parlamento y podrá juzgarlas sin efecto. Porque si una ley del Parlamento va en contra del derecho y de la razón comunes (el interés común de todos los ciudadanos y no el beneficio de unas minorías oligárquicas), es atentatoria o imposible de llevar a la práctica, el derecho común (el interés común de la mayoría) podrá declarar tal ley como inválida”.
Es una posición válida cuando la ley se convierte en un poder absoluto contra los intereses de la mayoría.
Y de hecho ha ocurrido que el Poder parlamentario se ha transformado en un Poder tan absoluto como lo fueron las monarquías y las dictaduras.
Porque la legitimidad no reside ni en el Parlamento ni en la Ley, reside, siempre, en el ejercicio de las libertades individuales por las mayorías. De manera que ni el Parlamento ni la Ley pueden constituirse en poderes absolutos contra los pueblos.