Danza de la muerte orquestada en el osario de Barajas por quienes gusanean en el estercolero de la política. A un panal de rica miel… Cabría aplicar el beneficio de la duda a los que no se personaron con lencería de cinismo bajo su ropa de luto y lágrimas de actrices de La casa de Bernarda Alba en ninguno de los escenarios de la tragedia por ellos convertida en farsa, pero también cabe suponer que no fue el respeto al dolor ajeno lo que motivó su ausencia, sino la imposibilidad de llegar a tiempo para sacarse la consabida foto. Seguro que casi todos los ausentes chicoleaban con pareos de Dulce Galbana por hotelazos de siete estrellas o hacían hoyos de golfería sobre céspedes regados por los impuestos de sus súbditos. ¿Qué pinta un jefe del gobierno, un ministro, un líder de la oposición, un cabecilla de partido o todo un rey de España en los funerales de personas con las que no tiene vínculo alguno? Imaginen ustedes que acaban de morir sus madres, sus cónyuges o sus hijos, y que están velándolos, y que en eso suena el timbre de la casa y aparecen, con trajes que huelen a naftalina y aspecto de fantasmones de la Santa Compaña, Zapatero con las cejas a media asta, Pepiño Blanco vestido de lo opuesto a lo que su apellido asegura, Rajoy con mechas negras en el pelo de la barba, la ministra de Fomento llorando como una Magdalena, la Fernández de la Vega con disfraz de diseño de plañidera siciliana y Javier Arenas con capirote de capuchino. ¡Zas! Se acabó el duelo, empezó el protocolo. Todos de pie, sorbiéndose las lágrimas, secándose los mocos con el dorso de la mano, poniendo sonrisillas de circunstancias, conteniendo la indignación producida por la presencia de gentes a las que nadie había dado vela en el entierro… Hay un cuento de Cortázar, tronchante, en el que explica cómo apoderarse desaprensivamente de un velorio en el que no se toca pito alguno. Eso, tal cual, es lo que han hecho los políticos en el accidente de Spanair. Intrusismo de pésimo gusto, escalofriante no sólo por serlo, sino por travestir de altruismo el más nauseabundo egoísmo. Buscaban fotos y votos. Han conseguido las primeras. En cuanto a los segundos… Mi ingenuidad confía en que aún queden españoles de bien dispuestos a retirar su apoyo a todas y cada una de las cien mil moscas que han acudido al panal de amarga miel de la hecatombe. Yo no voto a buitres, gusanos y sepultureros.
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Sobre el Autor
Jordi Sierra Marquez
Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.