Los viajes que comienzan obligados por las circunstancias y ajenos al deseo suelen acabar en ninguna parte, en ese abismo al que nadie se encamina pero en el que demasiados viajes desembocan haciendo olvidar la razón primigenia del inicio del viaje.
Zapatero anunció en el Debate del Estado de la Nación que su gobierno lanzaría medidas con el objetivo de cambiar el modelo productivo de la economía española, con el afán de abandonar los tradicionales sectores de referencia, como son el ladrillo y el turismo, y adentrarse en los vericuetos de otros sectores con mayor valor añadido, como puede ser, por ejemplo, el de las energías renovables. De esta manera, se pretende conseguir que España sea menos dependiente de su consumo (el cuál significa el 65% del PIB español) y mejore su balance comercial (España arrastra un excesivo déficit comercial, es decir, el valor de lo que importa es mucho mayor que el valor de lo que exporta).
En teoría es una idea plausible y bien orientada económicamente hablando, pero una vez más al hablar de Zapatero, no es más que teoría. Este viaje hacia un modelo productivo diferente está provocado por las circunstancias, por la crisis económica que nos azuza, y que ha provocado que Zapatero haya optado por tomar medidas como las anunciadas en su discurso, aunque no sean populares. Porque, si tan claro tenía que había que cambiar el modelo productivo, ¿por qué no inició el camino al acceder al poder?
Por una razón de pragmatismo político. La economía española estaba en fase expansiva, sustentada por el ladrillo y el turismo, y Zapatero se aprovechó de la misma sin tan siquiera plantearse la opción de modificar nada, por lo que ahora no tiene catadura moral para hacernos creer que su giro es ideológico y no desesperado.
Además debemos entender que aún cuando el cambio de modelo productivo es bienvenido y necesario, éste tardará en ofrecer resultados, no es algo que se pueda hacer de la noche a la mañana. Para poder realizarlo es necesario mejorar la productividad de los trabajadores españoles, y ello tan solo se consigue con una mejora en la cualificación de los mismos, lo cuál, evidentemente, solo se puede plantear a muy largo plazo.
Por un lado hay que exigir la formación continua de los trabajadores, financiada a partes iguales por empresa y Estado, y, por otro, hay que mejorar la educación en España, una verdadera lacra para nuestra sociedad que arrastra las mayores tasas de fracaso escolar de la Unión Europea y las peores notas en la valoración de nuestras universidades.
Por tanto, mucho me temo que el cacareado cambio de modelo productivo no es más que un ejercicio de retórica política y no está fundamentado en ninguna ideología, bendita palabra, tantas veces reclamada y tan pocas veces utilizada.