Karma
La enseñanza de la ley del Karma es universal. Igual podemos decir de la enseñanza de la reencarnación.
El refranero castellano sentencia con gran sabiduría: “Quien siembra vientos, recoge tempestades”.
Ambas enseñanzas están presentes en el antiguo Egipto y , en todas las filosofías espirituales, en el misticismo de todas las religiones, incluido el cristianismo originario, y en la tradición oral de todas las culturas. Además, la ciencia lo avala desde la teoría de la relatividad, pues «ninguna energía se pierde” (Einstein dixit, pero antes lo enseñó Cristo).
El karma determina el curso de nuestra vida
- No es casual nacer con un defecto físico, en un país del tercer mundo, en medio de una guerra, ser secuestrado, muerto en un bombardeo, tal vez asesinado, o ser mujer violada, etc.
Todo esto lleva en sí una terrible carga dramática, pero, por duro que resulte el afrontarlo, lleva la misma terrible carga y el mismo dolor producido a otros por el mismo que ahora lo sufre: es la recogida de su propia cosecha. ¿Durante cuántas existencias?….
¿Podemos esperar, de responsables de bombardear un país y matar a miles de personas que vivan en paz y tengan, como almas -tanto aquí como en los planos del Más Allá correspondientes a su vibración- una vida serena mientras no se arrepientan y pidan perdón a Cristo y a sus víctimas y a la espera de que estas les perdonen?
Es difícil decir que puedan descansar en paz quienes matan o mandan matar a sus semejantes. Tienen asuntos pendientes: su Karma.
La herencia genética es también una herencia kármica
Pues en cada existencia atraemos los genes que nos corresponden por vibración energética según la ley de causa y efecto: somos nuestros propios herederos en cada vida terrenal.
Sin embargo la presente humanidad a menudo vive de espaldas a la sabiduría acumulada por sus propios antepasados y no acepta fácilmente la Ley de Causa y Efecto. Todo eso hasta se puede aceptar , pero si no se incorpora a la propia vida, no sirve de nada.
Así, cuando recibimos a lo largo de nuestra existencia alguna dura lección, un reproche o una advertencia seria sobre nuestra forma de pensar, de actuar o de sentir, inmediatamente nuestro ego establece los sistemas defensivos que justifiquen esas actuaciones nuestras.
El ego no quiere saber sino la porción de verdad que le halague
Cuando es sorprendido en falta, su primera reacción suele ser culpar a otros y no reconocer su propia parte: la maldad siempre es ajena. Esto tranquiliza mucho a nuestro ego, porque puede seguir reinando tranquilo.
El defecto que no reconocemos le sostiene en el trono, sí, pero en una sala del trono sucia y espiritualmente vacía.