A todos nosotros, como integrantes de este sufrido pueblo español, se nos podría aplicar la famosa frase: Que buen vasallo sería si tuviese buen señor, que alguien profirió refiriéndose a Rodrigo de Vivar, alias el Cid.
Viene esto a cuento de que somos gente difícil de contentar de habitual pero tan ignorantes en el fondo que cualquier caramelo ofrecido en una esquina es suficiente para engatusarnos, aunque sólo sea mientras dura la chupada, y llevarnos al redil como mansos corderitos. Mansos mientras no nos menten a la madre porque es en ese momento que tras la piel lanuda aparece la de lobo y a partir de aquí puede montarse la mundial. Obedientes hasta lo admisible por un reclamo bien empaquetado. Desconfiados ante las consignas y benevolentes con las medias verdades.
No sé si está bien que nos hagan falta los placebos pero al menos alivian. Es condición humana dejar a la esperanza que sea el valladar de nuestras frustraciones por tanto si el deporte de masas fue inventado para sustituir la pelea a muerte por otra, incruenta aun que no menos peligrosa, dejemos que cada uno sirva la cicuta con sifón o sólo con hielo y con su rodaja de limón se la beban. Cuánto peor sea lo que se nos cae encima más cloroformo se nos aplicará. Simple estrategia de control de masas. Se da en las facultades de Sociología e incluso en las escuelas de formación de los futuros servidores del orden público; por no decir en las escuelas de negocios
La Copa de Europa de fútbol derramará sobre nosotros el brebaje con la fórmula del orgullo nacional y la adrenalina del campeón se nos contagiará como si todos hubiéramos estado sobre el césped. –Bueno, ¿y qué?, Mateo. Baja de las ramas- Ya sabemos todo esto de sobras, que sólo el fútbol es capaz de que bajo su embrujo hagamos flamear la bandera aunque mañana llamemos fachas a los que la usen como simple afirmación de identidad como paisanos. Ya sabemos que es recurso viejo y recurrente. Sabemos lo de Panem et circenses. Nos lo sabemos todo y si no, lo inventamos -¿qué pasa?-
Al margen pues de las circunstancias de efímera euforia decía que somos tan simples como para irnos tragando la gran trampa. No encuentro otro modo de denominar a la marea incontenible que se está formando en torno a la clase política y sus actuaciones. Puedo demostrar que en este terreno soy beligerante. Son muchos mis escritos en los que me puede la hiel de la impotencia ante el abuso. Grito con fuerza. No importa si el eco que prolonga mi cabreo es nulo porque al fin y al cabo nadie me ha concedido el privilegio de pertenecer al oráculo que obviamente no merezco pero me producen extrañas sensaciones los mensajes envenenados a través de los cuales se nos pretende llevar al huerto.
Estamos de acuerdo que esto no funciona. Así no queremos ser administrados. Hay fórmulas para una redefinición del Sistema. Desconfío, sin embargo, de los cambios que se apoyan en los arrebatos porque la Historia está llena de ejemplos a los que el tiempo ha sacado a relucir su auténtica careta. Hay sólo dos maneras de vertebrar a un país: Democracia o Dictadura. Todos los demás son utopías: Autogestión, Revolución, Comunalismo, Federalismo Libertario, Igualitarismo; ismos e ismos. Lamentablemente, porque soy de los que creen que vivir es compartir el espacio donde se vive y que la bendita utopía debería dejarse explorar por cada uno sin limitaciones. Pero los hechos no admiten ser refutados. Es lo que hay. Se toma o se acata. Si la Democracia está enferma, que lo está y mucho, o se la cura o se la deja morir pero tanta automedicación es peligrosa. No somos médicos, al igual que no somos enterradores pero todo se aprende y luego pasa lo que pasa, que a lo peor de tanto aplicar sanguijuelas nos quedamos sin sangre.
Vengo a considerar que con un buen arreglo la democracia es la mejor fórmula de convivencia. Respeto otras opiniones pero al menos digamos es la menos mala. Con toda seguridad todos estos que muestran datos y datos sin contrastar, que propagan por la Red bulos no confirmados, que insultan sin pensar que el insulto es un arma arrojadiza que siempre vuelve a las manos, como el boomerang, o que proponen un asalto a la Bastilla, conocen de sobras la técnica del ventilador y apelan a nuestro lado oscuro en el que mora otra forma de razón.
Por supuesto que la sociedad debe ejercer la presión necesaria para cambiar las reglas, pero nos vuelven las preguntas: ¿Hacia dónde se quiere ir? ¿Dentro o fuera del sistema que nos hemos ganado a pulso? ¿Quién gana con atizar la indignación? ¿Se ha medido la profundidad del salto al que nos invitan?
Parece imposible, con el actual estado de cosas, dudar de que la propia situación abra nuevas perspectivas. Una de ellas la catarsis, colectiva e individual que libere nuestros miedos; también la de la sensatez, que es virtud olvidada. Ni todos los políticos son corruptos ni todos los corruptos son políticos. Exigir limpieza democrática es tanto deber como derecho y a esta prerrogativa se ha de acudir con la mente limpia en justa correspondencia.
La democracia tiene al menos la ventaja de permitirnos escribir sobre lo que nos plazca, seamos o no autoridades en algo, que es mucho más de lo que parece a primera vista. Libertad. Libertad de opinión y pensamiento. Libertad para meterse con alguien que se lo merece sin pasar por las mazmorras. Para decidir no leer panfletos. Libertad incluso para poder decidir que no se quiere ser libre. No es baladí.
La moneda está en el aire. A cara o cruz.
Siempre nos quedará la posibilidad de poder hablar contra los sátrapas, aunque sea en voz baja y para uno mismo. Seamos consecuentes… y si no, ajo y agua.