Por JOSÁ‰ CARLOS GARCÁA FAJARDO.
Europa, Ucrania y los países del Este no sólo tendrán que pagar por el gas que llega de Rusia, sino también el precio de ningunear al país eslavo desde la desintegración de la URSS.
No hay más que “mirar por el telescopio”, como suplicaba Galileo a los cardenales que lo condenaban; pero no quisieron hacerlo “para no poner en duda su fe”. Así no hay más que mirar un mapa y asomarse a la historia de Rusia y de otros países eslavos.
Ucrania es el segundo país más grande del continente por extensión después de Rusia. Abarca a las llamadas tierras negras de gran fertilidad y granero de cereales. Desde 1991 es independiente, aprovechando la desintegración de la URSS, propuesta por Gorbachov.
Apasiona seguir la peripecia de esos pueblos que, mucho antes de que existiera Rusia, habían hecho de los enclaves de Kiev y de Novgorod hitos en el camino hacia Rusia, la tercera Roma, heredera de Constantinopla. Miremos el mapa, analicemos los recursos y los movimientos de pueblos espoleados por una religión totalizadora y excluyente, que confunde Trono y el Altar.
La URSS prosiguió el imperialismo de los zares en busca de las aguas calientes. Tenía que dominar el Mar Negro, como se había expansionado hasta el Pacífico por Vladivostok y enfrentarse al Imperio británico por el control de las tierras afganas para ganar el Ándico.
Con el auge del petróleo y del gas no había nada que inventar desde los zares Iván, Pedro o Catalina.
Mientras que Europa organizaba sus intereses por medio del Tratado de Roma y otros acuerdos que condujeron a la Unión Europea, la URSS se desintegraba deshaciendo el COMECON y el Pacto de Varsovia. Contra toda lógica y acuerdos, los occidentales fortalecían la OTAN y presionaban a los antiguos miembros de la URSS. Demostraron que no pretendían una Rusia integrada en las democracias occidentales y libres, sino unos pueblos humillados y sometidos para poder explotar sus inmensas riquezas y abrir nuevos mercados. Rusia pasó a constituir el “Segundo mundo”, antesala del Tercero.
Los depredadores al servicio de una plutocracia sin entrañas utilizaron la OTAN para controlar a países de la antigua URSS, organizando sus comunicaciones, vendiéndoles armas y nuevas tecnologías mediante la creación de una “deuda externa” como la de los países empobrecidos del Sur.
Mediante el chantaje a millones de ciudadanos europeos que, asolados por el frío, volvieron sus ojos hacia la Unión Europea, que se atrevió a “exigir” a Rusia que reanudara el envío de hidrocarburos a través del caballo de Troya de Ucrania.
Pero esas materias primas pertenecían al pueblo y al estado ruso y con la lógica del libre mercado, esos productos tienen un precio que, si no se paga, no se entregan.
La mayoría de los países europeos habían diversificado sus fuentes de combustibles. No así los países del Este, que pretendían seguir enganchados a la ubre de Rusia, con precios de favor sólo comprensibles en el ámbito de las lealtades. Pero la integración en la OTAN de varios países del Este, como paso previo a su asociación a la Unión Europea, supone un descaro de aurora boreal.
Fue el vicepresidente Cheney quien, en su locura por controlar las reservas de petróleo de Oriente Medio y de las antiguas repúblicas soviéticas, proclamó en Kiev el derecho de este país a incorporarse a la OTAN, lo quiera o no Moscú. Mientras que la obediente Bruselas exhortó a Kiev a acercarse a la Unión Europea y a Occidente.
Cheney retó a Moscú desde Kiev: “Creemos en el derecho de hombres y mujeres a vivir sin la amenaza de la tiranía, del chantaje económico, la invasión o la intimidación” y advirtió a Moscú que “ningún país” fuera de la Alianza puede vetar la membresía de Kiev.
Cheney se reunió con la primera ministra, Yulia Timoshenko, antigua empresaria del sector energético que pretende conseguir ahora con la ayuda y al servicio de Estados Unidos. Ya lo había intentado sin éxito durante años cuando pretendió el control de esa industria desde nuevas sociedades al servicio de intereses transnacionales.
La Dama de la revolución naranja sostenida por la CIA se convirtió en Dama de Hierro que se atrevió a poner en jaque a Moscú. No reconoció la deuda de miles de millones de dólares a Rusia en pago de los combustibles que habían recibido aún al precio de país amigo. Se abasteció a tope de combustible no pagado, y pretextó que los millones de toneladas que desvió de los gaseoductos eran en pago de los derechos de tránsito.
Pero la jugada le ha fallado: Bruselas recula y baja el tono pues está ante una potencia soberana y en expansión, Rusia, que controla sus productos y los negocia como le enseñaron a hacer los mercaderes occidentales.
Moscú ha demostrado que es responsable de las riquezas naturales de su inmenso país, a quien torpemente algunos mandatarios anacrónicos se empeñan en ningunear.
José Carlos García Fajardo