Las redes sociales facilitan la conexión interpersonal y el encuentro con los demás, pero también funcionan como un anclaje permanente en el pasado. La memoria ilimitada de Internet no contempla la redención del olvido.
Nada se olvida. Todo, los buenos recuerdos y aquello que es preciso borrar, permanece para siempre incrustado en la memoria. Estas son las consecuencias de un cruel trastorno conocido como hipermnesia. Afecta, según los estudiosos, a sólo tres o cuatro personas en el mundo. Sin embargo, millones de usuarios de las redes sociales están expuestos a diario a recibir una inocente caricia del pasado cargada de nostalgia o un certero puñetazo capaz de abrir heridas que parecían cicatrizadas. El pasado, de nuevo, se hace presente.
Redes tan extendidas como Facebook, con 300 millones de usuarios a nivel global, la española Tuenti o Twitter sirven de punto de encuentro y de reencuentro para muchísimas personas que recurren a estas herramientas virtuales para establecer contacto con otros usuarios y divertirse utilizando algunas de las variadas aplicaciones disponibles. Tiempo de esparcimiento, la búsqueda de viejos amigos o conocidos, curiosidad sobre la vida privada de los demás o simplemente rutina. Cualquier motivo parece bueno para crear un perfil de uno mismo, más o menos ajustado a la realidad, y comenzar a compartir datos, fotos, videos, experiencias, cotidianeidades y cualquier otro tipo de información que pueda tener interés o no.
La nota negativa que se destila de estas gigantescas estructuras de conexión interpersonal está, aunque suene extraño, en la infinita memoria que brinda internet. Millones y millones de datos personales se almacenan día tras día en un stock ilimitado. Un amplio catálogo de recuerdos que permanecen inalterables, sin barnices ni capas de pintura posteriores inventadas por el paso de los años. Todo tal y como se publicó en su momento se hará presente una y tantas veces como el cursor del ratón presione sobre la tecla precisa que conduce a un viaje de ida a través del túnel del tiempo. De regreso al hoy, la vuelta se convierte en un «ahora» cargado de «ayeres». No existe la oportunidad del olvido.
La vida es siempre una evolución y, por qué no, también una contradicción constante. El individuo puede cambiar de manera de pensar, de chaqueta, de actuar y hasta de principios. Se trata, como afirma la creativa publicitaria y novelista Emma Riverola, «de un periplo interior que a veces compartimos con otras personas. Compañeros de aventuras que el azar de la travesía obliga a despedir en diferentes estaciones». Ahora, las redes sociales han convertido el desarrollo personal en un «crucero de masas» gracias a la creación de una nueva necesidad vital, aquella que nos empuja a ser visibles en todo momento y a compartir cada instante, por irrisorio que sea, con los demás. La guerra en contra del anonimato ha sido declarada.
El pasado puede acabar por convertirse en un pesado lastre que dificulta el camino hacia el futuro. Una molesta piedra en el zapato imposible de expulsar cuando los ojos ajenos siguen cada paso propio, salto o tropiezo a través de la red. Y todo por el terror que produce la soledad. Miedo que «el fenómeno Facebook» combate con un remedio casero: el reconocimiento de los demás. No sólo eso. También el reconocimiento propio como parte de un engranaje mayor en el que cada pieza requiere sentirse imprescindible.
En una conocida canción de Joaquín Sabina en la que se enumeran «más de cien mentiras que valen la pena», el cantautor español hablaba también de la existencia de «más de cien pupilas en las que vernos vivos». Esa es la verdadera función que han adquirido las pantallas de los ordenadores a las que millones de usuarios de todo el mundo se asoman durante horas y horas. Pupilas de más o menos pulgadas, depende del fabricante, con la capacidad de las pantallas de mostrar al otro y de reflejar como un espejo la identidad de uno mismo. Pupilas, las de los otros, en las que vernos vivos.
Como dijo Gabriel García Márquez, «la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado». Después de todo, ese artificio hoy no es más que un viejo coronel retirado de las guerras de Macondo que ha perdido sus galones por la hipermnesia crónica que aqueja a las redes sociales.
David Rodríguez Seoane
Periodista