“La presencia de los abuelos puede mejorar el éxito de la crianza de los hijos”. Así lo asegura en un estudio, publicado por la revista Nature, un equipo de investigadores que estudiaron a dos grupos de mujeres uno en Finlandia y el otro en Canadá. Tras examinar el árbol genealógico de más de 3.500 mujeres que vivieron en los siglos XVIII y XIX en estos países, los expertos comprobaron que en las familias en las que la abuela aún vivía sobrevivieron muchos más niños, y también nacieron más, que en las que carecieron de abuela.
El mensaje del estudio es que el contacto con la abuela es beneficioso para los nietos y para la perpetuación de los genes familiares. “No sólo el amor de abuela, sino la propia menopausia femenina –que se produce a la edad en que nacen los nietos– hace que las mujeres estén disponibles para colaborar en la crianza de los hijos y aumentar así las probabilidades de que éstos sobrevivan a la infancia y los genes familiares se perpetúen”, argumenta Marc Tremblay, director del Grupo de Investigación de la Universidad de Québec, coautor del estudio. Y según un trabajo antropológico –bautizado con el nombre de ‘Efecto abuela’ y publicado asimismo en Nature– podría tratarse de otra estratagema urdida en los millones de años de evolución humana para asegurar aún más la supervivencia de los genes.
La palabra abuela cada vez sugiere menos imágenes de una ancianita en la fase final de su vida. Las abuelas de hoy viajan, visten ropas con estilo deportivo, aprenden cosas nuevas, hacen gimnasia y muchas incrementan la cultura que quizás no pudieron adquirir en su juventud. Se cuidan y tratan de conservarse sanas, activas y muy conectadas con el mundo. Eso es también un beneficio indudable para sus nietos.
Pero la realidad tiene muchas caras. Las nuevas situaciones familiares que se crean tras los divorcios y separaciones matrimoniales repercuten también en la relación de los abuelos con sus nietos. “Nos llaman muchos abuelos desesperados porque no les dejan ver a sus nietos”, contaba Marisa Viñes, presidenta de la asociación española Abuelos en Marcha (Abumar).
El doctor Antonio Guijarro Morales, cardiólogo español, describe en su libro El síndrome de la abuela esclava los casos de decenas de abuelas ‘tradicionales’ que renuncian a una vida propia para atender a sus nietos –y para que sus hijas puedan traer un sueldo a casa– y que acaban enfermando física y mentalmente. Una cosa es que las abuelas se ocupen del nieto y otra que terminen agotadas a medida que la familia crece, los años pasan, las necesidades aumentan y los hijos van cargando más obligaciones a sus espaldas.
Con jornadas inacabables, muchas abuelas pierden relaciones sociales y su propio tiempo de ocio; cada vez dedican menos tiempo a su cuidado; duermen menos, no hacen ejercicio, e incluso dejan de atender sus revisiones médicas. “El consejo que les damos es que recuperen el control de su vida y se concedan tiempo a sí mismas; no sólo su estado físico y mental mejorará, sino que toda la familia a su alrededor se verá beneficiada.”
Por otro lado, la sociedad sigue sin reconocer, ni legal ni económicamente, el papel de ese gran porcentaje de abuelas que hace posible que sus hijas trabajen. Los Estados deberían garantizar el bienestar de las abuelas; ya que resultan tan eficaces para preservar los valores de una sociedad.
Son muy importantes los beneficios psicológicos de los niños que escuchan los relatos de historias familiares. Las abuelas, gracias a su paciencia y ternura, trasmiten valores, proponen modelos de conducta y hacen sentir a los nietos una pertenencia al grupo familiar que les da seguridad y autoestima. Nunca se olvidan aquellas enseñanzas que nuestras abuelas nos dieron entre el vaso de leche y las galletas.
La escritora Rosa Regás, narra muchos de esos momentos con sus 14 nietos en su libro Diario de una abuela de verano. “Me emociono al pensar que mi regalo de cada verano pasado con mis nietos durará más que yo misma, y en esa memoria yo estaré con ellos, aunque entonces no me sea dado disfrutarla porque mi turno ya habrá pasado.”
La esperanza de vida de una abuela de 55 años es hoy superior a la que tenía su abuela a los 35 años. En sociedades cada vez más longevas, donde hay más abuelos y abuelas que nunca, es preciso brindarles más apoyo y un reconocimiento familiar e institucional adecuado.
María José Atiénzar Caamaño
Periodista