Por primera vez se sentía arrollado por las circunstancias, desbordado emocional, profesional y personalmente por una situación que lo superaba y ante la que era incapaz de actuar con la templanza y resolución con las que afrontaba siempre los problemas, por complejos y difíciles que fueran.
Esta vez fue distinto, porque nunca había presenciado que el dolor derrotase a un hijo, ni que sus reclamos como profesional fuesen con suma amabilidad ignorados con condescendencia y que su impotencia lo arrinconase en la esterilidad de cualquier iniciativa.
Ya había vivido experiencias como aquella pero nunca tan intensas y agobiantes, ni siquiera cuando nacieron sus propios hijos y era su mujer la aquejada de dolores.
Pero asistir al sufrimiento que su hija más pequeña experimentaba en el alumbramiento de su primer retoño era insoportable.
Por primera vez se sintió arrollado por la vida y sólo pudo recobrar la calma cuando le comunicaron que acababa de ser abuelo.
Abuelo por tercera vez aunque nunca había estado tan nervioso.
Cosas de la edad, supone.