En ciento once países, las personas sufren torturas o malos tratos en los interrogatorios; en 55 no hay juicios justos; en 96, la libertad de expresión está restringida y, en 48, hay presos de conciencia, según el último informe realizado por Amnistía Internacional sobre el estado de los derechos humanos en el mundo. En el punto de mira, están países como Irán, China, Corea del Norte, países del Magreb… Sin embargo, la Unión Europea y otros países de Occidente no presionan lo suficiente para que los derechos humanos sean una realidad.
“Los presuntos campeones de los derechos humanos no responden al problema, no defienden a las personas y a las organizaciones que luchan por los derechos humanos y no se posicionan firmemente contra los gobiernos abusivos”, defiende Kenneth Roth, director de Human Rights Watch. Para esta organización, los gobiernos de Occidente “tratan con guantes de seda” a aquellos que abusan y violan los derechos fundamentales de las personas.
En los últimos años, parece haberse implantado lo que expertos llaman “diálogo silencioso” en las relaciones internacionales. Los gobiernos y organismos prefieren el “ritual” de la cooperación y el diálogo con gobiernos represivos de todo el mundo, dejando a un lado la condena firme por los abusos cometidos.
Países como Estados Unidos o los miembros de la Unión Europea, que se consideran adalides de los derechos humanos, poco hacen en realidad excepto declaraciones más o menos rimbombantes de los políticos de turno. La realidad es muy diferente. Todos cooperan y dialogan con dirigentes que abusan y violan los derechos humanos. “El diálogo y la cooperación son importantes, pero el gobierno abusivo debe ser el responsable de demostrar una verdadera voluntad de mejorar”, explica Roth. Pero la realidad es que existen acuerdos comerciales, militares, económicos… Y de nuevo por encima de las personas están los mercados y los beneficios económicos. Una actitud hipócrita que hace que se mantenga el estado de la situación o que, incluso, empeore.
Hoy la presión internacional a los países que no cumplen con la Declaración Universal de los Derechos Humanos es casi inexistente y los dirigentes escogen con sumo cuidado las palabras para la crítica. Que se quedan en sólo eso, palabras. No existe voluntad política para aislar a aquellos países que violan de manera sistemática los derechos de sus ciudadanos. China es un claro ejemplo. Un país donde no existe libertad de expresión, donde hay presos de conciencia, donde no existen las libertades civiles, donde se tortura y existe la pena de muerte… es bien recibido en todos los países y por todos los dirigentes, de uno u otro color. ¿Quién se atrevería a contradecir a este gigante? ¿Y si no compra deuda española? ¿Y si vende la deuda de Estados Unidos?
Las grandes y elocuentes palabras que dedican nuestros políticos a los derechos humanos deberían cambiarse por acciones concretas para que los que no cumplen lo hagan o se queden aislados de la comunidad internacional. “En ausencia de una voluntad demostrada para el cambio por los gobiernos abusivos, los gobiernos de buena voluntad necesitan ejercer la presión para poner fin a la represión”, denuncia el director de Human Rights Watch.
No todo está perdido. A pesar de la hipocresía de los dirigentes mundiales y de la falta de voluntad política, la sociedad civil está hoy más comprometida que nunca. La sociedad utiliza las nuevas tecnologías para presionar a gobiernos de todo el mundo y así acabar con situaciones penosas. De esta forma, se consiguió parar la lapidación de la nigeriana Amina Lawal, se ha parado la muerte de la iraní Sakineh Ashtiani o se consiguió la prohibición de las bombas de racimo. Frente a un poder político caduco y vendido a los mercados, la sociedad civil no puede quedarse quieta. Tenemos que actuar y proponer alternativas para que los derechos humanos sean una realidad para todos.
Ana Muñoz Álvarez
Periodista