Accidentes laborales
Me resulta ya de un hartazgo exasperante, a estas alturas, las palabritas de consuelo de la Administración –que para mí es quien en última instancia posee toda la responsabilidad en esta lacra social- cuando por parte de sus más insignes representantes se nos dice que si el índice de siniestralidad laboral ha bajado, que si gracias a las campañas de sensibilización los siniestros laborales están disminuyendo, que si se crean organismos específicos para el tratamiento de este asunto, etc, etc, etc…
¡Incierto el correlativo!, que se dice en los interrogatorios. Más de lo mismo, créanme. Esto es lo que nos ofrece el equipo administrativo que se ocupa de esta parcela vital de la productividad. Y me produce aborrecimiento, francamente, contemplar a estos señores acompañados de los denominados agentes sociales fotografiándose siempre de cara a la galería, como si quisieran transmitirnos el quehacer tan extraordinario que vienen realizando en este campo tan difícil y de tanta repercusión.
Sin embargo, funcionarios de tercera es lo que a mí me parecen, que aun sabiendo como saben lo que se cuece dentro de esta pirámide hacen oídos de mercader y se dedican a la práctica del parcheo escamoteando, por ejemplo el número de inspectores que son indispensables en una materia de tantísima importancia.
Pero, aunque la responsabilidad última, repito, sea de la Administración –para eso es la que tiene el control- no podemos dejar de mencionar a ese empresario que construye con la avaricia como único lema, y contrata y subcontrata la mano de obra más barata que haya en el mercado dejando faenar a su libre entender al desgraciado subsahariano, al senegalés de turno o a los cientos de latinoamericanos que pueblan los tajos de España.
Y cuando uno de estos pobrecitos se mata, porque no tienen ni la más remota idea de lo que es, representa y conlleva la famosa Ley de Prevención de Riesgos Laborales, a ese empresario al que nos referimos solamente se le apercibe o se le multa si cabe con una cantidad que es del todo irrisoria. Que lo suyo, si se tuvieran los redaños suficientes, es que algún que otro empresario de esta naturaleza visitara la cárcel por el tiempo que la Justicia estimase oportuno. ¡Que otro gallo les cantaría, estoy seguro!
Claro que, del papelito de las dos centrales sindicales mayoritarias en esta cuestión, mejor ni hablar. A mi entender, con menos fuerza que una gaseosa no atinan nada más que a poner el grito en el cielo en los distintos medios de comunicación sacando a relucir un sinfín de estadísticas que realmente nada aportan. Animan, eso sí, a los obreros a denunciar aquellas situaciones de trabajo en la que sus vidas puedan correr peligro… Y yo me pregunto: ¿qué obrero se va a atrever a denunciar una situación de riesgo, para que dure en la obra el tiempo que duró en abrir la boca? ¡Menos poltrona y más trinchera, que diría aquél!
Así que, en este macabro “juego”, en el que la Administración no puede (?), algunos empresarios se pasan la normativa por el forro y los sindicatos mayoritarios figuran como meras comparsas, los que verdaderamente pierden, sin ningún género de duda, son los trabajadores y sus respectivas familias. Porque, hoy por hoy, y los hechos lo demuestran, los accidentes laborales se han convertido, para los que yo me sé, en esa gran mentira sobre la que sustentan sus particulares dimes y diretes.