Populismo y estatolatría, y otras formas de intervencionismo colectivista
Los partidarios del comunismo o del socialismo en sus múltiples formas, piensan en el fondo –aunque no lo digan, pues obviamente no son tan estúpidos- que “el pueblo”, la gente desea comida y techo, y que para conseguir más y mejor pan –y circo- los individuos están dispuestos a renunciar a la libertad y a la autonomía, a la mayor o menor capacidad de decidir que poseen, y a someterse voluntariamente a la tutela del estado, a una autoridad paternal que consideran “competente”.
Los colectivistas, se califiquen o denominen como plazcan, proclaman a bombo y platillo un profundo amor a las instituciones “democráticas”, hablan de democracia participativa, del pueblo soberano, de profundizar en la democracia, en el autogobierno… cuando no están en el gobierno, pero la Historia de los últimos siglos demuestra sobradamente que todas esas proclamas no son otra cosa que una argucia, un ardid para engatusar, engañar a las masas.
En una comunidad, en una sociedad “socialista” no hay lugar para la libertad. En un régimen político en el que el gobierno es el propietario de todas las imprentas, no es posible la libertad de prensa; en un régimen político en el que el gobierno es el dueño de los medios de información/comunicación, difícilmente puede haber libertad de información y de expresión, y posibilidad de divulgar las ideas y opiniones, sean individuales o de un grupo (recuérdese que una de las primeras propuestas que ha hecho el promotor de “podemos”, tras el éxito conseguido en las recientes Elecciones para el Parlamento Europeo, ha sido que tiene que haber un mayor control gubernamental de la prensa, la radio y la televisión…)
Allí donde el gobierno es el único patrono, el único empleador, allí donde el gobierno es el que decide qué tarea ha de realizar cada trabajador, difícilmente puede haber libertad para elegir un oficio, una profesión. Un régimen político en el que el gobierno es el que decide dónde ha de fijar uno su residencia, dónde ha de trabajar cada cual, no puede haber libertad para establecerse, residir, y habitar donde uno desee.
Allí donde el gobierno es el propietario de las bibliotecas, archivos, laboratorios, centros de investigación, centros de estudio, universidades… y posee el “derecho” de enviar a las personas a donde le dé la real gana, a lugares donde no puedan continuar con sus investigaciones y estudios, difícilmente puede haber libertad de investigación y avance –real- de la Ciencia.
En una sociedad donde el gobierno puede decidir quien puede, y quien no, crear obras de arte (e incluso decidir qué es “arte”) difícilmente puede haber libertad para hacer pintura, escultura, arquitectura, literatura, música…
Indudablemente, tampoco puede haber libertad de pensamiento, ni de conciencia, ni de palabra, en un régimen político en el que el gobierno tenga capacidad de “trasladar” a cualquier disidente, discrepante, crítico; no son posibles tales derechos y libertades en un sistema político donde el gobierno tenga derecho a desterrarlo, a condenarlo al ostracismo, u obligarlo a cambiar de residencia, a un lugar inhóspito en el que peligre su salud, o imponerle tareas que superen sus energías y su fuerza física; o psiquiatrizarlo, o reeducarlo…
En una comunidad socialista los ciudadanos no poseen más libertad que la que tiene un soldado en el ejército, o un anciano, o un huérfano en un hospicio.
Pero, a pesar de todas estas “objeciones”, los colectivistas nos dirán que quienes viven en regímenes socialistas tienen capacidad de elegir a sus representantes, de elegir a sus gobernantes; claro que suelen tener un lapsus de memoria, suelen cometer el desliz de olvidarse de que en los Estados Socialistas, el derecho a decidir, el derecho al voto acaba convirtiéndose en una farsa. En los regímenes colectivistas los ciudadanos –aunque mejor habría que denominarlos “súbditos”- no poseen otras fuentes de información que las gubernamentales; las radios, los periódicos, las televisiones, incluso los lugares donde es posible reunirse –siempre que la autoridad dé permiso, claro- son propiedad del gobierno. En situaciones “así” difícilmente ningún grupo disidente, ningún partido político opositor al gobierno puede organizarse ni divulgar su proyecto, su programa, sus ideas. Para descubrir cómo son en realidad los plebiscitos, las “elecciones” en los países socialistas, colectivistas, basta darse una vuelta por regímenes como los de Cuba, Venezuela, Corea del Norte… O darse un paseo por un buen libro de Historia.
Mención aparte merece la planificación centralizada de la economía a la que aspiran los partidarios de fórmulas de gobierno colectivistas. La dirección de los asuntos económicos –en los regímenes colectivistas- no puede ser sometida a ninguna clase de fiscalización por parte de alguna clase de parlamento, o asamblea legislativa, y mucho menos por el común de los mortales. Los gobiernos socialistas, comunistas, colectivistas acaban convirtiéndose en omnipresentes, omnipotentes –totalitarios en suma- en una autoridad por encima del pueblo; se autoproclaman nuevos gestores de la moral colectiva, ungidos no se sabe por quién, y poseedores de una sabiduría especial, que les da la potestad de anticipar cuáles son las necesidades de todos y cada uno de los integrantes de la comunidad, y crear planes quinquenales, cuatrienales y ocurrencias por el estilo; pretexto en el que se basan para permanecer en el poder de forma indefinida. Los gobiernos socialistas acaban convirtiéndose en gobiernos irrevocables que no admite intromisiones en sus “propios asuntos” por parte de ningún discrepante o disidente, al que consideran reaccionario, contrarrevolucionario, anacrónico, contrario al interés común, al de la colectividad.
El socialismo conduce, de manera inevitable a la destrucción de la democracia, a regímenes absolutistas, dictatoriales, liberticidas.
Que se sepa, nunca ha habido ningún régimen social-populista que haya conseguido, o que de veras lo pretendiera, poner remedio a la injusticia, mejorar la vida de los más favorecidos, acabar con la pobreza (miseria tanto económica como cultural). Ningún sistema político “populista-progresista” ha promovido nunca una verdadera educación, orientada a fomentar el pensamiento crítico, a erradicar las formas de pensar acientíficas, supersticiosas, las diversas formas de fanatismo.
Realmente lo que menos les interesa son los derechos de las personas, les despreocupan los intereses de la gente corriente, y por supuesto les importa un bledo la salud de las instituciones “democráticas”, la participación ciudadana, y toda la retahíla con la que adornan sus discursos vacíos… Muy al contrario, procuran crear más y más situaciones de dependencia asistencial, fomentando el clientelismo-servilismo, “estómagos agradecidos”, servidumbres más o menos voluntarias, todas las formas posibles de subsidios, y adoctrinan a la población inculcándoles “valores” cargados de resentimiento, de revanchismo, o como poco de perplejidad y confusión. Se trata de conseguir lealtades a ultranza, la adhesión inquebrantable de la mayoría, eso sí, mayorías “secularmente oprimidas, maltratadas y con enormes carencias”. Las diversas formas de socialismo autoritario (aunque posiblemente todos los socialismos son autoritarios) así como los diversos fascismos, recurren a estrategias semejantes: se inventan un enemigo exterior, se inventan un enemigo interno y un enemigo en el pasado reciente. Por supuesto, para “echar balones fuera” la responsabilidad siempre es de otros, de la etapa política anterior, la “deuda histórica” también lo llaman. De ese modo podrán seguir medrando y malversando por mucho tiempo y con total impunidad…
Por el contrario, los regímenes democráticos –no populistas-poseen un mayor nivel de bienestar y de crecimiento, son previsibles e infunden más confianza. Por eso nos vamos quedando en el vagón de cola, en el “trasero del mundo”, pese a las enormes potencialidades que seguimos manteniendo inactivas debido al modelo populista-progresista que padecemos –el estado del bienestar lo denominan ahora los voceros y trovadores- que hipnotiza, esclaviza y embrutece.