En su libro El estallido social de un mundo en crisis (Aguilar), la periodista Rosa María Artal utiliza la metáfora de “sociedad volcánica” para referirse a nuestros tiempos, repletos de tensiones en el subsuelo y erupciones en la superficie.
La autora sostiene que “las tensiones en el subsuelo provocadas por los poderes financieros y la decepción por la desaparición de la democracia -incluso la formal- solo pueden compensarse con la ilusión y la esperanza que ha traído el movimiento 15-M y otros agentes como Wikileaks, Anonymous o las revueltas ciudadanas en Oriente Próximo y Medio”, a la que considera como placas tectónicas de un descontento social que colisionan con los poderes financieros.
Estos movimientos, que a veces se manifiestan en protestas ciudadanas, sirven para liberar una tensión subyacente, como las fumarolas, grietas en la tierra de las que surgen vapores y que “a veces preceden las erupciones y a veces no”. “Cuando se soporta una presión enorme por algún lado tiene que salir”, aunque seamos unos ciudadanos “atados a la realidad de las hipotecas, distraídos, infantilizados, controlados…”.
La caída de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, hizo que el sistema financiero se desmoronara. Se hicieron múltiples análisis de las causas y de las consecuencias, se promovieron ajustes y se calculó su duración… pero algunos economistas más optimistas dicen que esta crisis-recesión puede durar otros dos años y los más pesimistas prevén que puede llegar hasta diez.
¿Qué podemos hacer ante esta incertidumbre? En palabras de la psicóloga Mertxe Pasamontes, si solo se habla de crisis, se fomenta la impresión de sentirnos también nosotros en crisis. Si dominamos nuestro estado interno, donde reside todo lo que sentimos respecto a lo que nos pasa, seremos capaces de dominar el mundo exterior. Así podremos observar qué nos contamos a nosotros mismos y cuáles son nuestras creencias limitadoras.
Somos los responsables de lo que nos sucede, de nuestros estados, de nuestros éxitos y de nuestros fracasos, sin necesidad de culpabilizarnos. No podemos esperar a que nos den un trabajo. Hay que ser activo, buscar opciones, porque si solo tenemos una opción, el margen de actuación es pequeño; si tenemos dos opciones, estamos ante un dilema; si somos capaces de generar tres opciones, estamos aumentando las posibilidades de éxito. Empezar a tener una marca personal, cambiar estructuras sociales y maneras de funcionar propias y ajenas, requiere tiempo. El mundo está en red. No solo se trata de ser notorio, sino también relevante.
¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir? Estamos en un mundo consumista en el que se compra satisfacción a cambio de dinero. Lo dijo Platón: “La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos».
Los medios de comunicación nos impulsan a ser reactivos, simples y condicionados; nos evitan concebir cualquier escenario posterior a los tres años, que es el periodo habitual para considerar el largo plazo. En el mundo actual, global, complejo, interconectado y frágil, hipercompetitivo y en plena remodelación económica y tecnológica, renunciar a la visión de largo plazo es equivalente a convertirse en un seguidor. Por eso pensar y actuar como estrategas no es un lujo, sino una necesidad. Sin embargo. Las decisiones que en estos años se tomen van a ser más determinantes que nunca para el futuro a largo plazo.
El investigador Geert Hofstede midió en 11.000 empleados de IBM de 40 países cómo la cultura promueve el retraso de la gratificación inmediata para invertir en el futuro. Ocuparon los primeros puestos China, Corea y Japón, países que han crecido espectacularmente en su historia reciente, debido en parte a la práctica de una intensa prospectiva nacional. Quienes tienen mayor orientación al futuro obtienen mejoras en el nivel de innovación, competitividad y bienestar social.
El futuro exige siempre que estemos abiertos al cambio. ¿Qué podemos hacer para ver nuestro propio camino?
Por ahora nos queda ir saliendo de la crisis y, mientras tanto, darnos un tiempo para estar solo con nosotros mismos y buscar la paz que se encuentra en nuestro interior, justo lo contrario de lo que nos dice el mundo y las comunicaciones que nos rodean.
Herminio Otero
Periodista y escritor
www.telefonodelaesperanza.org