Somos los hijos del agobio.
Somos los hijos de tantas generaciones extasiadas en dogmas.
Somos la neurosis de todas ellas.
Y nos disponemos, “libres,” a contemplar las consecuencias de tantas invenciones fabricadas con el propósito de domesticarnos a nosotros mismos.
Me hace tanta gracia contemplar cómo intentamos maquillar nuestros verdaderos instintos, que me caigo al suelo.
Allí, observando el cielo, reflexiono entre los dos tipos de ser humano predominantes.
Los sensibles y los hombres de las cavernas.
Los sensibles, conscientes de sus instintos animales, intentan por todos los medios convertir a los hombres de las cavernas, pero entran en crisis cuando uno de esos instintos brota como torrente e inunda todas su bonita parafernalia racionalista.
Por su parte, los hombres de las cavernas, viven guiados por sus instintos sin ser prácticamente conscientes de ellos, pero experimentan la misma sensación que los sensibles cuando esa extraordinaria máquina biológica les advierte de los mismos.
En conjunto, todos intentamos convencer a los demás de que nuestra lógica es la única, y por consiguiente, la más válida.
Los que creen en Dios llaman ignorantes a los que tachan de ignorantes a los que no creen únicamente en la ciencia pura.
Los que son de izquierdas llaman reprimidos a los de derechas y los de derechas llaman desviados a los de izquierdas.
Los hombres, según las mujeres, son estúpidos; Y las mujeres, según los hombres, no ven más allá de sus narices.
Los niños critican a los viejos por ser aburridos y los viejos a los niños por ser demasiado escandalosos.
Discutía con un tipo el otro día. Me tachaba de subjetivista. Estaba completamente convencido de que sólo existe una realidad para todos.
Yo corroboraba su teoría, pero añadía que cada uno tenemos una percepción muy diferente de esa realidad, e incluso variable según el nivel emocional en el que nos encontremos.
Me seguía tachando de subjetivista.
Entonces comenzaba a surgir, como en cualquier discusión, la batalla de los superyó. A la que, de vez en cuando, me gusta jugar para desvelar mis más escondidas necesidades, en su mayor parte, ficticias.
Pero en esta ocasión, simplemente intentaba llegar a un acuerdo entre nuestros dos puntos de vista.
Como en innumerables ocasiones, estaba frente a un tipo encerrado en su propia percepción, completamente incapaz de ver que en esta vida no existe nada absoluto y que todos los puntos de vista pueden llegar a reconciliarse.
Ni tan siquiera la ciencia pura se puede definir como absoluta y completa, ya que cada día se desestiman multitud de teorías que habían sido aceptadas por la comunidad científica con anterioridad.
Con respecto al tema de la realidad. ¿Quién puede negar que todos vemos el mismo árbol? Obviamente no se puede negar la teoría de Ayn Rand. Pero quién se atrevería a decir que según el funcionamiento neuronal de cada individuo, el determinado árbol no produce distintas sensaciones?
Además, si en lugar de un árbol, analizamos un concepto abstracto como por ejemplo el amor o la política; esa realidad subjetiva se manifiesta en grado superlativo.
Aquel tipo no podía comprender que se produjera una fusión entre los dos conceptos, como así muchos no pueden comprender que se produzca una fusión entre el modernismo y el clasicismo; o entre una ideología de izquierdas y una de derechas.
Pongamos otro ejemplo. El Flamenco. Sin duda, un arte inconmensurable.
Los “puristas” reclaman la no variabilidad de las formas clásicas. Sin darse cuenta, en absoluto que precisamente el flamenco es una de las músicas más fusionadas desde sus orígenes sefardíes, latinos y árabes; tomando forma con la incorporación de la técnica y cualidades de la música clásica española.
¿Cómo pueden negar estos puristas que se añadan hoy en día elementos del jazz o del rock?
A su vez, estoy de acuerdo en que hay que mantener esa esencia pura y honda del arte a la que se refieren esos clásicos, de cualquier otra forma la arquitectura del arte y, por lo tanto, su individualidad desaparecería.
Como puede llegar a desaparecer la ética desarrollada durante siglos.
¿Cuándo nos daremos cuenta de que la única forma de llegar a convivir en paz es llegar a un punto medio de entendimiento entre todas esas ideas que, al fin y al cabo, no son más que producto de nuestra imaginación? Una imaginación, por otra parte, tan impresionante que en un segundo podríamos llegar a crear un sistema adaptable para que todos los seres humanos y demás especies de la tierra vivamos cómodamente.
Pero es preferible matarnos los unos a los otros para entretenernos, que entretenernos en crear algo realmente interesante para todos.
¿No es obvio que esa confrontación de ideas resulta fundamental para mantenernos distraídos?
Alucinante es vivir en una generación con un acceso inmediato a toda la información que nos dé la gana y preocuparse únicamente de satisfacer unos deseos ficticios precisamente creados por esos individuos en el poder.
Solo espero que esa sensación que me persigue, la de la involución del ser humano, solo sea un producto, también, de esa inagotable imaginación.
PAZ