La propaganda mediática nos rocía a diario de un porción de imágenes y comentarios tendentes a preparar a la opinión pública para que acepte de buen grado una nueva guerra con su «malo» correspondiente señalado con el dedo. Ahora van a por Siria y a por su presidente. De no saber la triste experiencia y el fatal resultado que para los pueblos divididos y arrasados han traído las anteriores guerrras de Afganistán, Irak o Libia, aún sería posible apara algunos ingenuos suponer que los «malos»· oficiales señalados con el dedo eran un peligro para la civilización occidental. Podrían serlo para sus pueblos, pero eso sería cosa de sus pueblos, y no de la OTAN y demás industrias anexas. Quienes se benefician en todas. ya sabemos quiénes son. Siempre los mismos, y qué cansino resulta recordarlo.
El desengaño y la oposición a la guerra es tan antiguo como la conciencia de las personas lo permite. En esta ocasión citaré a Tolstoi.
«Hombres de nuestro mundo cristiano, instruidos, dotados de entendimiento, buenos, profesando la ley del amor y de la fraternidad, considerando el homicidio como el más grande de los crímenes, incapaces – salvo raras excepciones- de matar por sí mismos a un animal, se dedican sin remordimiento cuando el crimen se llama “guerra” a matar, a saquear, y se jactan de ello.
Este mismo fenómeno se repite en todas partes. La gran masa, los obreros, enfundados en uniforme, se entregan al asesinato y a la rapiña; pero hay que declarar a favor de ellos que el crimen no es iniciativa suya, que no lo preparan ni lo desean, pero que participan de él constreñidos y forzados.
La ínfima minoría que vive en el lujo y en el ocio, al mismo tiempo que hace trabajar a los obreros, prepara las matanzas y las rapiñas de la guerra, forzando a la masa desheredada a que sea su cómplice.
¿Cómo mostrarse indiferente ante semejante conflicto? ¿Cómo no sentir interés ante esta guerra y no importa cual otra que pueda estallar?…No hay un motivo mayor de aflicción como estas batallas entre los hombres.
Háblese de lucha de pueblos, de conflictos entre razas, de consecuencias que pueda traer la victoria de una u otra…Pero ¿Qué importa todo eso? …Yo estoy siempre por el hombre, bien sea ruso, bien sea japonés. Yo estoy por el obrero, por el oprimido, por el desgraciado, que pertenece a todas las razas. Y ocurra lo que ocurra, ¿qué es lo que sacará él como ganancia de este choque de pueblos?
Esta guerra muestra dolorosamente hasta qué punto los hombres olvidan la noción de su deber.
¡Cumplir el deber! ¿Saben ellos solamente lo que estas palabras significan?
Por encima de los deberes que tienen los hombres con la familia, la patria y la sociedad, está su deber con Dios, y si la palabra repugna, con el Todo, con una gran T. Este Todo, que yo llamo Dios, está por encima de las controversias individuales.
Haga yo lo que haga nada puedo hacer que no pertenezca a un conjunto, pues yo no soy más que una parte de una gran armonía. La conciencia que yo tengo de la relación de mi ser con esta armonía es lo que se llama habitualmente espíritu religioso, y esta conciencia es la que nos dicta los deberes.
Pero estas nociones esenciales los hombres las olvidan. ¿Es que acaso leen alguna vez el libro de los libros, el Evangelio?…Ellos se obstinan en permanecer en estado de barbarie. Y nosotros les vemos, por causa de esto, comprometidos deliberadamente en guerras vergonzosas, sin decirse que el primer deber más esencial de los seres humanos que piensan es el de abolir la guerra.
Si yo fuera emperador, ministro, periodista, soldado, yo me diría: ¿Tienes tú el derecho de ordenar la guerra, o de seguirla, o de aconsejarla, o de impulsarla o de aceptarla y servirla?…NO. Ocurra lo que ocurra, bajo ningún pretexto y por la causa que sea, tú no tienes ese derecho, pues no existe una guerra, una tan sola, que valga el sacrificio de una sola vida humana ni el gasto de un solo kopek. Emperador, ministro, periodista, soldado, tú eres un hombre; nada más que un hombre. Tú has sido arrojado sobre la tierra para un fin superior y para cumplir una misión… hacia el cumplimiento de la cual debes marchar sin reposo. Tú faltas a esta misión y reniegas de tu destino si ordenas la violencia, si la provocas o la preparas, o la excusas, o te prestas a su cumplimiento. No hay en la vida una ley superior a la repugnancia que inspira el asesinato.
Y cuando yo me digo esto, aunque fuese emperador, ministro, periodista, o soldado, antes que aceptar la más pequeña parte de responsabilidad, -por ínfima que esta fuese- en el hecho de la guerra, yo me rebelaría, guardando con la conciencia de mi deber, la voluntad para cumplirlo.
Además del interés personal hay otra razón que debe determinar la negativa a tomar las armas. Todo hombre que viva sustraído a la influencia hipnótica y tenga conciencia de sus actos, no debe desear una existencia inútil y sin finalidad: al contrario, debe estar animado del deseo de servir a Dios y a los hombres.
Con frecuencia su vida transcurre sin que se presente ocasión para sacrificarse. El llamamiento a las armas es una ocasión. Así, todo aquel que se niega a servir militarmente, o a facilitar los recursos en forma de impuesto para el mantenimiento del ejército es un servidor de Dios y de los hombres, pues de este modo concurre efectivamente al progreso de la humanidad, a su movimiento hacia una organización social más perfecta.
Pero además del interés y del deber, existe la IMPOSIBILIDAD de servir [militarmente] para aquellos hombres de nuestra época que se han sustraído al hipnotismo general.
Hay actos cuyo cumplimiento es tan imposible moralmente como lo son ciertos actos físicos. Este acto moralmente imposible es la sumisión servil a hombres perversos que tienen como único fin de su vida el matar a sus semejantes….
“Pero ¿qué será de nosotros –dirán muchos- cuando, faltos de ejército, los malos no tengan motivos para temernos y no nos podremos defender de los salvajes que nos invadirán y nos esclavizarán?”… Y sin embargo nadie ve que los malos triunfan desde hace mucho tiempo, y luchando entre ellos dominan y esclavizan…No debemos temer como un nuevo peligro lo que existe desde hace mucho tiempo.
Por encima de todo lo existente, el hombre posee un guía cierto para su conducta. Este guía es su conciencia, y obedeciéndola sabe el hombre lo que debe y lo que no debe hacer.
El hecho de obedecer a la razón, a la conciencia, a Dios, forzosamente ha de procurar la felicidad, tanto al individuo como a la comunidad de que es miembro.
Los hombres de hoy se lamentan de las malas condiciones de existencia de nuestro mundo cristiano. Pero no puede ser de otro modo, ya que habiendo reconocido hace miles de años como obligatoria la ley divina “No matarás” y la ley del amor y fraternidad, abjuramos de estas leyes fundamentales para ir a las órdenes de un presidente, de un embajador o de un rey a disfrazarnos con un uniforme propio de un bufón, asir un arma y decirnos: “Estoy pronto a arruinar, a mutilar, a matar a todo aquel que me será indicado”.
¡Qué horrible sociedad es esta!
¡Despertad, hermanos míos! No escuchéis a los miserables que os contaminan desde vuestra infancia del espíritu diabólico del patriotismo, cuyo solo fin consiste en despojaros de vuestros bienes, de vuestra dignidad y vuestra libertad. No escuchéis a los viejos sobornadores con hábito religioso que predican la guerra en nombre de Dios, de un Dios cruel y vengativo que es propiedad de ellos, pues ellos lo han inventado.
No creáis a ninguno de ellos. Fiaos solamente de vuestro sentimiento que os dice que no sois animales ni esclavos, sino hombres libres, responsables de vuestros actos, y que por esto no podéis convertiros en asesinos, ni por vuestra voluntad ni por la de aquellos a quienes aprovecha el asesinato.
Tan pronto como os abstengáis del mal, desparecerán, como los búhos que huyen de la luz, los impostores que hoy dominan, que os pervierten primero y os torturan después. Al propio tiempo, las nuevas condiciones fraternales de la vida se establecerán por ellas mismas, pues hacia ellas marcha la humanidad cristiana, harta de sufrir la mentira en que se la mantiene.
Que cada hombre siga simplemente los consejos de su conciencia».
Fragmentos del libro “La guerra ruso-japonesa”
Hoy descatalogado, de la colección Arte y Libertad.
Editado en Valencia, en la época de la República, por la Editorial F. Sempere y Cía.